Salud Mental

Nuestro ocio se ha reducido a hacernos fotos para subir a Instagram

Hay un montón de likes por ahí esperando a ser recolectados.
stories para instagram
Imagen vía Getty

El fin de semana se presenta intenso. Hay doscientos planes a los que podríais ir pero tus amigos insisten en que os acerquéis un rato a un festival de artes lumínicas que han montado ese fin de semana en el barrio del Poblenou de Barcelona. “Será divertido”, te dicen. “Luego ya veremos”.

Quedáis en la Plaza de las Glorias (muy cerca de las oficinas de VICE España, pero eso vosotros no lo sabéis). La fachada del Museo del Diseño, que normalmente es un mazacote gris de formas rectilíneas, se ha transformado en un arcoiris luminoso de formas rectilíneas. Tomas una foto aunque no sabes por qué.

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Vale, visto. “Por dónde vamos ahora”, preguntas. Ansioso por ver más maravillas. “Detrás del museo hay una reproducción de la Luna de siete metros de diámetro”, te dice uno de tus amigos. Vais para allá. En realidad es como una gran pelota de playa con imágenes de la superficie lunar proyectadas. Muy bonita. El problema es que hay como 2312189238 personas a tu alrededor empujándose, intentando hacerse una foto con esa cosa de fondo. Hace frío. Hay muchos niños, pero casi todos están llorando. Se aburren. Lo único que se puede hacer allí es tomar fotos para subir a Instagram o extasiarse ante el prodigio humano como si estuviéramos en 1876.

Ahora es el día siguiente. Tu noche fue regular y te dispones a hacer una rondeta por Instagram para ver cómo fue la de los demás. Sabes que están rondando el borde del abismo. Ves vídeos de diferentes personas pero todas ellas estaban en la misma fiesta y grabaron la misma performance en la que una bailarina se movía dentro de una enorme cabina transparente llena de agua. Es bonito, pero la cuarta vez que ves a esa misma bailarina pero desde un punto de vista diferente, te saltas el Stories. Vuelve a salir varias veces más. Pasas los Stories.

Es muy posible que te hayas visto reflejado en alguna de estas dos historias. Podríamos recopilar mil historias parecidas; hace un tiempo aquí en VICE publicamos un artículo sobre la gente que se bañaba en un lago tóxico gallego de color azul celeste porque quedaba bien en Instagram.

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En el texto mi compañera Ana Iris Simón decía: “Está claro que hubo un momento de la Historia de la Humanidad en el que todo empezó a torcerse”. Y cada día encontramos más ejemplos de esto. Según un estudio realizado ya en 2018, al menos un tercio de los millennials (de 18 a 34 años), posteaban fotos en sus redes sociales para que sus vacaciones parezcan mejores de lo que en realidad eran. Está claro que esta tendencia no se ha reducido desde 2018. Buscamos lugares para hacernos fotos. Hay un montón de likes por ahí esperando a ser recolectados.

Todo esto es algo que no ha pasado desapercibido para las marcas, ni para los festivales, las salas de conciertos y los locales de ocio en general. En el mundo de la publicidad, la creación de un lugar o un momento y un lugar para que la gente se tome fotos, las suba a sus redes personales y haga publi gratuita de algo buscando tener muchos likes se llama “Instagram Opportunity” y en los últimos tiempos esta técnica de promoción y de atracción del público se ha extendido a muchos ámbitos, convirtiéndose en un estándar en nuestras vidas. De ahí el éxito de los búnkers del Barrio del Carmel en Barcelona, a los que la gente acude a tomar unas cervezas pero también sufre aglomeraciones absurdas solo para tomarse una foto en la que se vea toda la ciudad, o de la pared de los ojos en el barrio de Malasaña de Madrid.

Pero, ¿por qué nos comportamos así? La psicóloga Jara Pérez lo relaciona con la negación de nuestros sentimientos y de la realidad en general, nuestras inseguridades y nuestra reacción ante las dificultades de la vida: “La tendencia es vivir un espejismo de omnipotencia brutal: creemos en la meritocracia, a pesar de que la realidad social demuestra lo contrario, o intentamos convencernos de que lo que podemos esperar de una ruptura es no llorar más de una semana, por poner un par de ejemplos”, nos dice.

“Algunas redes sociales y la forma en que se pueden llegar a usar ayudan a aumentar esa fantasía. En el ser humano siempre ha residido la semilla del ‘todo lo puedo’, pero los avances tecnológicos tan brutales y la cultura de ‘si trabajas duro puedes conseguir lo que te propongas’ hace que se nos vaya bastante la olla con la grandiosidad. Por un lado nos creemos todopoderosos, por otro somos conscientes de que podemos más bien poco, sobre todo teniendo en cuenta el nivel de individualidad que nos gastamos y es que solos es difícil conseguir algo en esta vida. Esta ambivalencia genera mucha angustia. Así que, a veces, utilizamos las redes para, ya no tanto dar a los demás una imagen idealizada de nuestra vida, que también, sino para dárnosla a nosotros mismos. Las utilizamos como forma de negación de la realidad y lo hacemos de forma compulsiva porque la realidad se nos impone fuerte y tenemos que ser más rápidos que ella. Ser conscientes de la realidad no es fácil, está claro que necesitamos distracciones para sobrellevarla. La información alarmista sobre lo mal que están las cosas en el mundo hacen que lo más fácil sea tirar la toalla y venga, ¡a subir Stories!”

Pero, ¿tenemos alguna forma de escaparnos de nuestro escapismo? ¿Podemos cambiar la felicidad que nos dan los likes por otro tipo de felicidad? Jara nos da unas recomendaciones para acabar: “Yo creo que no nos va a quedar más remedio que enfrentarnos a lo que sentimos, lo que sentimos ya sea a nivel personal o social. No podemos evitar ser actores de una realidad que se nos impone como es: la precariedad laboral, el cambio climático, el dolor natural que provocan las relaciones, etc. Vivir disociados de la realidad tiene un precio y claro, no entendemos por qué pero después de esta negación andamos todos muertos de ansiedad o deprimidos en el mejor de los casos”.

Sigue a Juanjo en @juanjovillalba.