Este artículo fue publicado originalmente en Tonic, nuestra plataforma dedicada a la salud.
“¿Por qué estás pedorreándote en la cara de tu hijo?” pregunta mi mujer.
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Es una pregunta justa que merece una explicación razonable. Antes de que pueda decir algo, Charlie, mi hijo de siete años, se acerca a ella y anuncia: “Es para un experimento científico”.
Sí, eso parece correcto.
Entonces me tiro un pedo. Es un sonido glorioso. Como un coctel Molotov arrojado a una fábrica de gaitas. Charlie respira y sonríe.
“Deberías oler esto, mamá”, le dice, mientras sus ojos se iluminan como yo imagino que lo hicieron los ojos de Thomas Edison cuando descubrió las bombillas incandescentes. ¡No huele a trasero!
Esperen, puedo explicarlo.
Todo esto empezó por él. Charlie. Mi hijo curioso por los pedos.
Ser el padre de un niño de siete años me ha enseñado —o mejor dicho, me ha recordado— una verdad universal: los pedos son muy divertidos.
Ninguna persona cuerda negaría esto. Muéstrenme a alguien que no se ría cuando oye “el canto de la trucha” y les mostraré a alguien que no tiene alma.
Pero incluso un pedo estéticamente perfecto pierde su protagonismo cómico cuando llega a tu nariz. La diferencia entre un pedo entretenido y uno que arruina tu día con su espantoso hedor es como la diferencia entre una broma perfectamente construida y una que comienza con “No soy racista ni nada, pero…”
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Incluso una autoridad como San Agustín, el antiguo teólogo cristiano, señaló una vez que los “sonidos musicales” que la gente produce “desde sus traseros” pueden ser hermosos, siempre y cuando lleguen “sin ningún hedor”.
Una intelectual igual de importante, Sarah Silverman, consideró que los pedos son “el lenguaje de señas de la comedia”.
Si puedes echarte un pedo ruidoso pero inodoro en el momento perfecto —durante un funeral, una boda o cualquier reunión del estilo— serás aclamado como el Buster Keaton de esta generación. Pero apenas les llegue el tufo a tus seres queridos y te considerarán un sociópata.
He visto esta distinción flatulenta en la cara de Charlie cada vez que me tiro un pedo para hacerlo reír. Primero llegaba la expresión de alegría pura. Y luego, cuando percibía el olor, se transformaba en repugnancia. Había creado algo hermoso y luego lo había arruinado con un remate maloliente.
Quiero ser un buen padre. Y mi hijo Charlie, bueno, quiere respetar a su papá otra vez. Así que unimos fuerzas, dos mentes inmaduras de dos generaciones muy diferentes, en un intento por descifrar cómo funciona un pedo.
¿Es posible arrojar flatulencias sin generar ese olor a amoníaco? Probamos tres remedios posibles.
1. PÍLDORAS
George Preti, un químico orgánico que estudia los olores corporales en el Centro de Sentidos Químicos Monell de Filadelfia, sugirió que probáramos el subsalicilato de bismuto, el nombre científico del Pepto-Bismol.
“Químicamente, esto tiene sentido”, me dijo Preti, “ya que los compuestos de bismuto reaccionan fácilmente con los compuestos de azufre, como el sulfuro de hidrógeno, que son los principales causantes del olor de la flatulencia”.
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Charlie y yo no logramos ponernos de acuerdo sobre cuánto Pepto debía consumir.
Purna Kashyap, un gastroenterólogo de la Clínica Mayo, me dijo que la persona promedio expulsa entre 500 y 1,500 mililitros de gas cada día. Ante esta cifra, Charlie razonó que debería tomar una cantidad igual de Pepto como mínimo para contrarrestar el olor. Sin embargo, la dosis sugerida es de sólo 30 mililitros, o no más de 120 mililitros en 24 horas.
Decidí tomar la dosis máxima. Ocho cucharadas (aunque creo que Charlie sirvió de más). Me sentí mareado y desorientado, y estaba brevemente convencido de que me estaba dando un derrame cerebral. Pero logré echarme unos pedos.
El consenso: Mis pedos olían como los vestidores de un gimnasio. No eran limpios per se, pero sin duda olían a blanqueador.
Me atreví a llevar a cabo un segundo experimento con bismuto: ingerí ocho tabletas desodorantes masticables que contenían el químico subgalato de bismuto (o “C7H5BiO6”), que sirve para reprimir las flatulencias. Charlie consideró que sería “más científico”.
Mis pedos olían como los vestidores de un gimnasio. No eran limpios per se, pero sin duda olían a blanqueador.
Fue mi culpa. Sabía que era una idea terrible, pero estaba convencido de que las tabletas harían que mis pedos olieran a plátano. Resulta que sólo las tabletas tenían sabor a plátano.
