Medio Ambiente

Proyectos latinoamericanos que dan otra vida a los residuos

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Latinoamérica es una región abundante en recursos naturales. Desde las selvas mexicanas hasta los ríos brasileños, sin olvidar los miles de kilómetros en costas, la diversidad que existe en este territorio se puede ver desde la flora y la fauna, así como a través de tradiciones, la música y la gastronomía. De acuerdo con la revista Ciencias, de la Universidad Nacional Autónoma de México, América tropical contiene más especies de plantas y animales que cualquier otra región equivalente en el mundo, pero agregan que uno de los problemas más importantes en Latinoamérica es la pérdida de la diversidad biológica.

Además de biodiversidad otro condición que compartimos como región es la descomunal manera de generar basura. De acuerdo con un informe de ONU Medio Ambiente, cada latinoamericano genera un kilo de basura al día y la región en su conjunto, unas 541.000 toneladas cada 24 horas, lo que representa alrededor de un 10% de la basura mundial.

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Por fortuna de nosotros y de este pedazo de tierra que llamamos Latinoamérica hay jóvenes a lo largo de la región que piensan en soluciones que rayan con la magia para transformar toda nuestra basura en materias primas y darle una segunda vida a esas cosas que la mayoría damos por perdidas.

De acuerdo con una Adriana Zacarías, la coordinadora regional de Eficiencia de Recursos para América Latina y el Caribe de ONU Medio Ambiente, “lo que la economía circular nos dice es que es necesario cambiar la forma en la que actualmente producimos y consumimos, que está basada en una economía lineal de extracción-producción-consumo-desperdicio. Lo que queremos es pasar a una economía circular en la que tenemos que cerrar los ciclos de producción y mantener un flujo constante de recursos naturales”, aseguró en una entrevista para Noticias ONU. Por otro lado, de acuerdo con un informe de la misma organización, este tipo de economía podría reducir entre un 80 y un 99% los desechos industriales en algunos sectores y entre un 79 y un 99% de sus emisiones.

A continuación algunos proyectos latinoamericanos que están repensando los residuos.

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Kualiset. Convertir el rastrojo en comida

Transformar los residuos de cultivos agrícolas en setas: esto es lo que hace Kualiset, el proyecto de Pilar Martínez y Taurino Méndez, un par estudiantes de ingeniería en biotecnología de Guanajuato, México, que surge para aprovechar todo el material orgánico que generalmente los productores rurales no aprovechan o son residuos de la actividad agrícola: rastrojo de maíz, por ejemplo, o elote de maíz, paja de sorgo, incluso han utilizado bagazo de tequila y acerrín.

“Los hongos son una fuente muy buena de proteína —de acuerdo con el Centro de Investigación de Endocrinología y Nutrición Clínica de la Universidad de Valladolid, el porcentaje de proteínas en las setas se sitúa entorno al 5%, además de ser una fuente importante de vitaminas del grupo B, sobre todo B2 y B3— y los producimos por esa razón. Nuestra misión es ayudar a crecer. Ofrecemos la semilla —el micelio— a los productores y los ayudamos a desarrollar proyectos en los que ellos puedan obtener más ingresos”, asegura Taurino creador del proyecto Kualiset. “En pocas palabras, el proceso consiste en crear las formulaciones biológicas y las condiciones ambientales para tener una variedad de residuos que podamos aprovechar y podamos convertir en setas”, puntualiza.

Taurino y Pilar explican que el tratamiento consiste en varios procesos. Primero ajustan las propiedades del sustrato —su tamaño y humedad—. A este sustrato se le agregan los residuos —como bagazo de cerveza, paja o acerrín—. A esta mezcla se le da un tratamiento de esterilización a través de calor. En este sustrato esterilizado es donde se coloca el micelio. “Nosotros producimos semilla de hongo para que la gente pueda sembrarlos”, concluye Taurino, refiriéndose al micelio. “Es allí en donde va toda la parte técnica y lógica del proceso”.

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Organicum: empaques de palma para dejar atrás las bolsas plásticas

Después de formar parte de un grupo de investigación antropológico que estudiaba el mercado agroecológico del Valle del Cauca, en Colombia, Alisson Mosquera, una diseñadora industrial de 28 años, notó que los productores de la zona empacaban sus productos en bolsas plásticas, lo que contrastaba con sus ideales naturistas.

“En las fincas de la zona se pierden de 20 a 30 kilos de bagazo por cosecha, principalmente de palma y de plátano. Sin embargo, eso se puede aprovechar”, cuenta Alisson. “A partir de esa investigación notamos que las hojas de plátano y la vaina de palma son muy buenas para fabricar empaques”.

