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Otra enfermedad letal mundial podría estar escondida en la Amazonía

The red dust of the BR230 highway, known as "Transamazonica", mixes with fires at sunset in the agriculture town of Ruropolis, Para state, northern Brazil, on September 6, 2019.

Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos.

LIMA, Perú – Al principio, un joven agricultor del pueblo de Samuzabeti, en lo profundo de la Amazonía boliviana, empezó a sufrir fiebre y dolor de cabeza. Unos días después, sus huesos le punzaban de dolor. Luego comenzó a vomitar sangre.

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En dos semanas, el joven de 22 años previamente sano murió.

Los médicos que analizaron muestras de su cadáver identificaron la causa de esta extraña enfermedad similar al ébola como un miembro previamente desconocido de la familia de los arenavirus. Lo llamaron virus Chapare, en honor a la sofocante región cocalera donde se encuentra Samuzabeti.

Desde ese pequeño brote en enero de 2004, no se ha visto ni escuchado del patógeno de nuevo, al menos no en la comunidad científica. Sin embargo, es casi seguro que todavía está al acecho, en alguna especie huésped desconocida.

La razón de que el nuevo coronavirus haya resultado en una pandemia que paralizó al mundo mientras que el virus Chapare desapareció después de reclamar una sola vida es una historia complicada que involucra una serie de factores biológicos, geográficos y humanos.

Pero el caso pone en evidencia el creciente riesgo de que la próxima enfermedad letal que azote repentinamente al planeta surja del Amazonas, la selva tropical más grande y con mayor biodiversidad del mundo, a medida que los humanos alteren cada vez más su frágil equilibrio ecológico.

En lo referente a los factores que pueden generar nuevas enfermedades “zoonóticas”, que son las que se originan en los animales y luego saltan la barrera de las especies para pasar a los humanos, la Amazonía los reúne todos, y a una escala sin precedentes en la historia de la humanidad: deforestación masiva; seres humanos ocupando cada vez más ecosistemas tropicales degradados para talar, extraer, construir represas y carreteras, cazar, criar ganado y cultivar; más instituciones gubernamentales débiles incapaces de hacer cumplir las leyes ambientales.

La cuenca del Amazonas también tiene una gran diversidad en los tres grupos de animales que representan un mayor riesgo: murciélagos, roedores y primates. Y también suele albergar “mercados callejeros” como el de Wuhan, donde se cree que se originó la pandemia actual.

Además, existe otro peligro importante: la legendaria biodiversidad del Amazonas se traduce en una diversidad de virus extremadamente alta, gracias a la gran cantidad de especies huésped.

“Cuando sacudes un ecosistema, muchas cosas empiezan a surgir”, dice Christopher Walzer, profesor de veterinaria a cargo del programa de salud de la Wildlife Conservation Society. “El Amazonas reúne muchos de los ingredientes idóneos. Representa un gran riesgo”.

El siguiente brote en América del Sur probablemente será otra fiebre hemorrágica, como el ébola, advierte Carlos Zambrana-Torrelio, biólogo evolutivo de la organización EcoHealth Alliance, cuyo trabajo consiste en prevenir nuevas pandemias.

“En cada país de la Amazonía aparecen nuevas enfermedades con regularidad”, agrega. “La gente ya se está enfermando; pero generalmente ocurre en áreas remotas y fronterizas. Los epidemiólogos usualmente no se enteran”.

Las infecciones “zoonóticas” no son nuevas. Seis de cada 10 enfermedades conocidas son zoonóticas. Entre ellas hay de todo, desde la rabia hasta la salmonela y la enfermedad de Lyme. Han estado apareciendo nuevas enfermedades de este tipo en todo el mundo a un ritmo de aproximadamente dos por año durante el último siglo; sin embargo, ahora su aparición se está acelerando paulatinamente a medida que los humanos diezman más y más los paisajes naturales.

La EcoHealth Alliance, cuyo financiamiento gubernamental por parte de los Estados Unidos fue retirado por el presidente Donald Trump a principios de este año, ha creado una base de datos de los “eventos emergentes” potencialmente más peligrosos, incluido el virus Chapare.

