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Surf en la Barceloneta, parece un chiste pero no

Los surfistas de Barcelona han pasado de objeto de burla a atraer grandes marcas y negocios del sector. Con temporal, una plaga de neoprenos se pelea por las olas, incluso bajo la sombra del hotel Vela.

Sí, en la Barceloneta también se hacen 'tubos'.

Barcelona no es Malibú. Pero cuando sale el sol, los lugareños lo olvidan y la Barceloneta se convierte en un trasunto mediterráneo de California. Shorts imposibles y camisetas de pezón al aire, gimnasios al aire libre de reminiscencias carcelarias y decenas de adeptos a deportes inéditos en una ciudad que hasta 1992 no descubrió que tenía playa.

Cuando el tiempo acompaña, los patinadores esquivan a turistas entre la playa de Sant Sebastià y las Torres Mapfre. Hippies de marca hacen equilibrios entre palmeras y seres salidos de los 80 practican 'roller dance' a la sombra del complejo de Desigual. Y -aunque no lo creas- cuando se levanta la más mínima sospecha de olas, cientos de bultos negros sobre tablas blancas flotan como bolsitas de té a la espera de que se pueda hacer surf.

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La temporada para el surf en Barcelona se limita a un periodo irregular entre otoño e inicios de primavera. Unos meses en los que cientos de aficionados analizan las previsiones con ojos de yonqui. La llegada de temporales remueve kilos de basura en el agua pero, también, una resaca con series de olas surfeables en los 'spots' conocidos como Killers, Tyson o bajo la sombra del hotel Vela.

Minoritario durante décadas, las risotadas cuando aparecía un surfer barcelonés por Zarautz todavía se escuchan. Sin embargo, ahora es una de las modas que Barcelona deglute puntualmente en su dieta cosmopolita. Sus 'spots' han pasado de ser comicastros de segunda a una fuente de riqueza, descubierta ya por el olfato de las marcas del sector.

La evidencia más pornográfica de ello es la apertura en 2013 de la mayor tienda en todo el Estado del gigante australiano Quiksilver, un enorme local de 500 metros cuadrados erigido sobre un edificio abandonado durante tres décadas y que la marca surfera ha reformado a un coste de 1,5 millones de euros. Una inversión que ilustra la locura que actualmente envuelve al surf en Barcelona.

"¿Por qué aquí y no en Cantabria o Euskadi? Todos quieren estar ahora en el escaparate de Barcelona, aunque no les resulte rentable". Así lo afirma Jordi Forner 'Bolas', con un tatuaje de tintes marineros en el antebrazo donde se lee 'Locals Barceloneta' como declaración de intenciones.

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Forner, una de las leyendas locales, representa como pocos la esencia del surf barcelonés. Rostro de la quinta generación de su familia en la Barceloneta, es testigo de excepción de la aparición de las primeras tablas en aguas de la capital catalana. Sobre todo porque una de ellas fue la suya. Corría 1986 cuando su padre, el fotoperiodista Vicenç Forner, le fabricó una supuesta tabla de surf harto de escuchar suplicar a su hijo de ocho años. "Gruesa como una puerta, sin quilla y con una barra en el centro que la hacía indestructible. Pagaría lo que fuera por tenerla aún", recuerda.

Los críos que se juntaban en el Club Náutico fueron los pioneros de un deporte sin referencias palpables. "Veíamos a los que hacían windsurf y empezamos a jugar con sus tablas". No fue hasta los diez años cuando logró que un australiano que trabajaba en el Salón Náutico le vendiera una tabla de verdad. "Una Hot Buttered por la que mi padre tuvo que negociar".

Los chavales del barrio evolucionaron viendo vídeos Beta y en el agua, sin nadie que los molestara, a excepción de unos cuantos extraños en el barrio. Pocos, porque la zona en aquella época era gris, cerrada y de acceso incómodo. Entre el Rompeolas en el que se echaban polvos y que inspiró a Loquillo y la 'escullera', adentrarse era sinónimo de esquivar a mangantes o "de que te limpiaran el coche", recuerda Forner. Sólo un cartelito recordando que eras del barrio te salvaba de volver sin radio y sin ropa seca.

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La fisonomía de la zona cambió a partir de las Olimpiadas y la afición por el surf sufrió poco después una primera época dorada. "Cuando se hizo famosa 'Le llaman Bodhi' se notó cierta euforia, pero fue a partir de 1996 cuando pasamos de ser tres a ser muchos más". Fue cuando el hardcore de Pennywise y Bad Religion decretó la llegada de una nueva estética a la ciudad y se abrieron las primeras tiendas especializadas.

La última época de fulgor arrancó hace varios años. Los días buenos, no menos de 250 surfers ocupan la playa de Sant Sebastià, sin contar el núcleo local en Killers y la poblada Tyson. El espectáculo para quienes observan es digno de fotografiar. La incomodidad dentro del agua, también. "Cuando empezábamos, esperabas horas en la arena a ver si aparecía alguien con quien entrar y hablar. Ahora esperas para ver si salen".

Jordi Forner con 8 años, sobre la tabla que la fabricó su padre en los años ochenta.

De la mano de la tendencia han surgido también locales que ofrecen "desayunos californianos" y "fast food pero healthy"; tiendas de precios disparados; y escuelas de renombre hasta ahora sólo dispuestas a poner su nombre en 'spots' fiables. Es el caso de Pukas, marca vasca de influencia internacional y en cuyo equipo profesional milita Aritz Aranburu, único surfer del país en entrar en el mismo circuito en el que compiten leyendas como Kelly Slater.

La presencia de las escuelas, no obstante, es vista con desconfianza entre algunos locales. "Hasta hace nada se reían del surf en Barcelona. Ahora, al ver que cada verano se plantan quinientos tíos de aquí en Euskadi dispuestos a gastarse el dinero han decidido probarlo. Acabarán yéndose".

Además del natural incordio en el agua, con olas en las que parece que reme toda Barcelona, a Forner también le incomoda la multiplicación de negocios. Sobre todo porque él mismo cuenta con uno: una tienda y un club conocidos como 'Locals Barceloneta'. 'Bolas' reconvirtió en 2010 el taller de estructuras de hierro que tenía en primera línea de playa en uno de los locales de referencia para los 'riders' locales.

Cerca de él se erige la gigantesca sede de Quiksilver, otros que augura que acabarán yéndose de la ciudad cuando vean que el globo se desinfla. "Tienen una ropa estupenda y los dependientes más guapos de la ciudad. Pero al fin y al cabo, a las marcas les da igual lo que pase en el agua. A los que estamos aquí desde siempre, no".