2015: el año en el que Barcelona se proclamó parque temático

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Cultură

2015: el año en el que Barcelona se proclamó parque temático

Que Dios reparta suerte para el 2016 y que gran parte de dicha suerte vaya directamente a la mesa de trabajo de Ada Colau.

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Barcelona ha pasado un año turbulento del que no se sabe si saldrá para ir a mejor o para terminar de hundirse en el actual charco de mierda donde se mantiene a pírrico flote. Los barceloneses vivimos en un espacio privilegiado, pero este año nos hemos visto sometidos a turbulencias desasosegantes y tensiones desgastadoras. Que Dios reparta suerte para el 2016 y que gran parte de dicha suerte vaya directamente a la mesa de trabajo de Ada Colau: le espera un año más decisivo (y más cabrón) que este 2015 para el olvido.

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La entrega de barrios históricos a los guiris

Es oficial, en 2015 hemos dicho adiós a Ciutat Vella. Adiós al Barri Gòtic. Adiós al Raval. Adiós a la Barceloneta. La administración Trías se encargó de prostituir el alma de Barcelona a los mejores postores, y ahora ya parece demasiado tarde para que Colau cosa la herida. La Barceloneta, por ejemplo, se ha convertido en la puta de lujo más codiciada por las grandes fortunas: ahí están sus yates, aparcados en Port Vell, esperando turno, empujando a la purria local, es decir pensionistas, parados y trabajadores humildes, al exilio.

El Casco Antiguo es ahora un parque temático, una ciudad de vacaciones uniforme cuya inhabitabilidad se encargó de alimentar un Ayuntamiento empeñado en abrazarse al dinero fácil y al enriquecimiento fast forward. Duele ver la Plaza Reial infestada de pizzerías, marisquerías, hoteles y coctelerías para extranjeros con pasta. La Barcelona antigua vive ahora en una asepsia que da asco, presta a recibir las vomitonas de guiris de los cruceros masivos. Y es que este verano los habitantes de Ciutat Vella hemos vuelto a ser arrinconados y vejados por una legión turística ultraviolenta que parece instruida para usar la ciudad como si fuera el escenario de un macrobotellón. Ya se sabe, en el centro histórico de Barcelona nadie oirá nuestros gritos.

La muerte del hipster catalán

Fotograma de 8 Apellidos Catalanes

El hipster catalán existió, pero su paso por el mundo de los hombres ha tocado a su fin este año. El suflé de Manel y el nuevo indie catalán ha perdido volumen como un globo punzado, y de aquella excitación por una nueva escena indie catalana no queda ni el remanente del hipster catalán, una subtribu urbana abonada a la tote bag de la que solo se encuentra algún fósil abrazado a la biografía de Pep Guardiola. O vuelve Manel o esto revienta.

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Diagonal arriba, Diagonal abajo

Imagen del Palacete de Iñaki Urdangarín en Pedralbes

La Diagonal se ha erigido en muro invisible e infranqueable, el Gran Separador de las dos Barcelonas. Esta zanja tácita ha incrementado su hondura en 2015, separando todavía más las grandes fortunas de la nación mileurista. En las alturas de la Diagonal hay un mundo de color y orden, un retiro maravilloso de calles bien asfaltadas, Ferrocarriles de la Generalitat, casas perfectamente protegidas y dentaduras perladas. No obstante, a medida que comienzas el descenso, la ciudad va ennegreciéndose como los pulmones de un fumador crónico. Era esperable: en 2015 las desigualdades se han convertido en abismos, y la bipolaridad barcelonesa, definida desde hace tiempo por el hachazo de la Diagonal, ha alcanzado sus cotas más altas de locura. En todas mis visitas a las cumbres del Upper Diagonal, me ha resultado imposible eludir la incómoda sensación de estar visitando una de esas utopías futuristas donde viven las élites, mientras el resto de la humanidad agoniza en los márgenes más insalubres del planeta. Resulta increíble, pero solo un viaje de metro de 15 minutos separa la podredumbre y la histeria turística del Barri Gòtic de la asepsia comatosa y la hiperseguridad de Sarrià y alrededores.

La ley de la jungla en las aceras

Imagen de Daniel del Río

Algo nos pasa a los barceloneses que nos impide caminar por las aceras. En principio, este espacio se diseñó para dar cobijo a las personas que se desplazan por la ciudad de la forma más antigua que se conoce, a golpe de callo y duricia plantar. Ahora no, pues en 2015 en Barcelona se ha puesto de moda coger el medio de transporte más absurdo y ridículo que uno tenga a mano para ir a hacer la compra: bicicletas fixed sin frenos, monopatines, hoverboards, triciclos, longboards, patines en línea, patinetes eléctricos… Es una de las asignaturas pendientes de la ciudad: el control racional de los medios de transporte no motorizados. Si esta escalada sigue así, en 2016 tendremos que esquivar alfombras voladoras y los AT-ST de "El Retorno del Jedi" cuando bajemos al estanco.

