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Cultură

Por qué tu mascota odia a tu hijo y qué puedes hacer para que pare

¿Los métodos para preparar a tu mascota ante el futuro o presente bebé son un método efectivo de prevención o una auténtica imbecilidad?

Imagine que es usted un ser con el cuerpo enteramente cubierto de pelo blanco y sedoso, con una patita negra, detalle que le aporta un encanto brutal. Pasa la vida refregándose contra las piernas de un hombre noble que lo adora o revolcándose sobre el mullido regazo de una bondadosa mujer que lo idolatra, peinándolo con sus manos suaves mientras le murmura tiernas palabras. Así de sencilla es su existencia. Por la noche, una rica lata de higadillos cae con un 'plop' en su cuenco de plástico. Oh, todo es felicidad, calma, armonía. Sus dueños lo llaman -¡Calcetín!- y usted acude presto, sin sospechar lo ridículo de su nombre, porque en el mundo sólo están ustedes tres, embriagados de esa relación armónica, en la que por un solo mohín del hocico, ellos saben si rascarle la barriga o la cabeza. Sólo siente cierta inquietud cuando, desde un rincón del dormitorio, los ve fornicar con fiereza.

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Hay algo en esa visión que le hace sentir una sensación de vacío justo entre las piernas, a la altura de los testículos que le extirparon cuando tenía tres meses. El movimiento y el sudor de los cuerpos le trae un mal augurio, que finalmente cae como una losa sobre su corazón de gato mimado cuando sus esclavos aparecen por casa con un ser diminuto y rosado que emite sonidos infernales. Los días de caricias, y manos tibias peinando su lomo blanco llegan a su fin. Con un golpe suave de pie que usted siente como un hachazo, es expulsado del dormitorio. El 'plop' celestial que anunciaba su comida se escucha más tarde que nunca. Y todas las miradas giran en torno al nuevo ser sin pelo que gruñe, boca arriba en la cama, o apoyado en ese regazo y acariciado por esas manos que hasta hace nada fueron suyas.

Una de las dinámicas de rechazo de Pelusillas al nuevo bebé era sacar los pañales de la basura y restregar la mierda por el suelo

Un día que dejan el moisés sin vigilancia, trepa hasta el alféizar de la ventana. Mira el cuerpo rosado, arropado por ropa blanca, y sabe que con sólo un salto y los movimientos precisos, el puesto y la paz que le han sido arrebatados podrían volver a ser suyos. Y entiende de pronto el porqué de esa pata negra rompiendo la blancura de su cuerpo.

No pocos padres primerizos, horrorizados por historias como esta dando vueltas en su cerebro enfebrecido por las hormonas preparto, empiezan a temer la reacción de su mascota incluso antes de que el nuevo bebé haya llegado al hogar.

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Y así, los hogares, incapaces de prescindir de su generador de bolas de pelo, deciden entregarse a la ardua tarea de entrenarlo para que dé la bienvenida al bebé con un maullido que suene a nana y el alma libre de odio y celos.

Sí, estamos en el primer mundo, y nos importan cosas como que Toby o Natillas no se sientan desplazados o caigan en depresión. Para alguien que no haya incursionado en el espeluznante mundo de la preparación de las mascotas para la llegada de un bebé, todo esto sonará a realmente estúpido. No podemos decir que no lo sea.

Lo cierto es que los perros y gatos primermundistas parecen haber desarrollado sentimientos burgueses, pasiones humanas que les zarandean el alma. Investigando sobre este tema, hemos escuchado testimonios de echarse a temblar:

"Cuando nació mi segundo hijo, el perro me miró como diciendo "¿otro?". Empezó a mearse en una esquina de la cocina, con nocturnidad y alevosía. Me dijo la veterinaria que lo hacía para que le hiciéramos caso. Me planteé levantarme por las noches a mear a la cocina, a ver si alguien me hacía caso a mí, porque fue una etapa muy dura.".

