redes sociales

Por qué tantos millennials hablamos en redes como si fuésemos adolescentes

Twitter está lleno de frases que parecen sacadas de diario adolescente escritas, faveadas y retuiteadas por adultos como yo.
Captura de pantalla 2019-10-02 a las 15

"Fav si estás así pero con el móvil", decía un tuit que se hizo relativamente viral hace unas semanas. El texto acompañaba a un cuadro de una señora que tenía pinta de decimonónica y que sostenía un libro entre las manos tumbada en un diván. Era domingo y los likes aumentaban por segundo, con el mío incluido. Porque sí, estaba así pero con el móvil.

Llegó a mi timeline porque alguien a quien sigo lo había retuiteado. Alguien con una edad muy parecida a la mía, más cerca de los 30 que de los 20, y alguien con una situación laboral y económica muy similar a la mía: asalariado que comparte piso en el centro de una ciudad.

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"Si tu crush te hace ghosting nivel legendario, A) Orgullo: entonces tú más. B) Nostalgia: DM a las 00. C) Venganza: mandas un sicario" y "Cuando el que te gusta te deja en leído y vas combinando apps para abrirle y no perder del todo la dignidad" podrían ser dedicatorias en la agenda de la ESO de cualquier chaval de 15 años, pero son tuits de Rosalía, que tiene 26. El primero tiene 3500 likes, el segundo 40 600.

Hace unos meses escribía que me da envidia la vida que tenían mis padres con mi edad. Que cuando lo digo siempre hay alguien que me pone cara de "no tienes ni puta idea" y responde cosas como que a mi edad mis padres habían viajado la mitad que yo o como que a ellos no les da envidia porque tienen que hacer muchas cosas antes de "asentarse", entendiendo por muchas cosas tener más de 30 y cobrar 1000 euros, compartir piso, irse a Tailandia 10 días con la miseria que ha ahorrado durante el año, ponerse ciego en festivales en los que no conoce a medio cartel y creer que las series que elige ver y los libros de Blackie que elige leer forman parte de su identidad como individuo.

Escribía entonces que sí, que nuestros padres seguramente se casaron y tuvieron hijos por inercia, casi por imperativo, pero que nosotros también tenemos otro imperativo y es material. Que nuestros padres con nuestra edad tuvieran hijos, trabajos fijos, hipotecas y la Thermomix comprada a plazos y nosotros el pasaporte lleno de sellos, cuenta en Netflix, Fimin y HBO y la eterna duda de si el curro nos durará más de un año es culpa de la precariedad o de los contratos basura, escribía, eludiendo cualquier ápice de culpa por nuestra parte, la de una generación condenada sin remedio, pensaba, a la eterna adolescencia.

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"Twitter está lleno y se está llenando cada vez más de frases que parecen sacadas de diario adolescente escritas, faveadas y retuiteadas por adultos como"

Pero Twitter está lleno y se está llenando cada vez más de frases que parecen sacadas de diarios adolescentes escritas, faveadas y retuiteadas por adultos como yo e Instagram está petado de fotos de adultos, de gente de más de/casi 30 que, como yo, que emula no solo la estética sino también la actitud y el estilo de vida de los protagonistas de Élite o Euphoria.

Y es cierto que a los nacidos del 80 y mucho en adelante la precariedad nos ha calado hasta los huesos y es cierto que nos independizamos, de media, a los 29 años y el paro, la inestabilidad laboral y los sueldos de miseria tienen mucho que ver. Pero cada vez que abro una red social tengo la sensación de que en lugar de rebelarnos contra el imperativo impuesto por las circunstancias socioeconómicas de alargar la adolescencia hasta límites insospechados hemos abrazado la idea y hemos convertido los 20 y casi los 30 en un segundo de bachillerato permanente.

"La falta de madurez psicológica es un problema que afecta a nuestra sociedad", comenta la psicóloga y psicoterapeuta Inés Bárcenas cuando le pido que analice la cuestión desde su especialidad.

"Nos vemos bombardeados por estéticas y conductas adolescentes e inmaduras en la publicidad y las redes sociales, y este fenómeno también se ve comúnmente en las personas que acuden a consulta. Los psicólogos estimamos que la edad de finalización de la adolescencia se ha extendido en los últimos años de los 21 a los 25: retrasamos el comienzo de la vida adulta, de la autonomía y la responsabilidad, y esto tiene un impacto en nuestros valores como sociedad. Cada vez nos emancipamos más tarde, nos comprometemos sentimentalmente más tarde y tenemos hijos más tarde. Y por supuesto la coyuntura económica tiene una fuerte implicación en esto, pero también la ilusión de una libertad de elección infinita, de que no nos tenemos que 'conformar', de que podemos dibujar nuestro destino a nuestro antojo, a la carta", termina.

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En El mundo del ayer. Memorias de un europeo, Stefan Zweig habla del Viena de su época y cuando retrata a los jóvenes se refiere a una costumbre casi impensable a día de hoy: se ponían gafas aunque no las necesitaran o andaban encorvados sin estar tullidos para ser más y mejor considerados socialmente. Se "adultizaban" para ganar valor.

"Las fotos de nuestros padres y abuelos están llenas de gestos serios, rotundos, contundentes. De una solemnidad que ahora casi solo se ve de manera irónica en las nuestras, llenas de sonrisas —forzadas o no—, de morritos pre o posirónicos y de muecas. Hay incluso posturas de moda para hacerse fotos"

A esta anécdota se refiere el economista Juan M. Blanco en su charla TEDx "La imparable infantilización de Occidente", donde analiza el fenómeno desde distintas perspectivas: la conversión de la juventud en objeto de culto, el cambio de paradigma en los valores asociados a la madurez por otros relacionados con etapas vitales más tempranas (impulsividad vs. reflexión, derechos vs. deberes, simplificación vs. análisis complejo…) o las consecuencias que, a su juicio, ha acarreado esta infantilización occidental, como el auge de las ideologías del Apocalipsis, del narcisismo o de la cultura terapéutica entendida como la creencia de que vivencias que nuestros antepasados gestionaban y llevaban a cabo con más o menos normalidad suponen un trauma para nosotros. Un trauma que debe ser tratado por un especialista.

