Este artículo apareció originalmente en Noisey UK. Léelo aqui.
Richard Godwin, quien escribió el mes pasado en The Guardian una pieza llamada “Sonic Doom: cómo la contaminación acústica mata a miles cada año” escuchaba el “frenesí intermitente y furioso del metal sobre el yeso”, mientras trabajaba en su artículo. Conoces la sensación. Yo he vivido más de diez años en diversos departamentos en la ciudad donde, aparentemente, hay un sinfín de avenidas y obras en construcción, así que también la conozco. En los lugares más ruidosos, usaba música, Miranda Lambert, cualquiera de los álbumes de Florence Welch, o Sia, para ahogar el sonido intratable de la ciudad. Mis audífonos tenían que sonar fuerte. Todo resultaba invasivo: los pequeños ruidos se sentían fuertes, los fuertes me daban pánico.
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Pero en la primavera me mudé a un rancho y ahora escucho vacas en el terreno de a lado, el estallido esporádico de un mirlo. Mis pollos están creciendo lo suficiente como para poner, así que cacarean en el jardín y cuando se emocionan mucho cloquean. En la ola de calor de los últimos quince días, me senté junto al río, y me puse a escuchar los caballitos del diablo. La primera capa de sonido es el murmullo del agua. La segunda son cientos de alas de insectos, como pequeñas cremalleras o la semilla de palos de lluvia muy finos. Wish, wish. Hace años no me sentía tan relajada.
No soy la única: hay un creciente campo de investigación sobre los efectos del ruido en la salud. En 2014, The Lancet publicó una reseña sobre el tema, y el ruido social o por ocio, —del tipo que proviene de reproductores de música personales, conciertos, discotecas, cines y orquestas—, fue objeto de análisis. Descubrieron que puede ser una de las principales causas de molestias generadas por ruido. “Si te parece desagradable la música, eso te va a inducir estrés”, dice el Dr. Andrew King, profesor de neurofisiología en Oxford, que investiga la codificación neuronal y la plasticidad en el sistema auditivo.
“No cabe duda que la exposición diaria a sonidos fuertes te causa daños”, continúa. “Fuerte” depende de la intensidad y la duración, pero suele definirse como más de 105 decibeles (dB) durante más de una hora. La “exposición pasiva prolongada (es decir, la música que no escogimos escuchar, incluido el ruido de fondo) a niveles “normales” de sonido, de alrededor de 80 dB o menos, “probablemente … impacte en la forma en la que el cerebro responde al sonido”. Entonces, la escucha activa no es el problema aquí. Siempre y cuando no sea a un volumen muy alto, poner atención a tus canciones favoritas está bien. Por el contrario, son los sonidos invasivos los que causan estrés de bajo nivel en nuestros cuerpos.
¿Te conectas los audífonos la mayor parte del tiempo para escapar del ruido no deseado o trabajas en una oficina abierta con la música de otras personas a tu alrededor? ¿Qué hay de ese café donde intentas trabajar en tu tesis? Toda el murmullo detrás es ruido pasivo que puede pasar factura, aumentar el estrés y distraer tu atención. Es posible que rara vez pases tiempo solo, en silencio. Entre el creciente ruido de un mundo tan ocupado y la estática más metafórica de las redes sociales o las notificaciones de tu smartphone, cada vez hay más argumentos en pro de una vida más tranquila. Eso significa disminuir tu exposición a la música pasiva, escuchar sonidos de la naturaleza con más frecuencia o disfrutar del silencio. Bien podría ser esa la razón por la que antiguas técnicas de meditación y Transcendentalismo están regresando, con nuevos nombres: Mindfulness y Shinrin-yoku. Aunque la evidencia aún no confirma que beats constantes de bajo nivel puedan dañar su audición, es probable que afecten al cerebro, al estrés y a la atención. King dice: “Sea cual sea el caso, lo mejor es darle un respiro a tus oídos”.
Cuando se trata de un respiro, a menudo el silencio es mejor. Tomemos la pieza de John Cage, “4:33”, que debutó en 1952. Se puede realizar en cualquier instrumento, o combinación de instrumentos, porque es un performance de silencio. Estrechamente relacionado con los estudios de Cage sobre meditación Zen fue, como se podrán imaginar, polémico, y sigue siendo su pieza más famosa. Cage quería explorar los sonidos ambientales en cualquier entorno dado: consideraba los diferentes tipos de silencio que tal interpretación evocaría, cuando se “tocara” en diferentes configuraciones con diferentes instrumentos, para diferentes audiencias con diferentes expectativas. Pensar en todos los sonidos a tu alrededor como una especie de “música” puede ser más o menos desafiante, dependiendo de tu entorno, pero sin dudas te despierta la mente, y llama tu atención, centrándola en el lugar, en vez de tener que escapar.
La exposición pasiva a la contaminación acústica social, es decir, la música que no deseas escuchar, puede ser más difícil de abordar, especialmente si te mueves en una ciudad muy transitada y poblada. Pero hay maneras de encontrar momentos de calma rejuvenecedora.
Todo lo cual para decir que no es necesario dejar de escuchar lo nuevo de Travis Scott, The Internet o Mac Miller. Siempre y cuando los escuche activamente, es decir, captando cada sonido, a un volumen relativo. Que sea tu decisión, vaya. Pero date el tiempo de estar en silencio de vez en cuando, lejos de la contaminación acústica. Incluso si es “4:33” de Cage, reproducido en audífonos mientras te sientas en una banca de parque: al menos sabes que tendrás cuatro minutos y treinta y tres segundos de contemplación en tu día. Es importante.
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