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Reseñas DVD’s Diciembre

PACK ANTONI PADRÓS Antoni Padrós

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Cameo

De todos los que en España se han movido en los márgenes de la industria, creando sus obras con medios de producción precarios pero con la libertad que concede el no tener que rendir cuentas a nadie salvo al banco si has pedido un préstamo, tal vez sea el egarense Antoni Padrós de los más desconocidos cineastas, puede que por no desprender ese aura de malditismo que hunde en vida y encumbra después. Pintor que a finales de los 60 cambió la paleta por la cámara, a Padrós le cuadran las etiquetas de combativo y experimental; de lo primero dan fe algunas de las constantes de su obras, en especial las primeras, plenas en explícitas alusiones tanto a las injusticias del capitalismo como a las contradicciones del comunismo. Experimentales lo eran no en un sentido plástico, sino narrativo: los films de Padrós, los cortos y los largos, juegan con el tiempo y el orden de las secuencias, pasando de una a otra en continuidad en apariencia caprichosa aunque sin serlo, permitiendo a sus personajes que deambulen, hablen e interactúen en modos que suelen desafiar el orden causa-efecto, y todo con la intención de comunicar no una historia, sino una idea. Podría desprenderse que Padrós era (sigue vivo, pero alejado del cine) un cineasta discursivo, aleccionador, pero en sus películas late la pulsión lúdica; ahí lo demuestra su film más, es un decir, conocido, Shirley Temple Story (1976), una extravagancia de ¡cuatro horas de duración! que toma El mago de Oz como partida para disparar con bala contra el intervencionismo americano y la situación política de entonces en España. No tan coyuntural como pueda parecer, la obra de Padrós se recoge íntegra en este pack de 4 DVDs que no desentona al lado de aquel dedicado al Grupo Dziga Vertov. Hay conexión.

THE SADIST James Landis Bang Bang

Los norteamericanos tienen una habilidad innata para transformar cualquier cosa, lo que sea, en material susceptible de generar dólares, ya se trate de siniestros cuentos de los hermanos Grimm blanqueados para que los niños no sufran pesadillas o su propia y fecunda cantera de asesinos en serie, pesadillas reales convertidas en iconos pop: mata a un hombre y serás un asesino, mata a diez y harán una película. Y si tiene éxito se rodarán secuelas. A la estela del éxito cosechado por Psicosis, cuyo Norman Bates era una abstracción del psycho real Ed Gein, se sitúa The Sadist, film de 1963 cuyo enajenado protagonista, un cruce entre un simio y un James Dean con síndrome de Down, se inspira sin disimulo en Charles Starkweather, matarife auténtico que en compañía de su no menos tarada novia acabó en 1958 con la vida de once personas. Rodada casi en su totalidad en un desguace de automóviles, la película narra la tortura física y psicológica que padecen tres arquetípicos representantes americanos –el macho alfa, la modosita y el intelectual de mediana edad– a manos de una pareja no menos arquetípica: basuras blancas él y ella, unos paletos de solemnidad que los secuestran y descargan en ellos sus frustraciones a punta de pistola. Es esta una película de evidentes estrecheces económicas, pura serie B, pero de inaudito fuste: James Landis, cuya carrera como director transcurrió enteramente en los años 60, se revela como un cineasta original y visionario, anticipando planos y composiciones de uso habitual hoy en día y alternando con la maestría de los grandes los momentos de tensión soterrada y de violencia abierta. Por su planteamiento, estructura y desenlace, The Sadist es el germen de La matanza de Texas, ni más ni menos. Míralas y juzga.

THE TINGLER William Castle L’Atelier 13

Hace unos meses hablaba en esta sección del inimitable Wliiam Castle y su película El barón Sardónicus; en esta ocasión traigo bajo el brazo otra de sus películas más reconocidas, The Tingler, aprovechando su reciente reedición por parte de L’Atelier 13. En su día bautizada en España como El aguijón de la muerte, un título que me niego a reproducir como cabecera de esta reseña, The Tingler es una de las más simpáticas, gozosas muestras del cine de terror que se facturaba en los USA a finales de los 50, una época que, como informa el libreto del DVD, más de un tercio de los films rodados en Hollywood eran del género. Es evidente que, para destacar entre tan estajanovista producción, había que echar mano de imaginación, y Castle, para la promoción, la tenía a raudales: instaló en las butacas de los cines dispositivos vibratorios que se activaban en un momento concreto del film, anunciando él en pantalla que el monstruo estaba en la sala y sólo podrían los espectadores salvar la vida gritando. ¡Toma cine interactivo! Quedaría esto en anécdota si no fuese The Tingler una buena película, pero lo es. La premisa es de primera: el kundalini de la filosofía hindú se reimagina como una especie de serpiente / oruga que habita microscópica en la columna vertebral de las personas, creciendo indestructible en momentos de pánico. Vincent Price, en uno de esos papeles de “mad doctor” para los que parecía haber nacido, compone un personaje ambivalente, sin escrúpulos en sus experimentos pero de trato cálido y no exento de cierta rectitud moral. Él es uno de los grandes activos del film, pero no el único; de gratificante desfachatez, The Tingler es por sus méritos una de las películas de terror fifties que, a mi poquito entender, mejor han aguantado el paso del tiempo.