El jueves 21 por la tarde, el ministro de relaciones exteriores de Norcorea, Ri Yong-ho, declaró a la agencia de noticias surcoreana Yonhap que Kim Jong-un está considerando probar una bomba de hidrógeno en el Océano Pacífico como respuesta a la amenaza de Donald Trump “destruir Norcorea por completo”.
“Podría ser la detonación más poderosa de una bomba de hidrógeno en el Pacífico”, afirmó Ri a Yonhap. “No tenemos idea qué medidas serán adoptadas, tal y como dispuso nuestro líder Kim Jong-un”.
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Al decir “en el Pacífico” en lugar de “sobre el Pacífico”, sugiere Ri que la detonación será bajo el agua y no por aire.
Como seguro habrás notado, la tensión entre Corea del Norte y Estados Unidos cada vez es más fuerte; actualmente Estados Unidos manda aviones bombarderos cerca del país asiático como despliegue de fuerza.
Ri dijo la mañana del sábado 23 que un ataque contra el territorio estadounidense es “inevitable” y luego, en la madrugada del domingo 24, Trump amenazó a Norcorea de nuevo a través de Twitter.
Si Corea del Norte detonara una bomba de hidrógeno en el Pacífico, ¿qué sucedería? ¿Hawaii, California y Japón deberían esperar tsunamis y lluvias radioactivas? ¿La vida marina sufrirá una extinción masiva o se volverá radioactiva?
Hablé con algunos expertos para trazar un panorama general sobre qué podemos esperar de una detonación así y cuáles podrían ser las consecuencias.
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OLAS
Oliver Bühler, profesor de matemáticas aplicadas en la NYU y experto en dinámicas de fluidos, me dijo que en definitiva podemos esperar mareas provocadas por esta bomba.
“Una explosión bajo el agua o sobre la tierra claramente provocaría muchas olas poderosas”, dijo.
Sabemos que este tipo de olas se crean bajo el agua gracias a pruebas nucleares anteriores. Pero en esos casos, las armas contenían sólo una fracción de la potencia que Norcorea pretende usar y, aún así, las pruebas eran extremadamente peligrosas. Durante la Operation Crossroads en 1946, la distancia de seguridad mal calculada para observar la detonación de una explosión nuclear de 23-kilotones soldados americanos quedaron impregnados con niveles tóxicos de radiación. Se calcula que la exposición acortó la esperanza de vida de los participantes hasta por 3 meses.
Sin embargo, los análisis matemáticos proporcionan una idea más clara y segura de lo que ocurre en el agua.
Uno de los análisis más completos es un informe militar de 400 páginas escrito en 1996 por Bernard Le Mehaute y Shen Wang de la Escuela Rosenstiel de Ciencias Marinas y Atmosféricas.
Después de la detonación, podemos esperar una onda de choque irradiando hacia afuera y transportando más de 140 kilotones de energía. Según la Inteligencia de Estados Unidos, la prueba más reciente de Norcorea el pasado 3 de septiembre produjo aproximadamente esta fuerza. A modo de referencia, las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki llevaban 15 y 21 kilotones de energía, respectivamente.
Mientras la onda de choque se produce, el plasma se libera en el agua, mandando enormes cantidades de vapor y varios desperdicios al aire.
El agua se expande radialmente, formando una burbuja sobre la superficie acuática. Pero debido a su colosal tamaño, una brecha conocida como “propulsión reentrante” se forma en medio de la burbuja y ésta colapsa sobre sí misma. Mientras la burbuja cae a la superficie acuosa, una columna de agua se dispara por el aire, misma que se desintegra en una serie de olas.
La onda de choque y la energía radioactiva acabarían con la vida marina en el área inmediata. Después de una prueba nuclear en 1946, los científicos pudieron sacar hasta 38,000 peces muertos del agua.
Sin embargo, Bühler dice que las olas no serán capaces de crear un tsunami.
Me dijo que las ondas en este documento llevan sólo una fracción de energía generada por un tsunami, el cual requiere un sitio de alteración a kilómetros de distancia.
“Una bomba como ésta podría actuar como una tormenta”, dijo Bühler. “Crearía muchas olas, pero se dispersarían. La energía no llega pronto y de sola vez como un tsunami. Tarda horas, días y a veces semanas en desplegarse”.
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CLIMA
Si las olas y las tormentas se dispersan desde el sitio de explosión, ¿deberíamos preocuparnos por la lluvia radioactiva en las islas del Pacífico como Hawaii? Según el oceanógrafo Matthew Charette, estudioso del efecto de los radioisótopos en la química marina, estas tormentas no son comunes luego de una prueba nuclear.
Me dijo que cuando la energía nuclear se mezcla con elementos del agua marina, como el sodio o el cloruro, los elementos se vuelven radioactivos. Pero el daño que éstos pueden pueden provocar dependen de su comportamiento químico.
“Algunos elementos de la energía nuclear son muy indisolubles; se adhieren a los elementos y partículas en la columna de agua, se asientan en los sedimentos locales y no representan problemas para la tierra firme”, dijo Charette. “Otros elementos son más solubles en aguas marinas, como el Cesio 137 del desastre de Fukushima, y se pueden mover con las corrientes oceánicas”.
Charette dijo que debido al tremendo volumen del océano, los elementos radioactivos se concentrarían muy poco en el agua como para representar una amenaza seria.
“Tratándose de una prueba submarina, no me preocuparía mucho”, dijo. “La reducción de factores sería inmensa”.
