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Operación Triunfo

Vivimos la Final de OT desde el plató

Y aunque pueda parecer muy creepy la acreditación de la gala te la daban en una iglesia.

Ser periodista es un chollo: comida, bebida gratis y hasta incluso unas entradas VIP a la última gala de OT. Para ser un miércoles tonto, sin planes ni nada más qué hacer, no estaba nada mal.

Es en este tipo de eventos que te das cuenta que hay gente que ha estudiado una carrera solo para asistir a estos actos en los que te invitan y todo es totalmente gratis. Y allí estábamos Anna y yo, en medio de un grupillo formado por periodistas de vertele, ecoteuve y fórmulatv, y fans que tienen la carrera de periodista y que tienen un blog llamado l’oli d’oliva.

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Nos metieron a todos en un bus súper chulo, de esos que no tienen chicles enganchados debajo de los asientos y no huelen mal, que nos llevó hasta la puerta del plató. Y, en realidad, menos mal que nos dejaron en la puerta y no tuvimos que caminar demasiado.

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El bus de los periodistas

A los que no sepáis dónde se graba OT os diremos que es en uno de los sitios más terroríficos de Cataluña. El sitio en sí es conocido con el nombre de “el Hospital del tórax”, un sanatorio abandonado en el que se han hecho más de tres millones de ouijas y en el que se comenta que se practicaban ritos satánicos antes de que el recinto pasase a formar parte del Parque audiovisual de Terrassa. Todo bastante creepy.

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El plató mientras se proyectaba el vídeo de emergencia

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Allí en medio de aquellos edificios, como una seta, se alza una iglesia, con sus retablos y sus santos, ahora reconvertida en un despacho de check in para registrar las entradas y los DNI de toda la gente del público. Una vez que nos dieron la botellita de agua y el bocadillo de jamón de turno, nos pusieron a todos el mejor sello de nuestras vidas: el de OT.

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Justo delante nuestro estaba Jaime, un chico de veintipocos años que cada semana trae a gente de público al programa para que el foso se vea lleno. “Yo soy un fan que hace años que viene de público y ahora me encargo un poco de hacer de PR de gratis para que haya ambiente”, nos dice. Del grupo de chicas que le acompaña esta noche solo conocía a una.

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Montado en el centro del plató estaba Mateo, el animador de público, que parodiaba todas las situaciones en las que los asistentes se podrían encontrar en un programa en directo. Le decía a los de primera fila que se pusieran guapos y no chillaran mucho, que luego se les veía por la tele hasta el pus de las anginas. Advertía a los VIP que por el simple hecho de tener un VIP no podían hacer lo que les diera la gana. “Hoy todas somos VIP caris, decía”. También recordaba que en el interior del recinto estaba prohibido grabar stories, aunque dijo que estaba seguro que alguien las haría, les pedía que al menos no usaran flash. Una vez escuchado aquel preámbulo y visionado el vídeo con las medidas de seguridad indicando dónde se encontraban las salidas de emergencia, como si estuviéramos en un avión a punto de despegar, empezó el show.

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3, 2, 1 y dentro. Y habiéndose memorizado todos los tarjetones del guión Roberto Leal se presentó ante la cámara guardando la compostura ante tantos aplausos nerviosos. En las pausas de vídeo el equipo de maquillaje le retocaba y le animaba a sacarse el blanco de la comisura, y a sacarse los mocos, residuo de un invierno arduo plagado de virus. Muy heavy el nivel de concentración que hay que tener para hacer un directo así. Yo creo que en los momentos en los que bailaba como si le hubieran electrocutado era para sacarse los nervios de encima. Roberto, si lees esto ¿nos lo puedes confirmar?

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Eso sí, para mí los mejores momentos de la gala fueron los encajes de bolillos para que todo el mundo tuviera un micro y la maravillosa forma en la que una vez se pinchaba la cámara todo lo sobrante desaparecía. Las tarimas se desvanecían como de la nada y de repente siete personas venían a colocarle bien el vestido a Natalia como un coche de F1 entra a los boxes.

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Si hay algo que he aprendido en esta gala es que en OT trabaja un ejército de arañas que tejen sin que nadie se entere de su presencia y cuidando la imagen con el máximo detalle: peinando el cabello despeinado de Julia, quitando el pintalabios de los dientes de Sabela y hasta arreglando el cuello de camisa de Famous. Los momentos a lo lluvia de estrellas en los que los concursantes vuelven cambiados de ropa también son magia.

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En otro estadio de importancia están los músicos que acompañan a las actuaciones, aquellos a los que poco aplauden y han estudiado desde los seis años para poder tocar dos minutos en OT. Ellos, que ven como neoartistas que se pasan tres meses encerrados en una academia se convierten en oro, se merecen mucha más atención de la que el público les presta.

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En las pausas para la publicidad se escuchaba a la gente chillando “Natalia ganadora” “Alba campeona” o “Famous Eurovisión”. Era gente que estoy segura que hoy no tiene voz. Gente que se daba las manos con señal de apoyo, peña de los nervios que se llebaba las manos en la cabeza, lágrimas que recorrían rostros y uñas mordidas. Estas señales aumentaban exponencialmente a medida que avanzaba la noche y se acercaba el momento de desvelar el nombre del ganador o ganadora.

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El momento del veredicto final

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Y en el momento en el que Roberto Leal abrió el sobre y pronunció el nombre de la persona ganadora, una explosión de papelitos dorados se vino a mi cabeza. Hubo un momentazo televisivo en el que la madre del ganador se vino arriba al salir en el escenario y se marchó con el premio de 100.000 en la mano haciendo señales con las manos como de merecerlos. La gente se quedó muy pillada con ese momento.

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Con esta gala se cerraba una etapa. 92 días de presión, risas y emociones. Acabada la jornada, poco a poco la gente fue desalojando la sala como ganado y montándose en los autocares que salían de vuelta a Barcelona, no sin antes comentar la jugada y haciendo la tertúlia a las puertas de aquel antiguo hospital reconvertido en plató.