El domingo 5 de febrero, los Patriots de Nueva Inglaterra asaltarán el campo del NRG Stadium de Houston para intentar culminar su obra maestra: su noveno Super Bowl será una competencia de cetrería para Brady y Belichick, quienes buscarán domesticar a los halcones de Atlanta y erigirse como la franquicia más ganadora de los últimos 16 años en la NFL.
¿Fácil? Ni pensarlo. Al menos no tan fácil como odiar el éxito ajeno.
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Cierto, es inevitable no mencionar la relación que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, sostiene con la organización de Nueva Inglaterra —llámese Brady, Belichick o Robert Kraft— y que ha plagado los encabezados de todos los medios deportivos desde hace unas semanas, pero bien dicen que es más sencillo y placentero soltar la lengua como método terapéutico para saciar la sed de triunfos y vaciar la acumulación de frustraciones. Pocas veces en la historia del deporte tenemos el privilegio de contemplar una reconfiguración de la misma de este tipo, ya sea que el fenómeno se dé por medio de un récord individual, una hazaña colectiva o ambas. La dupla Brady-Belichick y el ascenso al estrellato de una franquicia que no figuraba entre la élite del futbol americano profesional antes de la década de los 2000 debería ser objeto de elogios y no de berrinches disfrazados de argumentos.
A continuación las razones para apoyar al equipo, quizá, más odiado de la National Football League en el Super Bowl LI (lo sentimos Cowboys, ya ni en eso pueden ganar).
Primera razón: Las controversias no ganan Super Bowls, pero el trabajo en conjunto sí
Spygate, Deflategate, problemas con los dispositivos de comunicación, incluso hasta la patética excusa de algún sector de Pittsburgh (y otros lugares) que atribuyó su reciente eliminación en el Juego de Conferencia Americana por la alarma que se activó en el hotel de los Steelers y que por supuesto atribuyeron a los Pats, no son más que meras excusas para hacer pasar por alto la mediocridad de algunos equipos y la ira de los fanáticos. No es algo para nada extraño en el deporte y, por lo mismo, es mucho más desgastante que no se sepa diferenciar hasta qué punto se trata de acusaciones sólidas y qué otras son meros caprichos.
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De todos los escándalos que rodean a la franquicia de Nueva Inglaterra, tal vez el caso Spygate es el más elaborado; no tanto por las pruebas —nunca irrefutables— y las numerosas irregularidades que surgieron por las supuestas grabaciones de los entrenadores defensivos de los Jets durante un partido de temporada regular en 2007, sino por las multas históricas que la NFL impuso sobre Bill Belichick —medio millón de dólares, la cantidad más alta jamás impuesta para un entrenador en jefe— y los Pats —250 mil dólares y el despojo de su selección en primera ronda del Draft de 2008—. Para que un suceso pase por verdad absoluta basta imponerle una pizca de culpa a aquellos que se busca afectar y la gente hará el resto.
Deflategate fue un berrinche que los Colts de Indianápolis inflaron hasta alcanzar proporciones inimaginables (de pena ajena) gracias a la incompetencia de un equipo que recibió 28 puntos en la segunda parte del encuentro sin poder meter la manitas, y que terminó comiéndose un total de 45 puntos en el partido de Conferencia del 2015. En ocasiones, la irritación de las personas puede llegar más lejos que su deseo por mejorar.
A pesar del ruido que generó esta rabieta, los Pats conquistarían el Super Bowl XLIX y de paso nos regalarían uno de los Súper Domingos más emocionantes en la historia de este deporte. Brady completó 37 de sus 50 pases para 328 yardas y cuatro touchdowns con sólo dos intercepciones. Con estos números, Brady superó a Joe Montana con más pases de anotación en Super Bowls con 13, y la victoria lo colocó como el tercer mariscal de campo con cuatro anillos de campeonato en la historia de la NFL. Ah, y también se llevó el trofeo MVP por tercera ocasión empatando al legendario Montana.
Belichick y sus hombres aplicarían la sabiduría popular encerrada en la frase “mojarrita enjabonada” para cumplir sus objetivos y demostrar su capacidad de adaptación y solidez en el vestuario.
