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Cultură

La LSD y cómo la CIA quiso convertirla en el suero de la verdad

En su empeño por frenar el avance del comunismo en los años 50, la CIA quiso saber todo sobre la nueva sustancia descubierta por Hofmann unos años antes.

Fotogramas extraídos de YouTube

La LSD se había descubierto en 1943 por parte de Albert Hofmann. Los años siguientes tuvieron lugar los ensayos de los Laboratorios Sandoz (donde trabajaba Hofmann) con la sustancia, y a comienzos de los cincuenta comenzaron a utilizarla los investigadores y psicoterapeutas más abiertos a las nuevas tendencias. Se podría pensar que quien sacó a esa droga del ámbito clínico y experimental para llevarla a otro muy distinto fueron un grupo de drogadictos marginales, pero eso no fue así en absoluto. Quien lo hizo fue nada menos que las autoridades norteamericanas.

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El presidente Truman había ordenado la creación de la CIA (Central Intelligence Agency) en el año 1947, dado que los estadounidenses, en su empeño por frenar la expansión de los soviéticos —que llegarían a apoderarse de media Europa con sus estados satélite— no repararían en medios, lo cual iba a incluir técnicas de control mental y drogas que sirvieran como suero de la verdad, con el objetivo de interrogar a los espías del bando contrario.

Y así, cuando se introdujo la sustancia en los Estados Unidos, y tras comprobar que era eficaz en dosis ínfimas y que no tenía olor ni sabor que pudieran despertar sospechas, los servicios de inteligencia pensaron que les podría resultar útil. Por ello, la CIA deseaba saber todo sobre la LSD y sus aplicaciones, pero a principios de los cincuenta había poca información, y la que existía era de carácter clínico, que no era precisamente lo que buscaba. Cuando Allen Dulles, su director, nombró jefe de un nuevo programa a Sidney Gottlieb, dio comienzo una nueva era en lo que a investigación sobre drogas se refiere. Fue el 13 de abril de 1953, fecha de nacimiento del llamado Proyecto MKULTRA.

El concepto de 'psicosis modelo' del que hemos hablado antes encajaba bien con los proyectos secretos de la CIA. De repente, sin saberse muy bien por qué, se pagaban grandes cantidades de dinero a científicos, clínicas y laboratorios. Durante varios años, mientras a la central de inteligencia le interesó el fármaco, a través de varias fundaciones-tapadera que supuestamente se movían por fines científicos —por ejemplo, la Josiah Macy Jr. y la Geschicker—, se subvencionaron numerosos ensayos.

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Sin embargo, para llevar a cabo sus planes la CIA necesitaba la materia prima, pero las relaciones con Sandoz, la empresa en la que trabajaba Hofmann y único productor, no fueron fáciles. Antes de que la central de inteligencia dispusiera de su propia LSD, no le quedó más remedio que acudir a la compañía suiza para proveerse, que además contaba con la patente exclusiva de la producción. Los norteamericanos temían que la Unión Soviética les comprara la droga. Para empeorar las cosas, en 1951 corrió el rumor de que los rusos habían conseguido cincuenta millones de dosis.

La CIA y el Pentágono firmaron un trato con Sandoz, pero seguía sin gustarles tener que depender del suministro suizo, así que pidieron a la compañía farmacéutica Eli Lilly, de Indianápolis, que produjera el deseado compuesto, lo cual consiguió en 1954 por síntesis química, sin utilizar ergot. Y es que, según parece, el citado acuerdo también incluía que los suizos permitieran a los estadounidenses investigar sobre su síntesis.

La CIA empezó a experimentar con la LSD a toda máquina. Se saben sólo algunos detalles de esos ensayos porque en 1973, Richard Helms, su director en ese momento, ordenó destruir todos los documentos del proyecto MKULTRA; sin embargo, no todos se quemaron por estar almacenados en un sitio que no recordaban. Entre los experimentos, no solo antiéticos, sino criminales, destacan los de los doctores Ewen Cameron y Paul Hoch. Cameron fue presidente de la Asociación Psiquiátrica Americana, de la Asociación Psiquiátrica Canadiense y de la Asociación Psiquiátrica Mundial, y administraba a personas dosis elevadas de LSD y barbitúricos, junto con electrochoques de alta potencia, para conocer las reacciones de los sujetos a esta mezcla. Su deseo era desarrollar procedimientos eficaces de tortura y de extracción de información a los espías. Cameron había sido miembro del Tribunal de Nuremberg, donde se celebraron los juicios contra los criminales de guerra nazis y se redactó el código de ética que lleva el nombre de la ciudad, violado por él en numerosas ocasiones. Utilizó a personas que no podían negarse a ser sujetos de sus macabros experimentos: prisioneros, enfermos mentales, enfermos terminales. En cuanto a Hoch, Comisionado del Estado de Nueva York para la Higiene Mental, administraba inyecciones intraespinales de dosis elevadas de mescalina y LSD a pacientes psiquiátricos, que les causaban fuertes reacciones y unos efectos posteriores que se prolongaban durante tres días. También administraba la droga a pacientes, y después les lobotomizaba para comparar los efectos de la LSD antes y después de la cirugía.

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Pero tal vez el caso de mayor repercusión fuera la muerte de Frank Olson, microbiólogo y miembro de los servicios especiales del ejército, que falleció mientras trabajaba para la CIA. Nadie, excepto los responsables y sus superiores, supo qué había ocurrido. A la familia se le comunicó oficialmente que se había tirado por la ventana con la intención de suicidarse, sin más explicaciones, y tuvieron que vivir largos años sin saber qué sucedió en realidad.

