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Tuve un tatuaje en la cara durante una semana

No quiero volver a escuchar la frase "Que pasa Mike Tyson" en mi vida.

Hace unos años estaba en la tienda de ropa de mi amiga cuando llegó un hombre con la cara tatuada. Le preguntó si le podía cambiar un billete de diez. Laura, una chica generalmente amable, lo mandó a la mierda y le pidió que se fuera. Cara tatuada y yo nos quedamos atónitos. Cuando le pregunté por qué lo había hecho, me dijo: “Cuando te haces un tatuaje en la cara, estás tomando la decisión de aislarte de la sociedad. Me estaba pidiendo a gritos que lo echara”.

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En ese momento estuve de acuerdo (porque quería acostarme con Laura), pero después comencé a cuestionar su postura. ¿La gente que se tatúa la cara realmente quiere que la traten como basura? La respuesta es un obvio “no”. Pero tenía que averiguarlo por mí mismo. Cuando VICE me pidió que caminara por ahí con el rostro decorado cual perroflauta anarquista, no me lo pensé dos veces.

Haciéndome el “tatuaje”
El primer paso era encontrar a alguien que hiciera el trabajo. Encontré a una maquilladora experta llamada Rachel Renna en Craigslist, quien aceptó venir a mi casa parar pintarme un tatuaje tribal en el rostro. Me dijo que el “tatuaje” duraría tanto tiempo como yo quisiera siempre y cuando me hiciese algunos retoques menores todos los días, y que sólo me lo podría quitar con alcohol del 99%.

Sólo para que lo sepáis: no tengo ningún tatuaje y probablemente nunca me haré uno, porque seguro que una vez me lo hiciese, ya nunca podría parar y terminaría como ese tío que parece un gato. Lo que sería genial es que fuese alérgico al sexo.

Rachel llegó y empezó a trabajar en el tatuaje mientras miscompañeros de piso se reían de mí y me llamaban Lil Wayne. Me puse nervioso. Todos tienen una imagen de quiénes son en la cabeza, y esa persona definitivamente no era yo. La gente que hace esto de verdad debe tener un ego enorme, o quizá no tengan ego alguno.

Los primeros días
Cuando tienes un tatuaje en la cara la gente te puede mirar de dos formas distintas: la mirada larga y la mirada rápida. La mirada rápida es cuando te echan un vistazo breve y sus ojos se desvían de inmediato hacia el suelo, y sabes que están pensando: “¡No mires, no mires, no mires!” La mirada larga es cuando la gente se queda paralizada, y ves que están confundidos y molestos, y sientes que quieren gritarte, pegarte en la cara, o llamar a tu madre para decirle que debió haberte abortado. Sea como sea, ambas miradas te hacen sentir socialmente superior y completamente incómodo.

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Durante todo el día me estuve encontrando con personas a las que conocía. Sus críticas sobre mi última elección iban desde: “te has arruinado la cara” hasta “te has arruinado la vida”. Al final, toda esta atención se me hacía tan molesta que ya no podía con sus miradas y me fui a casa a encerrarme en mi cuarto como un gótico adolescente encabronado.

Después recibí un mensaje de unos amigos para que fuéramos a un bar. Pensé que ir a tomar algo me ayudaría a estar de mejor humor, así que yo y mi estúpida cara salimos de la cama y decidimos ir a donde estaban ellos. Mis recuerdos de esa noche son un poco turbios, pero recuerdo que unos tíos fuera del bar me dijeron: “¿Qué pasa, Mike Tyson?”

A la mañana siguiente desperté con resaca y con cara de haberme tomado demasiados long islands en el bar. Se me había corrido el maquillaje y tenía un aspecto asqueroso. La frente y la nariz se habían despintado por todo el sudor de la borrachera de la noche anterior, así que mi novia me ayudó a arreglarme la cara. Terminé con pintura en las mejillas y en los pómulos, pintura que según ambos antes no tenía, y ahora sí que parecía un Mike Tyson canadiense, peludo y afeminado.