Tras notar la cantidad de desperdicios generados en la región, Allison comenzó una investigación para averiguar los materiales ideales y los procesos que se necesitarían para convertirlos en empaques. Entonces, inspirada en los bocadillos —unos pasabocas de guayaba que se envuelven tradicionalmente en hojas — y los tamales —un amasijo de verduras y carnes— envueltos en esas hojas se dio cuenta de que las hojas podrían servir como empaques pues guardaban la temperatura, tienen buena resistencia y duran en el tiempo, por lo que comenzó a probar diferentes procesos industriales hasta llegar a uno que le funcionaría.

El proceso consiste en dejar secar 24 horas el bagazo de palma y la hoja de plátano. Luego se colocan en un ambiente húmedo por 24 horas, con el fin de que el bagazo se vuelva más membranoso para que pueda ser triturado mejor. Posteriormente se tritura para generar una pasta. A esa pasta se le agrega almidón de yuca, que se utiliza como pegamento. El resultado de esa mezcla da una pasta que se puede moldear. Se deja secar uno o dos días para tener la materia prima para desarrollar los empaques, después ya solo depende de qué diseños se quieran hacer con esta. Este material se biodegrada en tres meses.

“Yo lo desarrollé para enseñarles a los campesinos de la región que utilizando los residuos que tienen en las fincas pueden empezar a hacer empaques que vayan acorde con la filosofía de su mercado agroecológico”, cuenta Allison, quien agrega que ya ha realizado talleres en la región para mostrarle a los campesinos cómo pueden producir estos empaques. “Tenemos que pensar qué más podemos hacer para dejar de consumir tanto plástico. No podemos estar consumiendo y consumiendo sin pensar en qué va a pasar con esos residuos. Aquí pasamos un rato, pero lo que dejamos es lo que se queda” finaliza.

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Ecofilter

Bajo el lema de que la naturaleza sabe cómo, Ecofilter es un proyecto mexicano que elimina las toxinas de las colillas de cigarro a partir de un hongo de la familia basidiomycete para generar pulpa de celulosa, que posteriormente puede ser utilizada para fabricar papel, cartón, o materiales aislantes.

“Se trata de utilizar residuos para generar recursos y no al revés”, me explica Paola Garro, quien junto con el biólogo Leopoldo Benitez desarrollaron este proyecto que en sus palabras “busca romper el ciclo del consumo tradicional para fomentar una economía circular”.

“La idea surgió luego de ver cómo los hongos descomponían la madera. Entonces pensé que tal vez los hongos indicados con las condiciones indicadas podrían hacer lo mismo con las colillas de los cigarros”, me explica Leopoldo, quien comenzó el proyecto como su tesis de titulación. Leopoldo investigó distintos tipos de hongos, hasta dar con uno de la familia basidiomycete; los puso con algunas colillas de cigarro y observó cómo estas empezaban a ser consumidas.

“Pensé que ya había salvado el mundo”, recuerda Leopoldo. “Pero después vimos que el hongo dejó de consumir las colillas. Había transformado un porcentaje de estas en biomasa —que puede ser utilizada para composta—, pero había dejado un residuo importante”.

Al analizar el residuo Leopoldo encontró que se trataba de pulpa de celulosa, uno de los principales materiales utilizados para fabricar papel, pero que también puede usarse para hacer cartón y materiales aislantes. Entonces, me explican, el enfoque cambió. En lugar de buscar descomponer las colillas de cigarro el equipo de Ecofilter ahora se dedica a producir materia prima a partir de estas.

“Ahora producimos entre 8 y 15 kilos de pulpa a la semana”, me comenta Paola, quien explica que por el momento se enfocan en las colillas que un equipo de voluntarios recolecta para producir la pulpa a través de este proceso. Sin embargo, ya han sido contactados por compañías de tabaco que quieren que Ecofilter se haga cargo de sus excedentes, algo que daría a este proyecto un importante impulso.

“Estaríamos hablando de un manejo integral de residuos para una de las industrias más grandes que hay”, me dice emocionado Leopoldo. “Las posibilidades son enormes. Nuestro país es un importador de pulpa de celulosa, pero con esto estamos hablando de una nueva manera de obtener esta materia prima a partir de desechos”.

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Un alto en el desierto

La región del Coquimbo, al norte de Chile, vive desde hace casi una década un déficit de precipitación del 30%, lo que ha llevado a una “megasequía” en la región, como la ha denominado el centro de estudios climáticos chileno CR2. Ovalle es una ciudad dentro de esta región, y es ahí desde donde el proyecto de Un alto en el desierto ha implementado un esquema para reutilizar el agua corriente y dar la mayor utilidad a este recurso que escasea en la región, donde más de 20 mil personas viven con 50 litros de agua al día, la mitad de los que la Organización Mundial de la Salud considera el mínimo.

