Por qué debemos disfrutar al invencible Mayweather mientras podamos


Foto de Mayweather y su Justin Bieber decorativo (por el autor).

Era justo antes de media noche del sábado y a nadie le importaba un carajo que Justin Bieber estuviera en el cuarto. Menos de una hora antes, Floyd Mayweather había abusado seriamente de Saúl Canelo Álvarez en el evento de box más grande en años, sumando a su récord de 45 victorias en 45 peleas pagadas. A nadie parecía importarle que fuera un encuentro disparejo indigno de los meses de emoción. Ahora la estrella pop con peinado inmaculado quien, además de la gruesa cadena en su cuello, podría haber pasado fácilmente por Pony Boy en The Outsiders, estaba sentado en el escenario mientras el mejor boxeador de su generación estaba parado en el estrado, testificando su grandeza y cosechando complementos disfrazados de preguntas para los fanáticos de los medios que habían negociado su entrada a la sala de prensa. Esa escena da un sentido de perspectiva a la situación: Bieber es una de las celebridades más famosas en el planeta, pero en el caótico recuento de una pelea de Mayweather era una decoración, nada diferente a una planta en una maceta con lentes de sol.

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Tal es la vida surreal de Floyd N.M.I. Mayweather, Jr. el campeón indiscutido libra por libra y atleta mejor pagado del mundo, que sumó un mínimo de 41.5 millones de dólares a sus fondos —una suma que se inflará a más de 75 millones de dólares una vez que las pagas del Pago por Evento y recibos foráneos se cuenten— después de su victoria más impresionante en años: un avasallamiento de 12 rounds a un enemigo más joven y fuerte destinado al estrellato. La asistencia de Bieber pudo haber impactado al observador casual como algo raro, pero cualquiera familiarizado con la formidable perspicacia de negocios de Floyd sabe que no hay accidentes: mientras una audiencia mundial veía a Bieber y a Lil Wayne escoltando a Mayweather al ring antes de la pelea, no hay duda de que Floyd haya visto la oportunidad de publicidad ofrecida por sus cuentas de Twitter combinadas que llegaban a cerca de 60 millones.

Incluso para el estándar de peleas gigantes estilo circo de Las Vegas, el sábado fue un viaje. En la arena el radio normal de famosos comparado con gente regular estaba de cabeza. No podías caminar tres metros sin toparte a algún atleta o artista. Jack Nicholson no logró conseguir algo mejor que la quinta fila, mientras que Dave Chappelle de algún modo consiguió escapar a la atención de las cámaras de Showtime. Kobe Bryant pasó definitivamente cuando no pudo conseguir los asientos en el centro hasta abajo como quería, así de alta era la demanda. Sazonando los asientos más cerca del ring estaban raperos como 2 Chainz, Meek Mill, Diddy, Tyga, LL Cool J, et al., prestando un poco de su telón de teatro pop al distrito rojo de los deportes profesionales.

La pelea se contrató con un peso de 152 libras, dos debajo del límite de peso medio que con el que el Canelo está más cómodo y cinco sobre el peso wélter que Mayweather ha llamado su hogar durante el más lucrativo evento de su carrera. El público generalmente no entiende la ventaja que pueden dar dos libras. Canelo había alcanzado el peso para el pesaje del viernes y se rehidrató para llegar a 165 libras para la noche de la pelea, con Floyd manteniéndose en 150. El peso extra del Canelo fue contraproducente, ya que hizo más lenta la velocidad típica de sus manos, dando a Floyd una ventaja que probablemente no necesitaba en primer lugar.

El control de los tiempos y distancias exquisitas de Mayweather lo ayudaron a ganar una ventaja temprana. Es una especie de Terminator de los puños, capaz de descifrar con una agilidad mental monstruosa cómo un oponente puede o no dañarlo, y cómo puede o no ser dañado.

“No veo a ningún lugar en particular cuando peleo”, dijo en los días antes de la pelea. “Escaneo todo el cuerpo y como en dos rounds ya lo entendí”. Mayweather estaba constantemente muy lejos para que lo alcanzara Álvarez o muy cerca para que el joven campeón pudiera actuar debidamente. Al dictar el paso y la geografía de la pelea, Mayweather había callado a la multitud sesgada. La escuela había empezado.