Ir a trabajar

Trabajo de camarero en un restaurante casual. Le escribí a mi gerente unos días antes para contarle lo de mi tatuaje y preguntarle si todavía podía ir a trabajar. Me dijo que no les gustaba la idea, pero siempre y cuando no tuviera un pito tatuado en la cara, no habría problema. También me dijo que si el dueño del restaurante llegaba y me veía así, me diría que no podía trabajar y me enviaría a casa. En secreto, tenía la esperanza de que me echaran.

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La mayoría me ignoró, pero algunas mesas con borrachos entablaron una conversación sobre mi cara. Un par de treintañeras me adularon y me dijeron: “Me pregunto qué clase de cosas jodidas deben pasarte por la cabeza”. Pude sentir como me desvestían con los ojos y me ponía nervioso cada vez que pasaba junto a ellas. Otro tío dio un apretón de manos y me dijo: “Felicidades. Tu vida ahora es un teatro”.

Sobreviví toda la noche sin que me despidieran. Lo cual fue una lástima porque llevaba días mandando CVs para otros trabajos de camarero en Craiglist, por si acaso. Incluso me llamaron para una entrevista. El día de la entrevista me levanté temprano, me arreglé y salí hacia la entrevista en un restaurante casual en el distrito financiero de Toronto.

Mi jefe potencial suspiró y se quedó mirándome mientras me invitaba a sentarme. Vio mi currículum y me dijo que tenía mucha experiencia en la hostelería. Me preguntó cuál era mi fuerte, si ser camarero o estar en la barra. Le dije, seguro de mí mismo y con todo lujo de detalles, que era bueno para ambas cosas. Mi respuesta fue recibida con un: “perfecto, nos pondremos en contacto contigo en una semana”, mientras se detenía y me mostraba la salida. Le di las gracias por su tiempo y nos estrechamos la mano. La entrevista duró menos de cinco minutos.

Sorprendentemente, nunca me llamaron.

Los últimos días

Mi novia me dijo que el tatuaje estaba afectando a su forma de verme. Me enfadé, nos peleamos y terminé riendo mientras le decía: “¡Sigo siendo la misma persona debajo del tatuaje!” Cursi pero cierto.

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Decidí que no podía dejar que el tatuaje me venciera, que haría algo que me hiciera sentirme bien conmigo mismo.

Así que fui a visitar a mi primo y a su hija de un año, Ariyah, en los suburbios. Ariyah es adorable y siempre me siento bien después de pasar un rato con ella.

Ariyah lloraba cada vez que me veía. Estoy seguro de que la dejé traumatizada de por vida. Cuando sea una adolescente no confiará en mí y no sabrá por qué.

Resignado a una vida de ridículos, salí a tomar algo con unos amigos. Nos sentamos, y una mesa del otro lado del bar no dejaba de hacerme sentir incómodo, así que decidí retarlos a un juego de miradas. Una chica se paró, caminó hasta mí y me dijo: “Eso no puede ser de verdad”. Cansado de esta conversación, pero decidido a no joder la farsa, le dije: “Es real”.

“Pero no parece que seas un drogadicto. No puede ser real”. Insistió en tocar mi cara y comenzó a manosearme agresivamente. Intenté quitármela de encima pero tenía la fuerza de una chica borracha y tuve que dejar que me tocara.

El maquillaje que llevaba era bueno, así que no se corrió. Miró sus dedos, dio un paso hacia atrás y dijo: “Dios mío…” Fue al baño y regresó con una toalla mojada para intentar despintarme la cara. Finalmente acepté mi derrota y le dije que era falso.

Conclusión
Admito que tener un tatuaje en la cara fue divertido gran parte del tiempo, y quitármelo me hizo sentir que me faltaba algo. En toda la semana nadie me dio una buena razón para no hacérmelo de verdad. No tienes que preocuparte por ser invisible, todos notan su presencia, los extraños se te acercan, algunos incluso se esfuerzan en mostrarte su indiferencia por tu decisión de arruinarte la cara y te invitan a unos tragos o te sonríen en exceso y te dan la mano, emocionados. Claro que no puedes conseguir un trabajo decente, y tu novia piensa que tu nuevo look es un matapasiones, pero la parte más difícil de tener un tatuaje en la cara es pasar todo el día explicando tu estúpida decisión a todos tus conocidos.