“El proyecto surgió hace algunos años cuando un grupo de estudiantes y de campesinos fuimos a dar un paseo de varios días por la región, tratando de encontrar maneras de combatir la sequía”, me explica Nicolás Schneider, director del proyecto. Fue entonces que comenzaron a trabajar con métodos para recolectar la lluvia y atrapanieblas.

Después de haber trabajado con estos métodos de recolección, el equipo comenzó a investigar la posibilidad de limpiar el agua que se utiliza en los lavamanos y en las duchas para darle una segunda vida.

“Empezamos a trabajar con aguas grises, provenientes de la ducha o el lavamanos. Estos, a diferencia de la niebla y de la lluvia, tienen un flujo continuo“, explica Nicolás. Comenzamos a reciclar de manera muy artesanal con impactantes resultados. El agua se filtra y queda lista para el riego, y de esta manera no se hacen aspersiones con agua potable en una zona donde el agua escasea”.

El sistema de reciclaje cuenta con una primera etapa que consta de una rejilla que funciona como prefiltro. Esta rejilla se coloca en el lavamanos y elimina algunos elementos primarios. Posteriormente, el agua va a un estanque que recibe la descarga del lavamanos. Ahí, por medio de una bomba, pasa por un filtro hecho con carbón activado y zeolita para finalmente llegar a un segundo estanque donde se almacena esta agua filtrada, donde no debe pasar más de dos días.

“Empezamos a profesionalizar el tema de filtrados con estos materiales desde 2018, de manera ya profesional”, cuenta Nicolás. “A final de mes vamos a inaugurar 15 sistemas de “destilación” de aguas grises. Todos van a ser instalados en escuelas”.

Nicolás explica que aunque los materiales necesarios para construir el sistema son baratos, lo mejor sería contemplar estos sistemas de reciclaje hídrico desde el momento de la construcción, ya que modelar para instalarlo puede ser muy costoso. Aún así, me dice que algunos países como España ya empiezan a tener edificios con este sistema, y que él mismo busca expandir su proyecto a otras regiones con escasez de agua. “Las nuevas construcciones puedan tener contemplado el reciclaje de agua gris”, concluye. “No podemos destinar agua fresca para cosas que se pueden hacer con agua reciclada”.

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E-basura

Los residuos electrónicos son todos aquellos componentes que funcionan con energía eléctrica y cuya vida útil ha terminado. Pero no tiene por qué acabar ahí. Para Viviana Ambrosi y el equipo de E-basura —un proyecto realizado en la Universidad de la Plata, en Argentina— los residuos son la materia prima que les permite propagar conocimiento y producir computadores a partir de chatarra electrónica.

“Somos un proyecto educador y transformador”, explica Viviana, investigadora y docente de la universidad y quien desde 2009 lidera el proyecto. “Comencé a sentirme responsable por todos los residuos electrónicos que se generan. Entonces me di cuenta que sabemos muy poco de residuos de este tipo en el ambiente y la contaminación que producen — durante 2016, América Latina produjo 4.2 toneladas métricas con una media de 7.1 kilos de chatarra generada por habitante, de acuerdo con el Informe sobre Basura Electrónica de 2017 de la ONU—. El primer objetivo es sensibilizar”.

De acuerdo con un informe publicado en 2018 por la ITU —International Telecommunications Unit— en los últimos años estos aparatos han reducidos su vidas útiles, lo que ha generado un incremento en los residuos de esta naturaleza. Además, agrega el informe, estos residuos representan un riesgo para la salud al contener metales pesados. Por otro lado, el mal manejo de estos residuos puede causar que sustancias tóxicas contaminen el agua, la tierra y el aire donde son desechados.

El proyecto de E-basura recibe donaciones de personas que ya no usan sus computadores y electrodomésticos, así como de instituciones y empresas que cambian su equipo por lote. Una vez recibido, el equipo se analiza para identificar qué partes pueden ser utilizadas como repuestos. Entonces se almacena en diferentes estanterías y comienza el proceso de armado de nuevas computadoras: se limpia el equipo, se borran los datos, y se instala un nuevo sistema operativo de software libre. Finalmente se prueba el equipo y se traslada a sus futuros dueños.

Para ensamblar estos computadores reciclados, el equipo de E-basura realiza cursos de formación de reparación y armado con distintos niveles de instrucción, para que las personas interesadas en fabricar computadoras a partir de desechos electrónicos puedan aprender a realizarlo mientras dan una nueva vida a los desechos que donan al proyecto.

Viviana cuenta que reciben pedidos de distintas partes de Argentina, y que en los diez años que lleva el proyecto han podido rescatar seis mil equipos, entre computadores y componentes de los mismos. “Podemos transformar un problema en beneficios y oportunidades”, concluye. “Para qué decir que algo no sirve, si podemos encontrarle la vuelta con el trabajo de los alumnos”.