Segunda razón: Brady y/o Belichick no son asesores de Trump
La superioridad moral es un terreno pantanoso en el que todos hemos caído en más de una ocasión. Asumir que esta institución representa los intereses, la ideología y las propuestas del desquiciado presidente estadounidense es un grave error. Olvidar que los Patriots de Nueva Inglaterra son, ante todo, un equipo de futbol americano profesional es igual de absurdo que la idea de construir un muro fronterizo.
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Si Brady, Belichick o Kraft son amigos entrañables o no entrañables del señor Trump es cosa que no debería importarnos, a menos que alguno de los tres tuviese peso en las decisiones políticas del mandatario estadounidense (es decir, decisiones que amenazaran la paz e integridad de terceros). Si deseo enterarme de los hechos más relevantes en la política mundial, sería estúpido de mi parte confiar mi sed de conocimiento a un deportista, ya que es obvio que no se especializa en dicho ámbito. Si quiero aprender de futbol americano no recurriré a Trump y sus órdenes ejecutivas reaccionarias. El área de trabajo de Brady y compañía son los emparrillados; la de Trump la Casa Blanca.
Todo se reduce a una cuestión de educación informativa, por nombrarla de alguna manera. Vaya que es difícil lograrlo cuando se está sumergido en una era informativa apabullante como la nuestra donde los rumores son los nuevos absolutos.
Tercera razón: Bill Belichick
Ningún entrenador en jefe ha disputado siete Super Bowls en la historia de la NFL. Sólo Don Shula le pisa los talones a Belichick con seis participaciones. Nadie puede negar que el patriota mayor es un genio hecho y derecho. Construye equipos de campeonato con jugadores ninguneados, deconstruye defensivas y ofensivas, mantiene un perfil bajo para todo lo ajeno a su trabajo, y nunca está satisfecho con sus logros. Su dupla con Tom Brady es ya histórica y lo seguirá siendo hasta el día que alguno de los dos decida retirarse. Ostenta el índice de victorias más alto en la liga y es muy seguro que en unos años el trofeo llamdo Vince Lombardi tenga que ser rebautizado con su nombre. ¿Exageración? Sus números lo respaldan. No hay más.
Cuarta razón: El “hubiera” no existe
Ante el enfado de muchos por la incompetencia de Pete Carroll para decidir qué hacer en la última jugada del Super Bowl XLIX y frustrar el deseo de millones de detractores de ver a los Pats derrotados, no queda más que decir que el “hubiera” no existe. Malcolm Butler hizo su trabajo al interceptar dramáticamente aquel pase de Wilson que aseguró el cuarto anillo de campeonato para los de Foxborough. Fue un partido apretado que nos mantuvo al filo de nuestros asientos y que no podía terminar de otra manera. El deporte no conoce sentimentalismos y tampoco premia a aquellos que se “merecen” ganar, sino a los que entienden que no hay de otra más que hacer cruzar el ovoide en la zona de anotación como sea posible o, en el caso del Super Bowl XLIX, interceptar el balón en la jugada decisiva.
Quinta razón: Tom Brady
Decir que amas el futbol americano y que odias a Tom Brady es un sinsentido. Si 183 victorias en temporada regular —tercera marca de todos los tiempos— y 23 en postemporada —primera en toda la historia—, para un total de 206 triunfos, 69,826 yardas, y 514 touchdowns no te resultan suficientes para dejar de lado tu odio infundado hacia el mejor mariscal de campo de todos los tiempos, entonces no sé qué pueda hacerlo. Y eso que no incluimos el resto de las estadísticas. El football es un deporte que mantiene una entrañable relación con los números (a los estadounidenses les fascinan), ya que es otra forma de dimensionar las hazañas de estos tremendos atletas. Tipos como Tom Brady nacen cada cierto tiempo, décadas, siglos, qué se yo, tal vez hace un par de minutos nació alguien que en un futuro romperá todas sus marcas, pero sólo hasta entonces podremos asegurar que la era Brady ha llegado a su fin; no cuando decida colgar la toalla porque sus marcas seguirán en pie, creo, por mucho tiempo. Dejemos al pobre hombre hacer su trabajo y aprovechemos los últimos años que le quedan a este gigante sobre el emparrillado.