Conocí a Zacharias Dimitriadis hace unas semanas en un bar en Atenas. Mi amiga pensaba que era mono y yo estaba suficientemente borracha como para acercarme a hablar con él mediante una técnica singular que uso a veces y que consiste en hablar sobre el trabajo. Pero mi amiga se cabreó, se largó y yo tuve que perseguirla por toda la calle.Desde entonces Zacharias se ha mudado a Nueva York, yo me he mudado a Londres y no nos hemos vuelto a encontrar. Sin embargo, he ido manteniéndome al día con sus fotografías, y os prometo que no es por el hecho de que haya rechazado todas mis solicitudes de amistad y que esta sea la única forma que tengo de tenerle controlado. Es solo que cuando vives lejos de tu país, un país que parece haberse convertido en un crisol de odio y hostilidad en el poco tiempo que tú has estado fuera, hay que tener un talento particular y especial para conseguir que sigas teniendo fe en tu pueblo, y las fotografías de Zacharias consiguen justamente eso. No hay nada mejor que algo que me recuerda que, a pesar de las nubes de gas lacrimógeno, los griegos en el fondo siguen siendo gente muy sexy y guay.
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