"Cuando nació mi hijo y llegamos a casa, intentamos hacer las presentaciones oportunas y se lo llevé a Timmy (mi perro) esperando que lo mirara o lo olisqueara, porque nos habían dicho que ese "ritual de presentación" había que hacerlo y funcionaba… Pero Timmy arqueaba su cuerpo hacia atrás y evitaba mantener ningún tipo de contacto con esa criatura nueva que ahora vivía con nosotros. Cada vez que se lo acercaba miraba para otro lado o se giraba y le daba la espalda directamente. Al principio fue así todo el tiempo, hasta que un día descubrimos que cuando nos despistábamos un momento se acercaba a mirarlo y olisquearlo con mucha curiosidad, y si se movía llegaba a gruñirle (muy bajito para que no nos enteráramos…). Cuando veía que nosotros regresábamos, volvía a su dinámica de ignorarlo por completo y darle la espalda rápidamente. Un día salimos a dar un paseo y dejamos a Timmy en casa, al volver nos lo encontramos metido en la cuna del bebé mirando al infinito y quieto como una estatua. Estuvo haciendo esto mucho tiempo".

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"Cuando nació mi hermano pequeño, mi perra Sandy sufría terriblemente. No paraba de suspirar mirando de reojo a la criatura y no dejaba de castigarnos con su indiferencia, poniéndose delante de la tele dándonos la espalda".

"Una de las dinámicas de rechazo de Pelusillas al nuevo bebé era sacar los pañales de la basura y restregar la mierda por el suelo cuando no estábamos en casa".

Creo que la caca restregada por el suelo es un buen momento para poner punto y aparte a los testimonios. Pero no podemos darle la espalda a este problema, como hacía la perra Sandy con sus dueños. Debemos afrontar el hecho de que el primer mundo vomita perros y gatos fácilmente desequilibrables, it pets rameras de la atención que caen en profundos agujeros si las piezas de su pequeño mundo se remueven un poco.

Estando como estamos metidos hasta el cuello en la tarea de idolatrar a nuestras ya endiosadas mascotas, y rindiéndonos a la evidencia de que son las bolas de pelo y babas más preciosas, tiernas y achuchables del planeta, descubramos qué podemos hacer para que no maten a las nuevas criaturas o terminen suicidándose con sofisticadas técnicas de mascota high class, como, por ejemplo, negándose a cagar (caso real).

Los perros y gatos primermundistas parecen haber desarrollado sentimientos burgueses, pasiones humanas que les zarandean el alma

Según el Doctor Lewis Kirkham, veterinario especializado en los mecanismos de relación entre las mascotas y sus dueños, y autor de los best sellers "Cómo decirle a tu gato que estás embarazada" y "Cómo decirle a tu perro que estás embarazada", la preparación de la mascota para la llegada del bebé debe hacerse con premeditación, meses antes del nacimiento. Los cambios bruscos no son bien recibidos por los animalejos. ¿Cómo hacer comprender a un gran danés celoso que a partir de ahora no va a poder dormir la siesta apoyando su gigantesca cabeza negra en el regazo de su dueña, como lleva haciendo ocho años?

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Según él, el secreto está en un progresivo reemplazo de esta actividad —cabezota en regazo— por otra igualmente agradable para el perro. Por ejemplo, ponerse a los pies de su dueña y recibir, cada cierto tiempo, un trozo de galleta para perros. De esta manera, el perro relacionará el estar tranquilo junto a su dueña, sin poner la cabeza en su regazo, puede ser también una actividad placentera.

El Doctor Kirkham ejerce también de psicólogo de perros a domicilio, y acude al auxilio de sus pobres pacientes, peludos príncipes destronados, resolviendo también las dudas más terroríficas de sus dueños. "Tengo miedo de que el perro asfixie a la niña", "Fofi no sale de debajo de la mesa del salón desde que trajimos al bebé a casa" o "¿Cómo sé que Melody no le sacará los ojos al bebé con las uñas?" son sólo aproximaciones a la variedad de preguntas y casos que le son planteados diariamente a este especialista.