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Voto de confianza a Ada Colau

La investidura de Ada Colau fue cuando menos ilusionante. La ciudad respondió y llenó la Plaça Sant Jaume; por una vez, corría la sensación que la llave de Barcelona no se la quedaba un tecnócrata de la alta burguesía catalana, sino una política preocupada por los problemas pequeños de la gente pequeña. Barcelona confía en Colau, por muchas trabas que le pongan en el camino, por muchas bombas que la prensa catalana le lance. De hecho, cuanto más difícil se lo ponen los quistes del sistema y más patéticos son los ataques de las cabeceras más beligerantes con el cambio, más fuerte es la sensación de defensa enconada de los barceloneses con su alcaldesa. Tendrá que mejorar muchas cosas, pero al menos ya le ha tocado la cresta al lobby hotelero, ha reducido deuda y ha hecho algo impensable: ¡congelar el precio de los billetes de metro! Os puede parecer una gilipollez, pero para muchos, un gesto de estas características es un comienzo.

Por otra parte, la proliferación e impunidad de los manteros en algunas zonas de Rambla, Drassanes y Maremagnum es un inmejorable indicador de las muchas tensiones encontradas que deberá afrontar una alcaldía de perfil activista. Para Ada Colau, acostumbrada a estar al otro lado de la pancarta antes de coger el cetro, no está resultando fácil conciliar su pasado con el manejo de la fuerzas del orden. En 2015, los barceloneses hemos notado los estragos de este toma y daca entre poder y activismo. Los manteros no tienen ninguna culpa, claro; tampoco los comerciantes que pagan sus impuestos. Pero nosotros estamos ahí, en medio de ambos universos, y nos está costando ajustarnos a esta nueva frecuencia de onda sin sortear las mismas contradicciones que se clavan en las pezuñas de Colau como guijarros cortantes cada vez que toma una decisión.

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Extinción de comercios históricos

Imagen de Vinçon

Musical Emporium, la pastelería Montserratina, la librería Negra y Criminal, la sastrería Deulofeu, la tienda de objetos de diseño Vinçon, la juguetería Monforte… La lista de bajas en 2015 es extensa. El drama de las rentas antiguas contra las nuevas rentas y la entrega de la ciudad al turismo se han llevado por delante algunos de los comercios más emblemáticos y veteranos. La tozudería de los inquilinos, acostumbrados a alquileres de risa, y el afán recaudatorio de los arrendatarios, engorilados con la subida de precios, han terminado como tenían que terminar: MAL. La negativa de algunos comercios de adaptarse al nuevo orden globalizador (y su consiguiente caída de ingresos) también ha sido decisiva. Esperemos que el nuevo catálogo de protección patrimonial de edificios emblemáticos, impulsado por la anterior administración ante la presión popular, acabe con esta sangría, aunque los expertos advierten de que no es más que un mero parche aplicado tarde y mal. ¿Por qué no me sorprende?

El año que Sant Antoni se convirtió en Williamsburg

Barcelona siempre ha vivido por encima de las posibilidades de su gente cool. Y el 2015 ha sido un no parar. En su afán por demostrar al resto de la península que en esto de las tendencias no le gana ni un solo españolito, la capital catalana ha sacado pico y pala para forjar una escena de modernos que, a pesar de recoger los frutos del hipsterismo con un descaro colosal, no se reconoce como hipster. Ya se sabe, en BCN siempre vamos por delante, o al menos estamos inexplicablemente convencidos de ello, y ser hipster es muy 2013.

Les llamaremos como les dé la gana, pero la realidad es que la invasión de barbudos, veganos, ciclistas espirituales y amantes de lo vintage ha sido como una pústula infecciosa que ha atacado violentamente los principales puntos de referencia de la ciudad y se ha traducido en algo parecido a la gentrificación. Sant Antoni se ha declarado oficialmente recreo de la modernité local y, poco a poco, el barrio ha ido soltando lastre para convertirse en una postal que parece sacada de un episodio de "Portlandia": donuts orgánicos, zumos cold-pressed, cafés veganos, tiendas de muebles retro; un Williamsburg a la catalana que parece imparable y donde todo está caro, carísimo, a precios de semen de unicornio. Entregar un barrio fundamental a un puñado de gentrificadores disfrazados de neohipsters buenrollistas ha sido un error que va camino de repetirse: Poble Nou y Gràcia serán los próximos en caer a menos que una revuelta vecinal por la preservación de la identidad del barrio lo impida.

Ciudad foodie

2015 ha sido el año en que 2 de cada 3 barceloneses se han proclamado gastrónomos expertos de aquí te pillo aquí te mato. Es algo muy típico de Barcelona, nos llega alguna tendencia a través de los Pirineos y nos lo creemos de verdad. 2015 ha sido un año foodie, vaya que nos hemos vuelto catedráticos en productos de proximidad, slow food, food trucks, raw food, ramen, shoronpo, vinos biodinámicos, Albert Adrià, las burgers de autor… Por favor, ¿alguien puede decirnos aquello de "come y calla"?