Las siete grandes traiciones en el fútbol argentino

Artículo publicado por VICE Argentina

Es difícil establecer los límites de la traición en el fútbol argentino, y es probable que en el futuro se vuelva imposible si continúa el desbalance total de recursos los económicos entre equipos grandes y chicos, a su vez la distancia que Boca y River establecen respecto al presupuesto de San Lorenzo, Racing e Independiente. En pleno proceso de gentrificación futbolística, fotos como la de Mauro Zárate con la camiseta de Boca luego de jurar que sólo jugaría en Vélez Sarsfield no deberían llamarnos tanto la atención si miramos al pasado más o menos lejano. El único inconveniente es que pronto ni notemos el cambio total de paradigma. Pero centrémonos en siete casos de los más atractivos por la controversia que generaron y cómo evolucionaron con el tiempo.

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Oscar Ruggeri y Ricardo Gareca

Oscar Ruggeri y Ricardo Gareca (de Boca a River, 1984)

Acaso la traición más recordada de la historia del fútbol argentino, dos jóvenes ídolos huyendo desde el convulsionado Boca de los 80 al River que apenas algunos años después sería campeón de la copa Libertadores e Intercontinental. Un año antes de México 86, el Cabezón y el actual técnico de la selección peruana eran titulares en el club de la Ribera, pero hacía dos años que jugaban sin contrato y cobraban esporádicamente porque el club atravesaba una debacle económica desencadenada, en parte, por la costosísima compra de Maradona en 1981, sumada a la turbulencia habitual de la moneda argentina. Harto, el plantel completo de Boca hizo huelga. En el revoleo, el presidente de River, Hugo Santilli, más la inestimable complicidad de la superestrella de los representantes Guillermo Cóppola, urdieron la mudanza de Ruggeri y Gareca. De la noche a la mañana, los dos comenzaron a entrenar en Núñez rodeados de periodistas y fotógrafos. La situación fue un escándalo absoluto del que todavía, 34 después, no logran despegarse del todo. Hay un dato no menor que la historia fue opacando: en la transferencia, dos jugadores de River pasaron a Boca, que a la postre terminaron siendo importantes para su nuevo club: el Chino Tapia y el Vasco Olarticoechea, este último también esencial para en la Selección de Bilardo. Respecto a ellos dos, es improbable que algún hincha de River los considere hoy traidores.

Claudio Marangoni

Claudio Marangoni (de Independiente a Boca, 1988)

Elegante 5 del Independiente copero de Pastoriza y gran socio de Bochini, es famoso en Avellaneda por presionar para ser vendido a Boca. Pastoriza se iba a dirigir a Boca y él lo acompañó, dejando de lado el cariño de la hinchada, que rápidamente se transformó en odio, el cual todavía perdura. En una entrevista en la recientemente desaparecida El Gráfico, Marangoni opinaba: “peor hubiera sido la indiferencia. Creo que me putearon tanto que se notaba que me querían mucho”. Bonus track: Pastoriza también tiene su expertise en traiciones: como jugador debutó en Racing, para luego jugar en Independiente y ser uno de los dioses del panteón Rojo.

Jota Jota López

Jota Jota López (de River a Talleres y de ahí a Boca, 1982-1983)

Surgido de las inferiores y con 84 goles en River durante los 70, hacia el final de su carrera se fue por desavenencias con la dirigencia al Talleres de Córdoba que dirigía Ángel Labruna –dato de color: varios años después, jugaría también ¡en Belgrano!-, para terminar en 1983 jugando en el archirrival. Debutó justo ese verano contra River en Mar del Plata, y ganó los tres superclásicos que hubo en el único año con la legendaria camiseta que tenía por sponsor “Vinos Maravilla”. Aunque lo putearon en arameo desde las tribunas millonarias, Juan José asegura que nunca escuchó que lo insultaran (Freud alert). Nunca pudo o supo explicar por qué irse a Boca. Y quizás esta traición quede por siempre soslayada por su involucramiento directo con la mayor catástrofe de la historia del club de Núñez: fue el DT del espantoso equipo que descendió en 2011. Una infamia tapa la otra, y no falta hoy riverplatense que oiga su nombre y se toque ciertas partes izquierdas del cuerpo.

