“No hay nada mejor que el sabor a sangre en la boca”, dice Cristian mientras dibuja una enorme sonrisa en su cara colorada por el sol. Acaba de empezar la edición 24 de Rock al Parque y el calor cae de forma inclemente sobre los cientos de metaleros que llegaron al Parque Simón Bolívar. En la tarima Lago, Tears Of Misery rompe el escenario con su colosal death metal y en el pasto, Cristian y su parche se revienta la cabeza en el pogo.
Dicen que un buen día a Sid Vicious, el celebremente infame bajista de Sex Pistols que murió de sobredosis en 1979, le dio por hacerse paso en un concierto a punta de golpes y empujones, provocando una reacción en cadena que se terminó convirtiendo en el baile de los amantes de la distorsión y el ruido. Sea como sea que haya sido el génesis del pogo, es innegable que no hay otra forma de bailar cuando los gritos y las baterías revientan. Ese círculo de golpes es una catarsis de furia y adrenalina en donde nada importa, o como una de los eufóricos colegas de Cristian dice: “Es la mejor manera de sacar la ira que uno tiene adentro”.
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Este ritual de sudor y sangre es el motor que mueve a las miles de personas que año tras año se reúnen en el parque Simón Bolívar, que semana a semana se juntan para ver bandas en algún coluroso bar y que día a día le meten una dosis vital de metal a su vida. Por eso no importa el intenso calor. Esos cuerpos golpeados y jadeantes que corren en círculos están ahí para sentir como hierve su sangre, para dar y recibir golpes, para revolcarse en el suelo solo para levantarse de nuevo, quitarse polvo y seguir corriendo con una sonrisa.
En honor a ese sentimiento les dejamos esta galería de como se ve la gente antes, durante y después de meterse a un pogo.