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Cultură

Pagué 40 euros por trabajar en un fast-food

Perdí dinero, dignidad y 20 horas de mi vida.
fast food
Un puesto de comida rápida en alemania. Imagen no relacionada vía usuario de Flickr Steve Moses /CC By 2.0

Cuando le dices a un conocido que una vez trabajaste en un restaurante de comida rápida te suele decir que él no podría hacerlo, que no sería capaz de aguantar el ritmo y el estrés. Y no va desencaminado, sobre todo con depende que condiciones de trabajo.

Un mes después de llegar a la cosmopolita Barcelona entré de aprendiz a una conocida cadena de restaurantes de fast-food. Digamos que no era santo de mi devoción, pero llevaba ya cinco entrevistas a mis espaldas en empresas de contratación temporal y estaba ya un poco desesperado.

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La entrevista para el restaurante en cuestión me la realizaron en el mismo local, en una mesa mientras los comensales se metían entre pecho y espalda un plato de bravas y un cubo de quintos de cerveza. Un poco cutre teniendo en cuenta que la empresa es una multinacional, pero bueno, cosas de los franquiciados. La entrevista fue bien, yo tenía experiencia en algo similar, y me informó el mismo gerente que la prueba era de cuatro días SIN remunerar. Yo por aquel entonces, a pesar de ser estudiante activo, no tenía ni idea de que es ilegal que las pruebas no sean remuneradas así que accedí. Obviamente disgustado; a nadie le gusta partirse el lomo durante cuatro días sin recibir nada a cambio y sin saber si te van a contratar.

Mi primer día de trabajo fue… extraño. En la entrevista me habían avisado para que me vistiese con calzado de seguridad, pantalón negro y camisa blanca. Obviamente yo no tenía ninguna de las tres cosas. Decidí ponerme unas bambas negras deportivas que me habían costado 15€, un tejano negro elástico más digno para un sábado noche y (eso sí) una camisa blanca que me fui a comprar el día anterior. Ya empezaba la aventura con un déficit comercial de -30€. Cuando llegué me dieron un gorro blanco de marinero y una faja que, junto con lo que ya llevaba puesto, me daban un aspecto cuanto menos ridículo. La verdad es que me parecía más a Javier Maroto de La que se avecina bailando "La mar está fresquibiris" que a un camarero. Y ahí viene la segunda sorpresa del día en tan solo cinco minutos de trabajo: la oferta era de camarero pero me a trabajar en cocina. En cocina pero sin haber tenido ninguna experiencia de cocinero ni ningún estudio. Por no tener, no tenía ni el carné de manipulación de alimentos. Todo muy al margen de la legalidad.

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Allí estaba yo, metido dentro de cocina solo con mis conocimientos básicos de cómo funciona una freidora, una cortafiambres o cuando se usan guantes. Por suerte era un día entre semana y no habría mucha faena. Cuando pensaba que no iba a haber más sorpresas veo que entra a cocina también un chico de mi edad con las mismas pintas de marinerito que yo. Se llama Guillermo y es de Chile y también empieza hoy el período de prueba.

En este punto es cuando empieza todo a olerme muy mal, y no es que se me estuviesen quemando unas croquetas en la freidora. Un restaurante situado en pleno centro de Barcelona, en la Avenida Diagonal, con un volumen amplio y constante de entrada de clientes no podía hacer el día con gente inexperta. Sería un caos, ¿no?

Pues estaba equivocado. Cuando tienes las paredes forradas de chuletas con los ingredientes de cada plato y los pasos explicados uno a uno no es muy difícil desenvolverse. No obstante, me seguía pareciendo raro eso de tener a más de una persona en período de prueba a la vez en hostelería.

Hasta el tercer día no volvió a pasar nada interesante. Ese día me volví a enfundar en mi traje de marinerito, entré a cocina y me encontré a una chica nueva. Obviamente, también estaba en período de prueba. Ya éramos tres, aquello cada vez me olía peor. Lo curioso de todo esto es que en ningún momento, teniendo en cuenta que los tres éramos rivales directos por un puesto de trabajo, nos hicimos putadas. Será que había identidad de clase obrera, o que ellos no se dieron cuenta de la "batalla" y yo soy buena persona.

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Tenían a 4 personas con contrato a 20 horas semanales y a otras 3, que se iban a convertir en 5, en período de prueba trabajando de gratis

A media tarde, el gerente que me había hecho la entrevista estaba sentado con un chico en el mismo sitio que me sentó a mí. No es que sea yo un hombre celoso, pero en varios viajes bien disimulados al office donde estaba el lavavajillas del local puse la oreja en su conversación. Así es como averigüé que no solo iba a entrar de prueba ese chico, sino también otra mujer que vino al local justo después. Aquello era, literalmente, el business del siglo para los franquiciados de la cadena de ese restaurante.

Tenían a 4 personas con contrato a 20 horas semanales y a otras 3, que se iban a convertir en 5, en período de prueba trabajando de gratis. Bueno, de gratis no. Os recuerdo que me había gastado 30 euros en la camisa y casi 10 en transporte público. Casi todos los trabajadores, además, estábamos en cocina, porque en el restaurante el pedido lo vas a buscar a la ventanita de cocina y no hay servicio de mesas. Un negocio redondo, se ahorraban la mitad de los trabajadores.

En ese momento me intenté convencer de que mi período de prueba iba a acabar en un día y de que, con suerte, me iban a hacer contrato. La suerte estaba echada. Aunque me intentase convencer, mi cabeza solo podía pensar en que yo no era más que otro un estudiante que iba a rotar durante una semana en el local y me iban a poner de patitas en la calle. Realmente era lo más lógico viendo la dinámica: los franquiciados usaban a 4-5 personas que mantenían una semana sin coste alguno y luego los echaban y buscaban a otros. Me sentía utilizado, me sentía sucio. Aún así, no quise aceptar la realidad y volví al día siguiente a trabajar.

En ese cuarto día tuve otra sorpresa más que, por razones obvias, ya no me sorprendió tanto. En cocina había un chico de Cuba llamado Cristian que sí que tenía contrato, era uno de los 4 afortunados. Afortunado por llamarlo de alguna forma, porque me comentó airadamente que llevaba un mes y medio allí con contrato y aún no le habían pagado nada. Que llevaban más de medio mes de retrasos de sueldo. Mi enfado interior fue monumental, contra esos explotadores y conmigo mismo por haber perdido 4 días trabajando para nada. Cuando acabó la jornada el gerente vino a hablar conmigo para ofrecerme un contrato laboral después de otros dos días de prueba y le dije que no dando excusas de familiares que necesitaban mi ayuda.

Así cerré un capítulo de 4 días trabajando en un restaurante de comida rápida. La experiencia general es de desagrado, con un déficit de 40 euros habiendo trabajado más de 20 horas, aunque más desagrado tendrán los tres gerentes del local cuando les llegue la denuncia y la inspección laboral por tener a gente trabajando sin contrato y en período de pruebas sin remunerar. La venganza es un plato que se sirve frío y, a veces, con lágrimas de pollo y salsa miel-mostaza.