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Trabajadoras sexuales de España nos cuentan cómo es trabajar después del coronavirus

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Si pensamos en crisis, se nos vienen a la cabeza libreros, dueños de pequeñas tiendas de ropa u hosteleros como parte de los muchos profesionales o pequeños empresarios que se están viendo gravemente afectados por la tremenda crisis económica que está generando la COVID-19 y que tienen su futuro laboral y empresarial muy negro a pesar de las ayudas del gobierno y las medidas para la desescalada.

Sin embargo, ¿qué pasa con las trabajadoras sexuales que no pueden ampararse en un sistema de ERTEs o de cese temporal de actividades? Porque la prostitución es un negocio al que en España se dedican directamente, se calcula, unas 300 000 mujeres y mueve una enorme cantidad de millones al año en nuestro país.

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Es por esto que, después de que el gobierno aprobara la desescalada por fases en España, decidí entrevistar a una serie de profesionales del sexo que trabajan desde Madrid para ver cómo están trabajando en la nueva normalidad.

La primera de ellas es Cristina. Cristina es una chica de veintisiete años y de origen uruguayo que lleva viviendo cuatro años en España, dos de ellos en el mundo de la prostitución como escort: “un familiar mío me consiguió trabajo de camarera, así que me vine desde Montevideo a España. Cuando me quedé sin trabajo y sin tener ni estudios ni formación concreta, no encontré otra salida que esta”, me cuenta.

Cristina no ha dejado de trabajar ningún día desde que se decretara el estado de alarma en España a mediados de marzo, por lo que las diferentes fases de la desescalada tampoco le van a afectar demasiado. Ella trabaja en una especie de “cooperativa del sexo”, como ella misma lo define, cerca de la parada de metro de Goya, en el barrio de Salamanca: “por cada hora cobro ochenta euros. La mitad se lo lleva la casa y la otra mitad yo”.

“Cuando empezó el confinamiento, dejaron de venir algunos clientes, pero empezaron a volver pronto. Muchos hombres con los que me acuesto tienen dinero y viven por la zona, así que no les ha importado saltarse el confinamiento para nada. Imagino que ese tipo de personas no les tienen miedo a las multas. Desde que Madrid entró en la fase uno y la gente se empezó a reunir más, la clientela ha aumentado. De hecho, me atrevería a decir que en la fase uno tenemos más clientes que antes de que empezara todo lo del coronavirus. Supongo que los chavales jóvenes vuelven a la rutina de salir a tomar una cerveza con los colegas y acabar yéndose de putas. Eso os gusta mucho aquí en España”.

“No se puede poner en la entrada a tomarle la temperatura a todos los clientes que vengan. Sobre todo, porque no volverían”

“A pesar de que tenemos un puertas siempre por la casa”, continúa diciendo cuando le pregunto si han tomado – o van a tomar – alguna medida para prevenir la transmisión de la COVID-19, “no se puede poner en la entrada a tomarle la temperatura a todos los clientes que vengan. Sobre todo, porque no volverían. Esto es un negocio ilegal, que a la gente no se le olvide”.

Cristina me cuenta que como escort se ha acostado con gente con mucho dinero e incluso algún famoso, y me contó que durante la cuarentena, un cliente de este tipo le pidió que fuese hasta su casa. “Normalmente no suelo ir a las casas, ya que, si quieren que me desplace, solo acepto los hoteles por seguridad. Además, que en ese momento no estábamos ni en la fase cero así que me podían multar sin problema, pero el cliente era tan importante que mis jefes me dijeron que cogiera este trabajo, que ellos me pagaban la multa si pasaba algo”.

Tras una búsqueda de unos minutos en Google, conseguí el teléfono de Charo*. Al igual que Cristina, Charo también procede de Latinoamérica, concretamente de Colombia. Tiene 32 años y lleva desde los 22 viviendo en España, aunque prefirió no decir cuanto tiempo lleva dedicándose al trabajo sexual.

A diferencia de Cristina ella no es una escort de lujo de las de cita previa. Charo, que cobra cuarenta euros por cada hora de sesión, trabaja en un local con mucha menos clase que el de Cristina cerca de la parada de metro de Quevedo, entre Chamberí y Malasaña. “A mí esto del confinamiento me ha hecho polvo”, me dice, “donde yo trabajo iban chicos borrachos por la mañana que volvían de copas de la zona de Tribunal, pero claro, ahora no hay fiestas”, me comenta.

“Normalmente mis chicos”, como cariñosamente llama a sus clientes, “salían a desfasar con la esperanza de que iban a ligar, pero no. Los pobres se ponían de alcohol y cocaína hasta las cejas y luego se venían aquí a rematar la faena a base de tarjeta de crédito. Como se metían coca, pues no se les levantaba y muchos no podían ni follar. Me tenía que tirar una hora chupándoles la polla porque no había forma de que empalmaran. Es lo que tiene la droga”.

“Me da bastante miedo contagiarme porque todos los que vienen aquí son de su madre y de su padre y a saber qué han hecho antes, pero dime: ¿qué hago?”