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Sin embargo, Ken Buesseler, científico de la Institución Oceanográfica de Woods Hole, me dijo que está preocupado incluso si la detonación ocurre lejos del macizo continental.
Buesseler dijo que el agua radioactiva de una detonación en definitiva entraría a las corrientes del Pacífico. Pero antes de eso, es extremadamente difícil predecir hacia dónde fluirá el agua.
“La radiación no se quedaría en un sólo sitio como en un incidente con reactores, se movería con las corrientes oceánicas”, afirmó. “Podrían detonar una bomba cerca de una isla y las corrientes llevarían los residuos hacia alta mar. Es muy complicado predecir cómo podría afectar una isla inhabitada”.
Pero distintas corrientes circulan en periodos de tiempo que pueden variar desde semanas hasta milenios, así que Buesseler dice que es casi imposible predecir cuándo tocará tierra.
Básicamente, no tenemos idea qué lugares podrían ser afectados y cuánto tiempo tardaría en manifestarse la radiación ahí.
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VIDA
Charette y Buesseler me dijeron que a principios de este año fueron al Atolón Bikini —un subconjunto de islas dentro de las Islas Marshall—, sitio de 23 pruebas de detonación nucleares estadounidenses entre 1946 y 1958.
Más de 70 años después, el Atolón Bikini no ha podido recuperarse por completo. Los niveles de radiación en una de las islas aún hoy excede los estándares de seguridad establecidos por Estados Unidos y las Islas Marshall.
Cuando Charette y Buesseler realizaron su visita, se enfocaron en medir la radioactividad encontrada en muestras del agua oceánica, el agua litoral y el suelo marino. Si bien los resultados de su estudio no han sido publicados todavía, Charette dijo que estaba sorprendido por lo que vio.
“Me impresionó cómo se han recuperado las islas”, declaró. “Por lo menos en términos de flora y fauna”.
Otros científicos también han descubierto que la vida marina en su mayoría se ha recuperado a partir de las secuelas nucleares. De hecho, Stephen Palumbi, profesor de la Universidad de Stanford, y Elora López, estudiante graduada, descubrieron que los corales se adaptaron a los altos niveles de radiación.
Un sondeo realizado en 2008 en el Atolón Bikini descubrió que un 70 por ciento de especies de coral se han recuperado desde las pruebas nucleares. Sin embargo, tomó décadas lograr esta recuperación y, bajo las condiciones actuales, el mismo ciclo de recuperación quizá no sea posible.
“Si un evento perturbador como éste fuera a repetirse en la época moderna, no esperaramos una recuperación tan alta, debido a la combinación de factores estresantes adicionales asociados con el cambio climático y posiblemente un hábitat en el atolón demasiado alterado como consecuencia de 50 años de ocupación humana”, dice el estudio.
Charette dijo que a pesar de que la vida marina se recuperó en el Atolón Bikini, los efectos biológicos de una detonación nuclear no deberían ser ignorados. Y, recuerda, casi 70 años después de aquellas pruebas, la zona todavía no se ha recuperado por completo.
“Lo que debe preocuparnos son los productos radioactivos en el suministro de mariscos”, afirmó. “Especialmente en mariscos pescados en regiones cercanas a las pruebas potenciales”.
Buesseler también comparte esta hipótesis.
“Como humanos consumidores de pescado, asimilaríamos isótopos radioactivos”, me explicó. “En ese caso, debería preocuparnos la zona de detonación. Quizá un área pesquera tenga que clausurarse debido a la contaminación local”.
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Sin embargo, Buesseler cree que los riesgos más graves de las pruebas nucleares para el ser humano son los riesgos psicológicos.
“Si hay radiación en cualquier espacio, de inmediato la gente cambiará sus hábitos; desde el pescado que comen, hasta los lugares que frecuentan para nadar”, opinó. “Quizá no estén basados en datos científicos, pero surge el pánico. Entonces, por supuesto, surge también la ansiedad ante la posibilidad de que la siguiente bomba caiga sobre una región poblada”.
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Durante nuestras conversaciones, Bühler, Charette y Buesseler todos acentuaron qué tan difícil es predecir a largo plazo las consecuencias de una detonación nuclear de prueba.
Cuando discutía con Bühler el documento de 400 páginas “Water Waves Generated by Underwater Explosions” (Oleaje Generado por Explosiones Submarinas), dijo que los reportes como ése eran muy comunes.
“Hace años, cuando Estados Unidos realizaba más pruebas de bombas, nos preocupaban todo tipo de cuestiones”, comenta. “Cuando lanzamos alguna bomba, ¿provocaremos un tsunami o incendiaremos la atmósfera? Básicamente, todos estos estudios demuestran que eso no pasará. Pero, de alguna manera, eso alienta a las personas a seguir adelante, ‘Bueno, probemos la bomba a ver qué pasa’”.
Bühler me explicó que como la ciencia sugería que no había riesgos de violencia o catástrofes inmediatas, la gente había adoptado una actitud más desinteresada hacia las pruebas nucleares. Estados Unidos sólo prohibió las pruebas de armas nucleares hasta 1992, décadas después de que comenzaran las negociaciones.
“Nos dimos cuenta muy lento que no podemos controlar lo que sucederá años y años después”, señaló. “Esa es la razón principal por la que resulta irresponsable llevar a cabo estas pruebas. Las consecuencias a corto plazo se las puede imaginar la gente. Pero lo que sucederá el próximo año y los que sigan, no lo puede controlar nadie”.