Las dos razones más citadas por las que el Canelo había sido un perdedor esperado de 2-a-1 —falta de experiencia y resistencia— habían salido por la mitad. Cualquier ofensiva que lanzara Álvarez era tragada por la media defensa característica de Mayweather, en la que instintivamente bloquea golpes con la mano trasera y lanza ataques con la mano derecha al girar el hombro principal. Para el noveno round, el trabajo eficiente y metódico de los pies de Mayweather, que se convirtió en su segunda naturaleza por medio de más de un cuarto de siglo de práctica, comenzó a hacer al mexicano parecer torpe e incluso desmotivado. Para el onceavo, el cansado Álvarez escupía sangre. Para el doceavo y último round, muchos de los 16,746 mayoritariamente fanáticos de Canelo ya iban hacia las salidas y las maquinitas del casino.

No es sólo que Mayweather haya ganado. Es cómo ganó. Era difícil encontrar un solo round para darle a Álvarez. Esto fue poesía física en su forma más grande. Contra el golpeador probablemente más grande que haya luchado, una superestrella incipiente casi una década y media más joven, Floyd lo hizo parecer elemental. Está tan adelante de todos los demás que es vergonzoso. La meta de todo peleador profesional hoy en día entre 135 y 154 libras es una pelea con Mayweather (y la exposición global y la cifra de siete dígitos que vienen garantizadas con eso), pero ya no hay ningún oponente en ese considerable vecindario que tenga una chance. Con Canelo se fue la mejor opción.

Mayweather ha presumido por años de “dar a los fans lo que quieren”, pero eso no siempre ha sido cierto. Él tiene y ejerce libremente el derecho de escoger a quién y cuándo quiere pelear. Y durante 16 episodios, que datan al 2001, ha escogido oponentes donde las recompensas son mayores al riesgo. Esta vez, sin embargo, Mayweather escogió el nombre más rudo de ahí afuera, un retador que muchos en el negocio estaban convencidos que evitaría. Lo anunció vía Twitter de la nada una noche de miércoles en mayo y la emoción sólo creció mientras se acercaba el evento. Un récord de 20.03 millones de dólares se gastó en el evento, que se vendió en menos de 24 horas, y se espera que las ganancias del Pago por Evento se acerquen al récord de 137 millones de dólares generado por la pelea de Mayweather contra Óscar de la Hoya, en 2007. El currículum de Floyd incluye 17 victorias sobre campeones mundiales, pero Canelo era apenas el tercer oponente invicto en su carrera.

El pelirrojo hijo de un vendedor de helados de Juanacatlán, Jalisco —ya una estrella en su hogar y una estrella en aumento en EU— ya no es perfecto.

A los 36, Mayweather está mejor que nunca. Sigue siendo un amo artesano y un boxeador técnico exquisito, la encarnación de la teoría de pega y que no te peguen que A.J. Liebling bautizó con el término de “dulce ciencia”. Sólo que ahora está parado en el bolsillo, yendo paso a paso e incluso cansando caminando a los oponentes. No hay nada que no pueda hacer ahí adentro. Sigue contraatacando con increíble rapidez y precisión, pero su famosa y astuta defensa no ha sido comprometida. Es un luchador especial. Es el expositor más fino del box desde Roy Jones en sus mejores tiempos.

¿Y ahora qué? Mayweather, el rostro indiscutido del deporte, tiene cuatro peleas más en su contrato con Showtime. Que encuentren a cuatro peleadores creíbles es poco probable, lo que significa que los promotores llegarán al límite de los dones de Floyd para los negocios para identificar oponentes que parezca que lo pueden vencer. Pero en lugar de castigarlo por dominante podemos ser testigos aunque nunca entender por completo, pero sí disfrutar el show y reconocer que la genialidad que Mayweather conjura cuando pelea no se ve a menudo, y disfrutarla mientras aún podemos.

@BryanAGraham