Tuvieron que pasar veintidós años para que el mundo conociera otra versión de los hechos, cuando la Comisión Rockefeller investigó las operaciones ilegales de la CIA. En 1975, el gobierno reconoció oficialmente el experimento al que había sido sometido Olson: se le había administrado LSD, sin su consentimiento, en una copa de Cointreau, y en pleno delirio se había arrojado por la ventana. El presidente Gerald Ford pidió perdón a su mujer y a los hijos de Olson, quienes recibieron 750.000 dólares en concepto de indemnización.

Sin embargo, no quedaban aclarados todos los detalles del caso, ya que por una autopsia que en el año 1994 ordenó hacer al cuerpo de Olson su hijo, Eric, se supo que el cadáver no mostraba las heridas normales en quien cae por una ventana, ni tampoco los cortes que propios de unos cristales, sino una fuerte contusión en la parte frontal del cráneo, seguramente causada por un martillo. En realidad, todo el cráneo tenía numerosas fracturas que era imposible hacerse en una caída. Además, la ventana se encontraba muy alta y los cristales eran gruesos, lo cual imposibilitaba lanzarse rompiendo los cristales. Lo más probable era que con el martillo que le mató se hubieran roto los cristales, y que después se arrojara su cuerpo, sin vida, por la ventana.

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Por tanto, se trató de un asesinato, y el motivo fue que Olson se dedicaba en secreto a la investigación de armas químicas y biológicas y participaba en proyectos de la CIA para el control mental; entre ellos, el uso de LSD contra poblaciones enteras y en espías enemigos. Es muy probable que la CIA utilizase prisioneros alemanes y noruegos de la Segunda Guerra Mundial como cobayas, y algunos terminaban falleciendo. Olson, como bacteriólogo, estaba acostumbrado a experimentar con animales, pero matar seres humanos era excesivo para él. Si quiso desligarse del proyecto y contó a alguien su decisión, habría firmado su propia condena a muerte. Por ello, la CIA quiso interrogarle y sacarle la información que pretendía contar, y para ello le pusieron LSD y un estimulante en la bebida, pero sufrió una reacción psicótica debido al cóctel de drogas y tuvieron que eliminarle de la forma que hemos contado: a martillazos en la cabeza y tirándole por la ventana de un hotel, para que pareciese un suicidio.

Así se las gastaba la central de inteligencia en aquella época, y así es cómo la LSD se utilizó para fines ilícitos. Como vemos, se trataba nada menos que de una organización gubernamental, no de hippies ni de marginales.

La CIA siguió interesada en esta droga hasta comienzos de los sesenta. Diez años después de dar comienzo el proyecto MKULTRA y de muchos experimentos como los que hemos descrito, los directores terminaron por reconocer que la sustancia no les serviría para sus propósitos, por lo que dieron por finalizada su relación con la LSD, después de haber cometido numerosos crímenes en nombre de la seguridad del pueblo estadounidense. Otra consecuencia que tuvieron sus acciones fue que la LSD salió del ámbito al que había estado limitada hasta entonces: los laboratorios y las clínicas de psicoterapia. No todas sus pruebas fueron con presos o grupos marginales, sino que también las hacían con voluntarios, que en muchos casos se ofrecieron para probar aquella nueva y extraña sustancia de la que sólo habían oído rumores. Por ejemplo, el poeta Allen Ginsberg fue uno de esos voluntarios, y después del experimento escribió el poema "LSD". Como él, muchos otros intelectuales curiosos tomaron contacto con la nueva droga gracias a la CIA.

Durante algunos años, el asunto no tuvo mucha trascendencia hasta que un día la probó un brillante profesor de psicología de la Universidad de Harvard que ya había experimentado con los hongos psilocíbicos mexicanos, prácticamente desconocidos aún para el mundo civilizado. Ese profesor fue el responsable de que, unos años después, la LSD se popularizara debido a su idea de que todo el mundo debería probarla para librarse de sus ataduras mentales y para ampliar su psique, algo que no gustó nada a Hofmann, el creador de la sustancia, para quien debería limitarse al ámbito experimental, al psicoterapéutico y, como mucho, ser utilizada por intelectuales y artistas para potenciar su sentido creativo. Tenía sus motivos, porque de hecho la droga se prohibió –con lo que se puso término a todos los estudios, a las pretensiones de Hofmann y a su más que probable Premio Nobel– pocos años después de que este excéntrico profesor, considerándose un iluminado, se proclamara el apóstol de la LSD.

Como bien sabrán muchos lectores, estamos hablando nada menos que del famoso Timothy Leary, que después de descubrir las bondades del ácido fue haciéndose cada vez más famoso y creciendo su influencia, hasta llegar a tener una vida de película: condenado a prisión injustamente, fugado, escapado a África, posteriormente a Suiza (donde por fin conoció a Hofmann) y después a Afganistán, donde fue capturado y encarcelado de nuevo. Después de pasar unos años preso le pusieron en libertad, pero ya con un ánimo más calmado y sin los deseos de lograr la liberación de la humanidad mediante la toma de LSD, detalles que no hemos contado y que probablemente haremos en otra ocasión.

J. C. Ruiz Franco es filósofo, profesor, escritor y traductor, se dedica a escribir sobre sustancias psicoactivas, acaba de publicar la primera biografía en español sobre Albert Hofmann, el creador de la LSD y es el director del Proyecto Shulgin en Español, que cuenta con un grupo en Facebook.