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Blanco pone, además, un ejemplo muy gráfico de esta infantilización, que tiene que ver con las redes: las fotos. Las fotos de nuestros padres y abuelos están llenas de gestos serios, rotundos, contundentes. De una solemnidad que ahora casi solo se ve de manera irónica en las nuestras, llenas de sonrisas —forzadas o no—, de morritos pre o posirónicos y de muecas. Hay incluso posturas de moda para hacerse fotos y artículos que hablan de las tendencias en posturas para hacerse fotos, algo que seguramente tendrá que ver con evolución de la tecnología y la normalización del hecho fotográfico, pero no solo con eso. El señor Burns disfrazado de Jimbo daba risa y vergüenza hace no tanto, pero ahora es un ideal casi inevitable.

"Hace años que los sociólogos y los antropólogos vieron el pampaneo y decidieron darle un nombre. Es la infantilización de Occidente, dijeron. Es la era del culto a la juventud, la veneración de la inmadurez, la exaltación de lo aniñado. Son los valores que disparan como metralla las industrias del entretenimiento, los medios de comunicación, las campañas de marketing y publicidad. Y han convencido a la población en masa hasta convertirla en una sociedad adolescente de adultos que juegan a las maquinitas, ríen los memes y leen los artículos de tetas y culos que inundan internet", escribe Mar Abad en un texto de Yorokobu dedicado al tema.

Sergio D'Antonio Maceiras, sociólogo e investigador social especializado en cultura digital y movimientos sociales apunta algo al respecto: que el fenómeno se reduce a las sociedades desarrolladas y, dentro de ellas, a un grupo muy concreto.

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"Por no esperar no esperamos ni a que el crush nos conteste y lo ponemos antes en Twitter"

"No sé si hablaría de infantilización tanto como de la eternización de la juventud, pero en todo caso es un fenómeno que, aunque se da, que es patente en sociedades desarrolladas. Su aparición se reduce al norte global, al primer mundo, y dentro de ese primer mundo se inscribe en toda esa amalgama gris que es la clase media: gente objetivamente pobre pero que se quiere presentar, se autoconcibe y se autentifica como clase media. No es un fenómeno global", dice, "sino de Pijolandia".

Inés Bárcenas relaciona esta infantilización en general y la manera en la que se muestra, demuestra y exalta en redes sociales con otro valor en auge: el narcisismo. "Los sujetos narcisistas se adaptan perfectamente a las demandas de la cosmovisión actual, que residen más en el ego (la imagen del yo, la fachada social) que en el yo (la identidad real). En su libro Narcisismo en el mundo moderno, la experta en psicología Pat McDonald sugiere que las cualidades narcisistas —un patrón general de grandiosidad, necesidad de admiración y falta de empatía— están en alza".

"En este sentido", añade la psicoterapeuta, "el narcisismo individual corre en paralelo al cultural: el individuo moldea la cultura según su propia imagen y la cultura moldea, a su vez, al individuo. Vivimos en la cultura del individualismo, de la libre elección, del hombre hecho a sí mismo. Una cultura que exalta la imagen, lo brillante, lo nuevo e inmediato, dejando poco lugar para la espera, un esfuerzo que actualmente se considera mundano, pero que sin embargo es central en el desarrollo psicológico".

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Porque no solo las redes sociales fomentan y alimentan nuestro deseo de ser adolescentes pasados los 20 e incluso los 30 o quizá nuestra imposibilidad de no serlo. Hay otras aplicaciones en nuestros móviles que, de un modo u otro, también contribuyen, y todas ellas tienen un factor común: su fin último es acabar con el tiempo de espera en alguna de sus formas. Ya no hay que esperar para comprar porque tenemos Ebay, Amazon o Glovo.

"Por no esperar no esperamos ni a que el "crush" nos conteste: lo ponemos antes en Twitter"

Ya no hay que esperar para contarle nada a nadie porque tenemos WhatsApp, Telegram o Facebook Messenger. No tenemos que esperar ni para follar: atrás quedaron los tiempos en los que uno tenía que ir a una discoteca y fingir que se divertía: Sillicon Valley nos ha dado Tinder. Y eso también influye, en una u otra medida, en el hecho de que seamos o queramos ser eternos efebos.

"La impulsividad es un rasgo característico de la inmadurez. A través de la espera, ya desde la infancia, comienza a desarrollarse nuestra capacidad de pensamiento simbólico, lo que Freud llamaba 'la renuncia al instinto', que sienta las bases para la aceptación de los límites de nuestra propia existencia. Tal como plantea Andrea Kholler en su brillante ensayo sobre la espera, "El tiempo regalado", esperar es propio de toda evolución, ya sea la gestación, la pubertad o la vacilación y la vulnerabilidad durante el acto creativo", comenta Inés Bárcenas. Por no esperar no esperamos ni a que el "crush" nos conteste —y sí, lo llamamos "crush" pasados los 18—: lo ponemos antes en Twitter, como la señora decimonónica a la que le endiñaron un texto que decía "fav si estás así pero con el móvil", que fue faveada por cientos, por miles de señores Burns disfrazados de Jimbo que estaban así pero con el móvil.

Sigue a Ana Iris en @anairissimon.

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