A las generaciones actuales bregadas en juegos de tronos, muertos caminantes y demás perdidos debe sonarles tan poco el nombre de Rod Serling como a los del rock, caso de que la entelequia aún exista, el de Son House, y del mismo modo unos no existirían sin aquellos. Serling, señores, fue uno de los titanes de la ficción catódica norteamericana desde finales de los 50 hasta entrados los 60, y la principal, que no la única, criatura surgida de su imaginación, la serie The Twilight Zone, resiste los embates del tiempo como solo pueden aquellas obras que se erigen en molde y ejemplo. Bautizada por estos lares como La dimensión desconocida, a lo largo de cinco temporadas The Twilight Zone llevó a la pantalla pequeña el miedo a lo raro, lo incomprensible enquistado bajo el tejido de la cotidianeidad, en forma de cegadores fogonazos de fantasía que desgarraban la piel gris del día a día a razón de entre 30 minutos y una hora. The Twilight Zone enganchaba –50 años después aún lo hace– no en base a unos personajes identificables y una intriga mantenida de episodio en episodio, pues cada uno variaba, sino a unos guiones que casaban a la perfección lo extraño y lo plausible –muchos de ellos, por cierto, plagiados en años posteriores en películas que se saludaron como originales–, provocando en el espectador la indeleble sensación de que algo inaudito podría acontecer con solo abrir la puerta de un armario, mirar en un momento dado hacia arriba o ponerse un calcetín del revés. Dejaba poso, vaya. Fallecido en 1975, Serling tiene estrella en el Paseo de la Fama, y me juego a que muchos viandantes ponen encima el pie a ver qué ocurre. Nada, probablemente. Cualquier posible efecto viene dado por la visión de The Twilight Zone. Déjense abducir de cabeza.
NEIL YOUNG JOURNEYS Jonathan Demme Sony ClassicsJonathan Demme parece haberse abonado a filmar películas de, con y sobre Neil Young, destinadas a un público que conoce y aprecia la obra del canadiense y de reducido interés para cualquier otro. Tres largos ha rodado en los últimos seis años, distintos en la forma pero similares en contenido, y si bien es cierto que Young siempre es presencia agradecida –“uno de los últimos representantes de una generación física”, lo definió en una ocasión Servando Rocha– cojea precisamente Neil Young Journeys del abismo de interés que media entre las tomas de Neil en su salsa, sobre un escenario –el del Massey Hall, señera sala de conciertos en Toronto, durante la gira en solitario Le Noise de 2010– y aquellas en las que simplemente aparece conduciendo por el área donde creció, rememorando (poco reveladoras) anécdotas de su niñez, visitando lugares añejos en compañía de su hermano y para de contar. Puede entenderse como una ilustración a pelo de una de las constantes en las letras de Young, el paso del tiempo; habría dado juego así la cosa, extendiéndola y llevándola hasta sus últimas consecuencias, creando una biografía al pie de la letra. No siendo así, estos fragmentos se convierten en apéndice de lo que se supone que es la masa pastelera del asunto, el directo, que al no ser el concierto al completo deja al conjunto el aire cojitranco de no haber sabido por dónde tirar. Más interés revisten las entrevistas incluidas como extra, en las que Demme habla como una ametralladora dando ocasionalmente en el blanco y Young dice poco pero todo lo clava. Neil Young Journeys es un producto para fans irredentos (yo lo soy, por si esto les sirve), y uno no puede sino esperar que Demme o algún otro se den cuenta del material en bruto que late en las letras de Neil Young. Ahí hay inspiración para docenas de películas.
LA TARÁNTULA DEL VIENTRE NEGRO Paolo Cavara RegiaEl giallo italiano de los 60, 70 y 80 es fuente inagotable de regocijo, un surtidor del que el agua (teñida de rojo) siempre mana, y una veta mucho más rica de lo que dejan entrever las largas, ilustres sombras de Riccardo Freda, Mario Bava, Argento o Fulci. Al florentino Paolo Cavara no se le suele mencionar, o de serlo es como integrante de la clase de tropa, y sin embargo firmó en 1971 uno de los gialli arquetípicos de la época, La tarántula del vientre negro, un film que es ejemplo, acopio y resumen de los principales rasgos identitarios de este género tachado de menor pero a la vez copiado sin recato. Cavara fue figura clave en otro género que los meapilas cogen con pinzas, el mondo, siendo tercera pata del trípode que completan Gualtiero Jacopetti y Franco Prosperi en “shockumentales” como Mondo cane y La donna nel mondo, entre otros. Llegado 1971 y con un par de largos de ficción en sus alforjas, Cavara levantaría con La tarántula… un compendio, ya digo, de todo lo que el giallo era y debería ser: hay psicópata de manos enguantadas, policía tratando de descubrir su identidad (un ratonil, apocado Giancarlo Giannini, que contra todo canon policial no liga ni media de lo que pasa y lo que le gustaría es buscarse otro trabajo) y cuchillos que hienden carnes tersas y femeninas en primer plano con atonalidades de Morricone de fondo. No se puede pedir más, pero Cavara lo da: una cámara nerviosa que no para quieta, dramáticas composiciones de plano, una fotografía hipercromática y escasos tiempos muertos. Se ve venir la conclusión, gran pecado este en el giallo, pero poco importa esto; La tarántula del vientre negro, acaso un título menor dentro del gran conjunto del thriller italiano de los 70, es a la vez uno de sus más claros exponentes, y eso barre con todo.