Andrea actuando en su cubículo
Fotos: Aurélien Nobécourt-Arras  

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Identidad

Una noche con los ‘shower boys’ de París

En el distrito Marais de la ciudad, strippers masculinos se duchan desnudos en medio de un bar.

Este artículo se publicó originalmente en VICE Francia.

El shower boy está de espaldas a sus fans, mostrando el trasero desnudo a la multitud. Mientras le cae el agua por los músculos y por el pecho depilado, coge la esponja y se frota su hercúlea espalda. Un reguero de espuma le cae por la columna y se cuela entre las nalgas. El bailarín posa antes de apoyarse contra la pared negra. Levanta la pierna para taparse el miembro, provocando al público. Poco después retira la pierna para revelar una erección. Su gran final consiste en coger una toalla y envolverse el pene con ella para que parezca que tiene una trompa entre las piernas.

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Ryan, nombre artístico, tiene un espectáculo de ducha en el Raidd Bar, en el distrito de Marais de París, una zona conocida por su comunidad LGTBI. El local es un imprescindible de la vida nocturna gay porque marca la diferencia: tiene modelos desnudos exhibiéndose en cubículos con duchas.


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Cada noche, un bailarín ocupa uno de esos cubículos de plástico empotrados en la pared por encima de la multitud y decorado con luces de neón. Este bailarín actúa delante de turistas, clientes habituales y un mar de móviles que registran cada pose. El público está principalmente compuesto por hombres gais, pero también hay parejas heteros y muchas mujeres.

Estuve dos semanas yendo a Raidd y hablé con dos de los artistas, Ryan y Andrea, sobre cómo acabaron siendo shower boys, qué es lo que más les gusta de su trabajo y cómo lidian con los fans demasiado entusiastas.

Ryan, 31

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Después de su actuación, quedo con Ryan en su diminuto camarote, que está justo encima de la ducha. Para cuando consigo subir esas escaleras tan empinadas que casi me dejan sin respiración, Ryan ya lleva puesta una gorra, unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes. El vapor de la ducha sube y hace que el ambiente de la habitación resulte asfixiante. Como la mayoría de los shower boys de Raidd, Ryan es hetero. Tiene 31 años, está soltero y es bombero. Empezó a actuar hace siete años cuando un amigo le trajo a Raidd una noche para tomar algo. Después de varias copas, alguien le retó a meterse en la ducha.

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Aunque afirma que estaba nervioso y actuó con torpeza, Ryan llamó la atención y le invitaron a hacer una audición para conseguir un puesto fijo. A partir de ahí, empezó a trabajar cada noche y a ganar 100 euros por actuación más propinas. Durante este tiempo ha conocido a fotógrafos que le han ofrecido curro como modelo.

“Nada de esto estaba planeado”, me dice. “Jamás me habría imaginado que me dedicaría a algo así. Soy una persona bastante reservada”. Al principio le llevó algo de tiempo sentirse cómodo. “Me ponía tan nervioso que la gente me mirara que me era imposible tener una erección”, admite. “A día de hoy me meto en el personaje, sé que mis actuaciones gustan. Sigue siendo gratificante, aunque ahora me sienta parte del decorado”.

Aun así no se puede esperar que haga una actuación perfecta cada noche. A veces para que se le ponga dura tiene que enrollarse la goma de un condón alrededor del pene como un torniquete para controlar en flujo de sangre

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Los compañeros bomberos de Ryan no conocen su faceta de stripper. Describe su parque de bomberos como un “ambiente de machos” donde “un gay no podría admitir que lo es” y tiene miedo a las consecuencias que tendría revelar a qué se dedica por las noches. “Vivo entre dos mundos”, me cuenta.

Casi se mete en un lío cuando un cliente del bar descubrió quién era y llamó al parque de bomberos para denunciarle. Ryan lo negó todo y canceló sus actuaciones para los siguientes meses antes de volver a los escenarios. Actualmente actúa una vez a la semana, los sábados por la noche, la única noche en la que tiene que lidiar con clientes que se piensan que por haberle visto denudo pueden acosarle sexualmente en el bar después de su actuación.

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“Eres como un trozo de carne”, admite. “Al principio disfrutas, pero luego te das cuenta de que algunos solo han venido para acostarse con los bailarines. Es un poco como ser bombero, tienes que lidiar con clichés sobre ti”.

Andrea, 30

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Andrea

El sábado siguiente hablo con Andrea en el sótano de Raidd. Este artista gay milanés de 30 años lleva una camiseta de tirantes y la misma cadena de oro con la que actúa.

Andrea empezó en Raidd hace seis años, justo cuando rompió con su exnovio. Un camarero del bar le vio en el gimnasio y le dijo que tenía el físico perfecto para el trabajo. Lo dejó una temporada, cuando volvió con su ex, pero siguió tras la segunda ruptura. “Lo hice un poco para olvidarme de él y para ponerle celoso”, dice.

Al igual que Ryan, Andrea también tiene otro trabajo, en el comercio electrónico. “Tengo un trabajo normal, pero hago esto para escapar de la rutina”, explica. Se describe a sí mismo como una persona casera a la que no le gusta beber, así que ser bailarín le permite salir y conocer gente. A veces se va a casa con los clientes y explica que trabaja en esto principalmente para sentirse validado por los demás. “Aunque no me gusta ser el centro de atención, hay una parte narcisista en todo esto. Me dejo la vida yendo al gimnasio cuatro o cinco veces a la semana”, explica. “Al menos aquí puedo presumir de ello con la gente y me aprecian por mi físico. En la comunidad gay importa mucho”.

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Las primeras duchas de Andrea fueron “muy incómodas”. Sin embargo, ahora se considera todo un profesional. Hace cuatro pases por noche y enseña la polla en las duchas pares. “No puedo estar muy empalmado debajo del agua”, me explica Andrea. “Ya no me molesta estar desnudo. No se puede ver al público desde el cubículo. Es como ducharse en casa, pero de una forma más sexi y utilizando mucho jabón”, dice entre risas.

Andrea afirma ser tan popular con hombres como con mujeres y dice que no le importa que le toquen sin permiso. “Es raro, pero estoy acostumbrado. Simplemente cojo la mano del tío y la aparto. A las mujeres también les gusta tocar. Me resulta un tanto incómodo, pero lo puedo soportar”, dice.

Ha llegado el momento de que Andrea salga y le de a la gente lo que quiere. Después del espectáculo, se da una vuelta por el bar sin camiseta escribiendo en el móvil, atrayendo todas las miradas. Tres hombres le piden una foto. Otro fan le agarra del cuello para darle un beso. “¡Eres uno de mis favoritos!”, grita. Aparece una joven de unos 20 años con el pelo corto. “Es una clienta habitual”, me dice Andrea sonriendo. “Le gusta dar toques en el cristal de la ducha y enseñarme los pechos. Me hace reír siempre que lo hace”. Su admiradora es igual de entusiasta con él. “Es el mejor. Me gusta su culo y la energía que pone en su espectáculo”, dice.

A continuación, más fotos de la actuación de Andrea:

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