Ante todas estas alarmas, inevitables con esas figuritas como hechas de jamón de york que son los bebés cuando nacen, Kirkham amansa los miedos. Según su libro, estos casos son poco frecuentes. Un animal sólo se pone agresivo si es atacado o amenazado previamente. En general, tras un periodo de adaptación llevada de la forma adecuada, las mascotas se acostumbran a los niños, y pueden llegar incluso a establecer una estrecha relación con ellos. Lo peor que puede pasar, según el Doctor Kirkham, es una absoluta indiferencia del animal hacia el niño.

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Los sonidos de bebés llorando son una de las técnicas utilizadas para enseñar a las mascotas

Uno de los consejos más retadores que he podido leer al respecto de la adaptación de las mascotas a los bebés es el de que los animales deben acostumbrarse a los ruidos del recién nacido. La página de Facebook Gatología, especializada en psicología gatuna, aconseja hacerlo exponiéndolos al contacto con otros bebés, o reproduciendo llantos y gritos de bebés. Imagino con horror a unos padres enloquecidos profiriendo aullidos agudos y penetrantes, de forma incansable, sin razón, sin consuelo… La dura realidad es que sólo así lograrán que sus lloros se asemejen a los de un bebé real.

Pero evitemos, en la medida de lo posible, que los vecinos llamen a los servicios sociales y su bebé le sea retirado nada más vea la luz. Para ello, el incansable doctor Kirkham a añadido a sus dos libros sendos CD's en los que podemos escuchar todo tipo de sonidos de primera infancia, desde encantadores gorjeos hasta chillidos insoportables, pasando por bostezos, pedorretas, juegos en la bañera y sonidos de juguetes. Supongo que, en el momento en el que los padres se han lanzado a la escucha conjunta con sus mascotas de este CD demencial (del que se puede escuchar una muestra aquí, están ya lejos, muy lejos, de la cordura.

Lo extraño es que al escuchar estos CD's con chillidos, bostezos y pedorretas no se adelante el parto de pura angustia

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Se han tirado de cabeza a una piscina de estrés y terrores, con las hormonas exaltadas y la capacidad multitarea de un dios. Tras una breve escucha de cada una de las pistas de sonido de este CD, lo extraño es que el parto no se adelante de pura angustia. Incluso sin estar embarazada, reconozco haber sentido alguna contracción uterina de horror mientras lo escuchaba.

En el momento de la llegada del bebé a casa, las recomendaciones son más sencillas y ya conocidas por un público más amplio. Mucha gente sigue estos consejos incluso sin haber leído al Doctor Kirkham. Las voces populares recomiendan llevar previamente algo a casa (un pañal usado, el gorrito que les ponen al nacer…) mientras el bebé está en el hospital. El objetivo es que, dándole a oler el objeto a las mascotas, estas se vayan familiarizando con el aroma.

Una vez que los terrores materno-paternos se han disipado y las mascotas se han familiarizado con los nuevos rituales, sonidos y olores, lo más probable es que la recelosa mascota que un día restregó pañales con caca por el suelo en señal de autodeterminación termine transformándose en una especie de peluche que duerme acurrucado con el bebé, dejándose sobar, tirar del pelo e incluso, más adelante, disfrazar de Barbie sin la más mínima queja.

Cuando siento que la historia inicial del gato asesino ha quedado lejos y que, gracias a los consejos del Doctor Kirkham y los amables testimonios de personas allegadas, cualquier posible madre lectora estará ahora mismo suspirando con alivio, recibo por mail un último testimonio que me hiela la sangre:

"Cuando nací, mi abuelo tenía mucho miedo a que su gata me hiciese daño, así que no la dejaban entrar en el cuarto cuando yo dormía. Un día oyeron que lloraba a gritos. La gata se había colado por la ventana y me había arañado toda la cara. Yo sólo tenía dos meses y estaba sangrando. Se la regalaron a un amigo de mi abuelo que vivía lejos".

Y es que, aunque el Doctor Kirkham no lo diga, por cada cien gatitos encantadores de Youtube, hay uno que es el mismo Satán.