Gabriel Cedrés

Gabriel Cedrés (de River a Boca, 1996)

El 26 de junio de ese año, el enérgico volante uruguayo daba la vuelta olímpica con River por la Libertadores. Poco más de un mes después, ya entrenaba en Casa Amarilla. ¿Qué pasó? Él siempre afirmó que se trataba de un ofrecimiento tentador por parte de Carlos Bilardo, DT de ese Boca repleto de estrellas que no logró ser campeón pero que tenía a Diego y Caniggia a los besos (el Hijo del Viento también es otro que atendió por los dos mostradores: surge de las inferiores de River en los ochentas, pero nadie se lo reprocharía jamás). La trastienda cuenta que se fue luego de un enfrentamiento con Ramón Díaz. “En Boca te aplauden por barrer, en River por tirar un caño”, dijo alguna vez, identificando sin tapujos su garra carbonera –jugó mucho tiempo en Peñarol- con club de la Ribera.

Toresani y Maradona

Julio César Toresani (Unión, River, Boca y Unión)

El Huevo probablemente sea, ateniéndonos a los aspectos formales, uno de los traidores más famosos del profesionalismo nacional. Hay algo que ocurre en los clásicos del interior del país: no se te ocurra jugar para el archirrival porque la ciudad es chica y te vamos a joder la vida para siempre. Dúctil volante por las bandas, nunca parece haberle preocupado tal cosa como el amor a la camiseta. Debutó en Unión de Santa Fe en 1986, pasó por River y luego llegó a Colón, donde se convirtió en referente, para el odio total del hincha tatengue. Con la camiseta del Sabalero, en 1995 fue receptor de una de las frases más recordadas de esa versión del Diego con la banda de pelo teñida de amarillo: “Segurola y Habana 4310, séptimo piso”, inmortal invitación a pelear en la puerta de su casa luego de un partido picante en la Bombonera ( disclaimer: buena parte de los noventas en el fútbol argentino están estructurados bajo frases del Diego, por lo que todos los caminos y los links conducen a él). Sin solución de continuidad, un año después Toresani pasaba a integrar el plantel de Boca. Con Maradona como compañero, claro.

Alberto Rendo

Alberto Rendo (de Huracán a San Lorenzo, 1965)

Este caso es muy particular y se remonta a la era previa al big bang havelangista del fútbol como commodity. Alberto el Toscano Rendo nació en el barrio porteño de Parque Patricios y debutó en Primera con la camiseta de Huracán en 1958, pero en 1965 una asamblea de socios del club decidió aceptar una jugosa oferta de San Lorenzo. “El presidente del club tenía una funeraria”, cuenta el Toscano, “y los hinchas la destruyeron a piedrazos cuando se enteraron”. Sin embargo, Rendo fue uno de los protagonistas del plantel de los Matadores, ese legendario San Lorenzo que fue el primer campeón invicto de la historia del fútbol argentino. Hay veces, muy pocas pero el caso de Rendo lo prueba, en que la traición y el heroísmo pueden coincidir: el ya anciano Toscano puede sentarse hoy en el Ducó o en el Nuevo Gasómetro y quienes lo identifiquen lo van a aplaudir por igual.

José Sand

José Sand (de River a Banfield y luego a Lanús)

Junto con Lautaro Acosta, probablemente sea el mayor ídolo del club en la actualidad, a pesar de haber tenido un paso previo por el enemigo del barrio, el Taladro. Sin embargo, la traición de Sand pivota siempre con más potencia respecto de su club de origen, donde fue goleador histórico de las inferiores y que durante la lamentable presidencia de José María Aguilar dejó de ser tenido en cuenta de un día para el otro. Banfield es el primer lugar donde el correntino recaló en su diáspora profesional (suma quince equipos en su carrera, desde La Coruña hasta uno de esos clubes qataríes que se llaman todos igual, Al-Ain o Al-Hittiyad, a quién le importa si los petrodólares tienen todos el mismo color), y fue protagonista de una serie de Copa Libertadores contra su ex club, haciendo dupla de nueves con Antonio Barijho, el Chipi, famoso por robarle de un tirón la cadenita de plata a un rival en pleno partido. Ahí donde estuvo, Sand se hizo querer pero también odiar, y él también devolvió gestos maravillosos a la platea, como cuando en Boca Unidos se convirtió en meme. El año pasado, cuando River fue eliminado en la misma Copa frente al Lanús finalista en una serie inolvidable, lejos de aplacar las controversias que el periodismo inflamaba, él salió a la cancha con botines azules y amarillos. El Pepe es un tipo pacífico afuera de la cancha, pero sólo afuera.