Sin embargo, incluso desde la aparición del Covid-19, el Amazonas ha pasado desapercibido por muchos científicos, quienes han estado concentrando su investigación en nuevos patógenos potenciales en Asia y, en menor medida, África. No obstante, los factores de riesgo en el Amazonas son sutilmente distintos a los del sudeste asiático.

En ninguna parte del Amazonas hay una ciudad comparable en escala o conexión mundial con Wuhan, la cual tiene 11 millones de residentes y, antes de que los vuelos internacionales fueran suspendidos, tenía también cientos de pasajeros volando diariamente desde y hacia Nueva York.

Los mercados callejeros del Amazonas también son diferentes. La mayoría de los animales allí, aunque no todos, ya han sido sacrificados previamente, lo que reduce, pero no elimina, el riesgo de contagio que se da cuando los animales son sacrificados en el mercado y sus fluidos salpican a otras especies que de manera natural no habrían entrado en contacto con la sangre, la orina y los excrementos de esos animales.

Además, comer murciélagos es un gran tabú en América del Sur. Si bien el consumo de vida silvestre exótica en China ahora suele ser un lujo reservado para los más ricos, en América del Sur es una tradición y una necesidad para los más pobres, por lo que aquí no es realista simplemente prohibir su consumo, en lugar de regularlo.

El mayor riesgo se presenta en la frontera entre la tierra deforestada y la jungla sobreviviente, donde los humanos viven o trabajan dentro o al lado de ecosistemas dañados, a veces divididos en pequeñas islas de vegetación densa esparcidas entre los campos. Aquí, las especies silvestres que sobreviven frecuentemente conviven con otras de una manera que no ocurre en la naturaleza virgen.

“Una de las peores cosas que puede suceder es que haya ganado en un pequeño claro en el bosque, especialmente si hay humanos, tal vez una familia, viviendo allí mismo”, dice Walzer.

En este tipo de áreas forestales degradadas, ya están surgiendo enfermedades zoonóticas conocidas, como malaria y fiebre amarilla.

Dionicia Gamboa, especialista en investigación sobre la malaria en la escuela de medicina Cayetano Heredia de Perú, dice que si los fondos para la investigación de esta enfermedad, que mató a más de 400 000 personas en 2018, son limitados, no debería sorprendernos que los científicos estén teniendo dificultades para recaudar dinero para detectar nuevos gérmenes previamente desconocidos.

“Debido a que la malaria en Perú no mata a un número de personas tan alto como en África, no recibe mucha atención”, dice. “Aunque sigue teniendo un gran impacto. La gente se enferma. No puede trabajar ni ir a la escuela. Y normalmente se trata de gente pobre”.

Actualmente, la Organización Mundial de la Salud está monitoreando las amenazas potenciales en la Amazonía a través de una organización llamada el Centro Panamericano de Fiebre Aftosa y Salud Pública Veterinaria (PANAFTOSA), creada originalmente en la década de 1950 para prevenir la fiebre aftosa. Esta organización se enfoca en el ganado en lugar de la vida silvestre o los ecosistemas, y depende en gran medida de la voluntad política y la capacidad técnica de cada nación amazónica. “No vimos venir el Zika o el Chikungunya”, admite la investigadora Ana Riviere-Cinammond.

Zambrana-Torrelio cita a Brasil, Venezuela y Bolivia, su propio país, como tres naciones que han hecho muy poco para anticipar nuevas enfermedades provenientes de la selva. Dice que el único país del mundo que ha establecido un sistema de alerta temprana que se enfoca simultáneamente en la salud animal, ambiental y humana es Liberia, que pasó por un brote devastador de ébola entre 2014 y 2016.

Evitar estos riesgos, en el Amazonas y otros lugares de los trópicos, sería bastante costoso. Los investigadores han calculado que tomar todas las medidas necesarias para reducir la deforestación, establecer un sistema mundial de alerta temprana zoonótica, acabar con el tráfico ilegal de vida silvestre e implementar mejores estándares agrícolas tendría un costo neto de entre 18 y 27 mil millones de dólares por año.

Eso parece ser mucho dinero. Pero los mismos investigadores también estimaron que la pandemia actual, además de todas las vidas perdidas o destrozadas, probablemente costará 5 billones de dólares tan solo en 2020.