“A pesar de que me he pasado todo el confinamiento metida en la casa esperando a que viniera alguien, no hemos tenido suerte. Ni yo ni mis compañeras. De momento, hasta que Madrid no pase a la fase tres y vuelvan a abrir las discotecas, supongo que estaré aquí adornando la habitación y que no tendré ni un cliente. Llevo sin trabajar desde el último día que se pudo salir de fiesta. De hecho, cuando me has llamado y me ha sonado el teléfono, me he hecho ilusiones porque he pensado que podía ser un cliente. Aunque a mí nadie me pide cita previa. Todos venían al burdel por las mañanas”.

“También te digo que, cuando venga el primer cliente voy a tener un poco de miedo”, prosigue. “Me da bastante miedo contagiarme porque todos los que vienen aquí son de su madre y de su padre y a saber qué han hecho antes, pero dime: ¿qué hago? ¿les digo que me toquen las tetas o el culo con guantes? ¿les hago las mamadas con condón? Como haga eso, aquí no vuelven jamás. Y mi jefa me diría que yo tampoco vuelva”.

Charo tiene que pagar el tratamiento de leucemia de su madre en Colombia y no tiene otra opción que seguir trabajando a pesar de las condiciones. “Mi madre lleva unos meses sin recibir dinero y ha tenido que dejar su tratamiento. Si no quiero que se muera, tengo que tragarme la mierda de todos mis clientes, de verdad que no me queda otra. ¿Quién me va a dar a mí trabajo si mi única especialidad es hacer que un tío se corra en 45 segundos?”.

Con el estómago hecho un estropajo tras las declaraciones de Charo, colgué el teléfono y marqué el móvil de Eva, una buena amiga que también se dedica la prostitución para preguntarle cómo iba a afrontar ella la desescalada y la famosa “nueva normalidad”.

“A lo mejor me planteo comprar test rápidos para ver si tienen el virus antes de dejarlos pasar a mi casa. Depende de lo que cuesten”

Aunque antes me refería a Cristina como una prostituta de lujo que genera ochenta euros por cada hora de sexo, hay un nivel aún más alto de lujo en este turbio mundo de degenerados. El siguiente nivel sería el de Eva que además de scort de lujo independiente, es una artista conceptual de 35 años de origen cordobés: “los puteros me pagan las facturas. El resto del tiempo me dedico a pintar o a esculpir”. En la mayoría de sus sesiones finge ser la pareja del chico y cobra por hora la friolera de setecientos euros, ya sea mediante tarjeta de crédito o en efectivo.

Eva dejó de trabajar incluso antes de que el gobierno decretase el estado de alarma, “para algunas cosas soy muy hipocondriaca y ya desde finales de febrero dejé de recibir clientes”, me dice. “Por suerte tengo bastante dinero ahorrado y puedo permitirme estar unos meses sin facturar”.

Eva está dada de alta como autónomo y factura como asesora independiente, “declaro hasta el último euro que gano” me cuenta. “A Hacienda, mientras le sigas pagando, le da exactamente igual qué asesores (risas). Además, como todos mis clientes son habituales y la mayoría de ellos ganan mucho dinero y tienen empresas, luego se desgravan la factura. Al final ganamos todos. Y sí, por si me lo vas a preguntar, pago el tipo máximo de IRPF”.

A pesar de sus reticencias a trabajar durante la cuarentena me cuenta que a principios de abril todo cambió: “me llamó uno de mis clientes más habituales, un empresario muy importante de Madrid y, como te podrás imaginar, tiene mucho dinero. El tío me hizo una propuesta que me dejó loca: me propuso mudarme a su chalé con él a cambio de diez mil euros al mes. En negro, eso sí, pues me dijo que me los daría al principio de cada mes y por adelantado en un maletín”.

“Me dijo que no tenía que hacer nada en concreto, solo estar con él durante la cuarentena y hacerle compañía, pues vive solo. Podía llevarme todos mis cacharros de arte y hacer lo que quisiera durante todo el día y que solo tendríamos sexo cuando a mí me apeteciera. Al principio me pensé su oferta, pero luego la acepté. Joder, diez mil euros al mes por vivir en un chalé a mesa puesta, dime tú qué harías. Ahora mismo te hablo desde el porche de su patio”, me cuenta mientras sigo atónito.

“Aun así, aunque poco a poco vayamos pasando de fase y la gente pueda empezar a venir a verme, creo que, por lo pronto, no voy a aceptar visitas. Esperaré hasta que todo esté completamente tranquilo; no tengo prisas por trabajar. Ten en cuenta que muchos de mis mejores clientes no son de Madrid, algunos ni siquiera son de España, por lo que, aunque ya se pueda pasar de provincia a provincia o de país a país, no sé qué se puede estar cociendo en la ciudad de cada uno. Te juro que he estado hablando con un par de contactos y a lo mejor me planteo comprar test rápidos para ver si tienen el virus antes de dejarlos pasar a mi casa. Depende de lo que cuesten”.

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