Artículo publicado por VICE México.
Cuando era pequeño, recuerdo haber visitado el Panteón Francés para ir a dejarle un par de flores a mi abuelo. Sobre todo, cuando se trataba de su aniversario luctuoso, que casualmente coincidía con la temporada de Día de Muertos y Día de Brujas; un par de días antes del 31 de octubre. Eso hacía que mis visitas fueran distintas, porque al interior del panteón se veía más actividad, más colores, más personas felices y menos rostros lúgubres que de costumbre. A fin de cuentas, es la fiesta de los muertos y a una fiesta uno va a pasarla bien.
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Pero, además de esos colores, lo que más me interesaba como niño era conocer las historias de terror que posiblemente también dormían en ese panteón. Seguido me perdía para buscar a los guardias o para preguntarle a los trabajadores sobre sus anécdotas, pero lo que más terror les causaba eran los grupos que se metían en las noches a saquear los mausoleos o a desprender herrería de tumbas y ornamentas. Ahí comprendí que el miedo a los muertos, aunque sea en un panteón, no se equipara al de los vivos.
A pesar de los saqueos en varios cementerios de la CDMX, aún conservan gestos, detalles e imágenes —en piedra, hierro o musgo—, que están ahí para recordarnos el lugar donde estamos parados. El único lugar seguro en el que podremos encontrar un espacio dedicado a conservar la idea de lo que fuimos en algún momento.
Visitamos el Panteón Civil de Dolores, el más grande de la Ciudad de México y antiguo en uso civil, muy cerca del Castillo de Chapultepec, en búsqueda de todas estas figuras, mira la serie fotográfica de Paulina Munive abajo.
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