Durante muchos años, la gente visitaba Viceland.com y nos preguntaba, “¿Qué es eso de ‘land’? ¿Por qué no VICE.com a secas?”. Entonces nosotros teníamos que explicar que, en 1996, cuando la mayoría de la gente pensaba que World Wide Web era un juego de Nintendo, un tipo clarividente, aparentemente de forma aleatoria, compró VICE.com y unos cuantos dominios más. Nosotros registramos Viceland.com y seguimos con nuestras vidas.
Avancemos hasta 2005, el año en que llegó YouTube, salida de ningún sitio, e hizo parecer la televisión normal como una caja de pedos. La gente de la industria se puso como las putas cabras con “IPTV” y se lanzaron incontables webs de vídeos, la mayoría malísimas. En 2007 rectificamos esta situación creando VBS.TV, un experimento que superó nuestros más locos sueños.
A lo que íbamos. Hace unos meses caímos en la cuenta de que era una tontería seguir teniendo dos webs. Había llegado el momento de moler VBS y Viceland y convertir la pasta resultante en VICE.com, una monolítica megaweb con potencial para curar para siempre el aburrimiento. Tras unas cuantas negociaciones con el propietario de la URL acordamos un precio, y un abogado especializado en litigios por dominios de internet se ocupó del papeleo. Su nombre es Ari Goldberger, y le pedimos que nos diera una breve lección de historia sobre nuestro nombre de dominio.
VICE: Usted no es un abogado típico. ¿Podría explicar brevemente cómo se gana la vida?
Ari Goldberger: Fui uno de los primeros abogados que se especializaron en dominios. Llegué a esto en 1996, cuando fui denunciado en una de las primeras disputas por nombre de dominio. Yo estaba fascinado por AOL, el correo electrónico, todas esas nuevas herramientas, y empecé a buscar formas de proteger el poder de la web en el espacio legal. Fundé ESQwire.com, siendo el nombre un juego de palabras entre “esquire” [título que en inglés acredita a los abogados—ndt] y “wired”, conectado a internet. Entonces la Hearst Corporation, poseedora de la revista Esquire, me demandó. El caso sentó precedente. En el juicio fui mi propio defensor y gané. Obtuve mucho reconocimiento, y de la noche a la mañana me convertí en el tipo al que hay que consultar cuando hay problemas legales con nombres de dominios. Entonces los jueces no sabían ni qué era internet.
La VICE.com creada en 1996 era una web porno cutrona.
Sí, ahora mismo lo estoy mirando en los archivos de waybackmachine.org, pero sólo llega hasta 1999. Por lo que yo sé, el propietario simplemente enlazó el dominio con el de una compañía australiana de contenidos adultos que pagaba a los propietarios por el tráfico generado.
Ajá, estoy mirando el archivo con fecha del 9 de mayo de 1999. Al hacer clic, el enlace me lleva a justwild.com, donde me recibe una mujer con un calabacín en la vagina. Aquel fue un período de bonanza para este tipo de webs, ¿no?
A la industria para adultos le iba muy bien en el 99. Las compañías pagaban su buen dinero por tráfico generado. En 2004 o 2005, sin embargo, los ingresos bajaron, en parte por el aumento de las comisiones de las tarjetas de crédito, y también por los abusos en las tarifas. El reembolso de tarifas se convirtió en un problema muy grande y supuso un impacto negativo. Imagina que en el extracto bancario de un tipo figura que se han pagado 35 dólares a una página porno mediante la tarjeta de crédito, y la esposa le dice, “Cariño, ¿tú has hecho esto?”, a lo que él responde, “No, es una locura”. Entonces la esposa llama a la compañía de la tarjeta de crédito para que la web reembolse el importe, descubriéndose en muchas ocasiones que la web, en efecto, había cometido fraude.
¿Alguna vez han tratado sus clientes u oponentes de hacerle alguna jugarreta?
Un individuo llamado Ryan quiso comprarle ryan.com a un cliente mío. Meses más tarde decidí registrar arigoldberger.com, pero cuando tecleé mi nombre para comprobar si estaba disponible, aparecieron en pantalla tres mujeres gordas desnudas y el letrero “Bienvenido. Mira a mis chicas”. Busqué quién poseía la web y resultó ser Ryan. Le llamé y le dije, “Muy divertido, ahora ¿me puedes devolver mi nombre?”. Llegamos a un acuerdo.
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