No pude echarme un solo pedo durante más de tres días, mis heces eran tan negras como las pesadillas del derechista Steve Bannon, y mi aliento olía “como a mono”, según mi hijo.
2. ROPA INTERIOR
Es debatible que un hombre adulto escoja ropa interior en internet con un menor de edad. Mucho menos cuando se dan conversaciones como, “¿Estos calzones limitarán la fuerza aromática de los pedos?”
No lográbamos decidirnos entre la Flat-D, una almohadilla de tela con carbón desechable por sólo 32.95 dólares (670 pesos) más envío, y los calzones Shreddies, que aunque eran considerablemente más caros —entre 47 y 70 dólares (956 y 1,423 pesos)— se veían más cabrones.
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A diferencia de la Flat-D, los fabricantes de Shreddies no ofrecen ventajas chafas como una tela delgada y cómoda. En cambio, prometen “el mismo filtro de carbono que se usa en los trajes contra la guerra química”.
¿No mamen, quién se echa pedos tan nocivos que necesita el mismo material protector de un traje hazmat?
Entonces pedí un par de boxers Shreddies, que supuestamente “maximizan la filtración de las flatulencias y mejoran el perfil de la zona del paquete”. ¡Muy bien! No es exactamente lo que estaba buscando en este tipo de productos, pero eso de engrandecer la zona sin duda es un plus.
Los Shreddies lograron bloquear mi bouquet flatulento, pero también transformaron el sonido de mis pedos en un eco insatisfactorio. “Es como si escuchara tus pedos a través de una concha marina”, me dijo Charlie.
3. DIETA
Desde hace ya mucho tiempo he vivido bajo el principio de la rima culinaria: “Beans, beans, the musical fruit / The more you eat, the more you toot” (“Frijol, frijol, el fruto musical / Cuanto más comes, más ruido haces”).
Pero ¿qué pasa si quieres hacer lo contrario? ¿No pedorrearte menos, sino de una manera menos ofensiva? ¿Dónde está nuestra rima práctica? “Si esto decides comer y beber / ten por seguro que tus pedos no van a oler”.
Chu Yao, investigadora de la Universidad de Monash en Melbourne, Australia, ha estudiado los orígenes del olor a huevo podrido en la acústica anal. La mayoría de las flatulencias, dice, son sólo “un 99 por ciento gas inodoro y un 1 por ciento gases que contienen azufre, lo que da a los flatos ese olor acre”.
Las matemáticas están de tu lado, pero ese 1 por ciento de gases de azufre puede ser una bomba de nitrógeno.
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Los alimentos que contienen mucho azufre son exactamente los que te vienen a la mente: carne roja, brócoli, cebolla, coliflor, productos lácteos. En otras palabras, cualquier cosa de la dieta paleolítica.
Pero aquí es donde se vuelve interesante la investigación de Yao. Ella y su equipo descubrieron que la proteína que produce los pedos se volvía sustancialmente menos apestosa al añadir carbohidratos absorbidos lentamente como papas, frijoles, cereales, plátanos, trigo y espárragos, que son los alimentos generalmente asociados con las flatulencias.
Durante los experimentos de Yao con caca —tratemos de no imaginar en qué consistieron—, cuando los almidones y fructanos (azúcares encontrados en frutas y verduras) se combinaron con las proteínas, disminuyó la cantidad de sulfuro de hidrógeno hasta en un 90 por ciento, explica Yao.
El problema es que es una ciencia imperfecta. No puedes llegar con alguien y decirle “Come unos plátanos con tu filete, vas a estar bien”. La química corporal de cada persona es única.
Yao y su equipo descubrieron que la proteína que produce los pedos se volvía menos apestosa al añadir carbohidratos absorbidos lentamente.
Tampoco puedes avisarle a tu intestino “Te di unos carbohidratos de absorción lenta, así que por favor compórtate”, porque te gritará de vuelta, “Tu madre chupa pitos en el infierno” mediante un perfecto pedo demoniaco estilo El exorcista.
Pero de alguna manera eso lo hace divertido. Puedes diseñar tus propias emisiones. Cuando tratas los alimentos como productos químicos peligrosos en tu propio laboratorio casero de flatulencias, aprendes algunas cosas notables sobre tu química interna.
Aprendí, por ejemplo, que cuando Charlie bebe medio galón de leche, es capaz de producir una melodía inodora que recuerda a la canción “Jolene” de Dolly Parton.
Para mí, un sándwich de cebolla a la parrilla en pan de trigo integral, seguido inmediatamente de una cerveza, va a crear unas ventosidades estilo “El vuelo del abejorro” con el agradable aroma de un plato deflores secas aromáticas.
Ignoro por qué ocurre. Pero juro por dios que vamos a seguir investigando. Tal vez tenga que sacar a Charlie de la escuela para seguir con estas enseñanzas. Sí, sí, su educación. Pero ¿qué hay con los pedos?