Ilustración por Sam Taylor.
No recuerdo la primera vez que alguien me llamó ‘zorra’ —probablemente fue por el tiempo en el que comencé a comportarme como una. Aún así, nunca me molestó que me llamarán así o con aceptarlo yo misma. Más bien, el problema que siempre he tenido es que la gente piense que ser zorra es algo malo. Porque no lo es. Ser una zorra es glorioso.
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El debate sobre la promiscuidad siempre es sobre juzgar a las personas o hacerlas menos al pensar que tú sabes lo que es mejor para los demás. Bueno, las zorras no necesitamos tu aprobación o consejos sobre cómo vivir nuestras vidas. Somos lo suficientemente capaces de valernos por nosotras mismas y de tomar nuestras propias malas decisiones cuando estamos pedas. A pesar de esto, sí puedo lidiar con tu desaprobación. Es sexy. No sé por qué, como tampoco sé por qué los novios de otras chicas saben mejor —símplemente es así. Y cada vez hay más y más personas como yo en estos días —ven y encuéntranos en Tinder, Grindr y todas esas aplicaciones de ligue que TODOS (hasta tu mamá) usamos. En estos días, todos somos zorras.
En realidad, prefiero el término ‘diversión’ que ‘promiscuidad’ porque me gusta dejar las cosas claras. Sólo puedo hablar de mi propia (y admitiré que vasta) experiencia sexual, pero si me gusta un extraño y yo le gusto a él, no estamos buscando ‘un poco de promiscuidad’, sino ‘un poco de diversión’. El Diccionario Oxford defina la palabra ‘promiscuidad’ como ‘El hecho o acto de ser promiscuo; inmoral’ y la RAE dice ‘Mezcla o confusión’.
La palabra es usada para hablar del hecho de ‘tener muchas relaciones sexuales’. Por supuesto, nadie dice cuánto es mucho, porque como en la mayoría de este debate, la cantidad exacta de personas con las que necesitas coger para ser calificado como promiscuo es un juicio arbitrario impuesto por otros individuos.
Y para todo esto, ¿dónde entra el tema del tiempo en esta discusión? Digamos que una persona de 80 años ha tenido diez parejas sexuales durante toda su vida. ¿La consideraríamos como una persona promiscua? Probablemente no. Pero, ¿qué pasa si se cogió a esas diez personas durante la misma semana —en aquel loco verano del ’69— y nunca más volvió a tener sexo por el resto de su vida? ¿Eso contaría? ¿El espacio entre tus encuentros sexuales importa?
Nada de esto tiene sentido porque sólo es una idea, y para ser honestos, una día de mierda. La promiscuidad no existe. Es sólo una palabra que la gente inventó para describir y juzgar ciertos comportamientos humanos. Es tan real y válido como el puertismo. ¿Nunca han oído hablar del puertismo? Es porque lo acabo de inventar. Describe una tendencia que tienen las personas para abrir puertas. Esta mañana abrí la puerta del baño para orinar, también abrí más puertas para salir de mi cuarto y desayunar. Cuando termine de escribir esto abriré más puertas porque soy una sucia puertista y estoy segura de que también tú lo eres.
No le agregamos ningún significado en particular al número de veces que alguien abre una puerta, pero sí tenemos una opinión cada que alguna chica abre sus piernas. No entiendo por qué. Pero si eres el suertudo al que le abro las puertas, piernas y mi corazón, no dirás nada, ¿cierto? Todo esto siempre está dirigido a las mujeres. Es un punto de vista viejo, lo sé, pero no ha dejado de suceder. Si un tipo va por la vida cogiéndose chicas es considerado un chingón, pero cuando una mujer hace lo mismo, es una zorra.
Hace unos días me invitaron al Oxford Union a debatir sobre si la promiscuidad es una virtud o un vicio. Tenía pensado presentar varias razones inteligentes para defender mi postura, pero la verdad es que no hay ninguna. La promiscuidad no es una cosa buena o mala… es sólo una palabra. Algunas personas no son promiscuas y están bien. Otras lo son pero también están bien. Algunas otras lo son y tienen horribles vidas, mientras que otras tampoco lo son y también tienen vidas horribles. Como sea.
Hace unos años fui a un antro y era una noche en la que me sentía sexy. Invité a un chico a irse sonmigo. Lo hizo. Le pregunté si le molestaba un poco de compañía extra y dijo que no. Invité a su amigo. Después a otro chico y luego a otro. Nos subimos a un taxi. Invité al taxista también, pero se asustó y no nos acompañó (guardo mi número y nos vimos unas noches después). Si dos son compañía y tres es una fiesta, cinco definivamente es una orgía.
Me excitó estar en la recepción de un hotel con cuatro chicos guapos y saber que el encargado sabía lo que haríamos en la suite —en dos palabras, a mí. Fue muy obvio que todos me iban a coger. Me preguntó si fantaseó con eso. Fantaseo con él fantaseando con nosotros. Fue una buena y sucia diversión. Uno de ellos estaba dentro de mí. Otro estaba besando mi cuerpo. Otro me puso algo en la boca que me mantuvo sin hablar. El otro me dio algo para tener las manos ocupadas. Todo funcionó porque yo era el centro de atención sexual. Lo quería. Yo tenía el control. Fue raro, algo nuevo, pero no me avergonzó. Era una fantasía porno. Tuve un orgasmo con todas sus manos sobre mí, sus ojos mirándome y sus penes rozándome. Estaba borracha. Estaba drogada y fue fantástico —una fantasía en carne y hueso. Como si mis genitales estuvieran comiendo de un tarro de miel.
Por eso soy tan apasionada sobre el derecho que tienen las personas a la promiscuidad. Si eso te hace feliz, hazlo. ¿Te gustaría tener un orgasmo ahorita en alguna playa con gente hermosa? Los orgasmos son hermosos. ¿Por qué no hacerlo más seguido con las personas que decidamos? Mucho tiempo de nuestras vidas se pasa en cosas absurdas.
La vida no es divertida o glamurosa. Es aburrida, tediosa, salvaje y cruel. Tienes que ir a trabajar y alimentar a tus hijos y toda esa mierda. Pero esos momentos de liberación pura —el lado hedonista— son los que hacen que valga la pena vivir. Claro, puedes tener momentos especiales con una sola pareja, pero no nos veas mal a los que frotamos nuestros genitales con todos. Así como tú, sólo queremos sentirnos vivos.
La vida es un pene, así que hay que agarrarla con las dos manos.
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