Este artículo se publicó originalmente en VICE Sports España.
En abril de 2011 Pacheco moría quemado después de que su ropa se incendiara mientras trataba de encenderse un cigarro. Era la séptima muerte de ‘Dejadnos Vivir’, un equipo de diez jóvenes que arrasaron en el único torneo que jugaron.
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Fue en 1982, en Vilanova de Arousa, una localidad gallega cuya historia está ligada al narcotráfico, la felicidad y la muerte. Vilanova fue uno de los puntos de entrada más fructíferos de la costa gallega. Primero fue el tabaco, después el hachís y finalmente la cocaína. El pueblo entero disfrutó y sufrió las consecuencias de la acción sin límites de los clanes que se enriquecían con el contrabando.
Los capos se convirtieron en pequeños millonarios a costa de una juventud que vio como la salida más fácil y rápida hacía una vida acomodada era ir de noche a las playas de la ría a descargar fardos de oro blanco. Los primeros acabaron sumidos en interminables procesos judiciales —como la Operación Nécora dirigida por Baltasar Garzón—, los segundos cabalgaron a lomos de todo lo que podían hasta que se dieron de bruces con la realidad. Una realidad que los mató a decenas.
Por aquel entonces, un grupo de amigos vilanoveses de veintipocos años disfrutaba de la vida ajenos a aquella destrucción. Se concentraban casi cada tarde en la Plaza de las Palmeras y bailaban hasta que sus jóvenes músculos decían basta. “La mayoría fumaba, bebía y por aquel entonces eran poco amigos de las drogas más duras, aunque alguno ya empezaba a flirtear con ellas”, explica a VICE Sports Manuel Fernández Padín, miembro del equipo y superviviente de esa generación perdida que vivió demasiado rápido.
Fernández Padín fue quien delató al clan de los Charlines y quien desencadenó toda la Operación Nécora a mediados de los noventa. Ahora recuerda ese verano quizás como uno de los mejores de su vida. Aún se sentían libres y capaces de nadar a contracorriente en un mundo que acabaría por engullirlos a todos. Él, junto a su hermano Rafael —un policía local en A Illa de Arousa que prefiere no remover el pasado— y Pacheco, el último en morir, eran de los pocos buenos de ese equipo.
“Costó hacer el equipo porque juntar a nueve o diez jóvenes para jugar toda una tarde era harto imposible cuando teníamos veinte años y lo que nos gustaba era salir y pasarlo bien”
“Costó hacer el equipo porque juntar a nueve o diez jóvenes para jugar toda una tarde era harto imposible cuando teníamos veinte años y lo que nos gustaba era salir y pasarlo bien”, cuenta Fernández Padín. A la mayoría no les interesaba demasiado el fútbol y a pesar de estar un poco al día de lo que hacían los grandes equipos, no se vestían de corto para dar patadas a un balón. Si a esto le sumas que eran las fiestas patronales del pueblo, el resultado es que fue un auténtico milagro que todos estuvieran de acuerdo en ir a jugar.
Conseguir juntar a ese grupo amante del rock, la literatura y la música que solo pretendía reírse del mundo con unas camisetas negras bordadas con la A de anarquía en el pecho fue todo un milagro, y el resultado final una auténtica aparición del espíritu santo.
“De los diez que formamos el equipo, solo tres o cuatro habíamos jugado a fútbol y únicamente mi hermano Rafael se lo tomó en serio y acabó jugando en tercera división”, comenta Manuel mientras hace memoria. Se suponía que iban a perder por goleada pero fueron pasando de eliminatoria sorprendiendo a todo el pueblo. “Nos llamaban los ‘porrerros’ porque fumábamos hachís y nos tomábamos la vida de una forma distinta al resto”.
“Gelucho [que también falleció] era el que menos idea e interés tenía por el deporte, así que lo elegimos como entrenador y al final se metió en el papel”, explica Manuel. Después de ganar los dos primeros partidos, el mister entendió que podían dar la campanada y dirigió a los mejores en la pista de fútbol sala del pueblo. No sabía nada de fútbol pero tenía claro que podían dejar con la boca abierta a toda esa gente que los criticaba por llevar una vida diferente a la que se suponía que debían llevar.
“Gelucho [que también falleció] era el que menos idea e interés tenía por el deporte, así que lo elegimos como entrenador y al final se metió en el papel”
No habían entrenado antes del torneo y jamás volvieron a jugar pero quedaron en la memoria del pueblo como el equipo que no perdió ni un partido y que ganó en la final a los mejores futbolistas de Vilanova. “Fue suerte, motivación y orgullo. Ganamos la final 1-0 al mejor equipo del pueblo y nos proclamamos campeones, fue brutal”, asegura Manuel. Los hermanos Fernández Padín y Pacheco fueron la base del equipo pero los demás ayudaron, incluso aquellos que nunca habían tocado un balón, como Paulino o Panadeiro. Manuel recuerda con especial intensidad la actuación de Macuta, quien se vistió con pantalones largos para ejercer de guardameta. “También fue suerte porque obviamente no era portero pero salvó muchas pelotas difíciles”.
Otra de las anécdotas que recuerda Manuel es la del chico que hacía de árbitro. Aunque asegura que no influyó en el resultado porque se lo tomó de manera muy profesional y aplicó las reglas, fue otro de los protagonistas de esa tarde estival en Vilanova. “Era el chico más conflictivo del pueblo, también iba a su bola, como nosotros. Era rebelde, respondón y se guiaba por su propia moral. Aún no se como lo pusieron de árbitro porque podía ser muy peligroso pero supongo que al final ayudó a que nadie complicase el torneo. No nos atrevíamos”, comenta mientras suelta una carcajada.
El último recuerdo que tiene de ese día es el de ir a recoger el trofeo. “Hicimos salir a Gelucho, el entrenador. Él no vestía la camiseta negra del equipo pero hicimos un pequeño banderín negro con la A de anarquía en medio. Fue justo antes del baile y a pesar de que al principio del día no veía con buenos ojos eso de ser el entrenador, salió a buscar el trofeo con la cabeza alta y la pose de quien sabe que ha hecho un buen trabajo”.
Ese día los chicos de ‘Dejadnos Vivir’ —un nombre con mensaje para todo el pueblo—, dieron una lección y callaron todas aquellas bocas que algún día dijeron que unos jóvenes que fumaban hachís no podían ganar un torneo. Más tarde el tiempo se volvió en su contra y les pasó factura, uno a uno, a todos los que pasaron de los porros a la cocaína, al LSD y a la heroína. “Éramos demasiado jóvenes y no supimos decir que no a todo lo que nos iban dando”, confiesa Manuel, pero nadie podrá quitarles el honor de aquella tarde de 1982 en la que unos amigos veinteañeros rebeldes se coronaron como el mejor equipo de fútbol local.
Fue la tarde en la que la anarquía ganó a la heroína.