Así es realmente Route 36, la famosa coctelería de cocaína de Bolivia

Un poco de cocaína, pero no en Route 36, porque es imposible hacer fotos dentro del bar. Imagen vía Flickr.

En mi viaje por Sudamérica, oí susurros, rumores y recomendaciones sobre un lugar llamado Route 36. Según algunos, y con «algunos» me refiero a las personas a que les encanta meterse cocaína altamente pura por la nariz, es tan esencial como Machu Picchu en el itinerario de cualquier viajero que va de mochilero.

Route 36 es un bar ilegal ubicado en La Paz donde te sirven cocaína por gramo en bandeja de plata junto con el cóctel que hayas pedido. Y al parecer todo el mundo lo conoce, así que es lógico sospechar que sigue abierto gracias a la corrupción.

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Y claro, aunque todos saben que existe, son pocos los que saben dónde está. Después de hacer que tres taxistas se pusieran pálidos, por fin encontramos al indicado. «¿Nos puede llevar a Route 36, por favor?», le preguntamos. Nos cobró 15 pesos bolivianos (menos de 2 euros) y nos llevó a nuestro destino. El único obstáculo en nuestro viaje fue la barricada que tuvimos que evadir.

La policía estaba vigilando la plaza principal de La Paz porque dos semanas antes se manifestó un grupo de mineros de otra ciudad que exigían inversión. Un día antes de nuestra aventura en el taxi, a finales de julio, los manifestantes expresaron sus peticiones con explosiones de dinamita en plena calle. Así se vive en La Paz desde hace algunos años; los turistas disfrutan de los servicios locales de drogas artesanales mientras la población se manifiesta cada dos por tres, desde soldados que piden mejores condiciones laborales hasta discapacitados que piden un mejor servicio de salud social.

Mientras recorríamos las afueras de La Paz para evadir la barricada, el taxista me explicó que la mayoría de la cocaína de Bolivia se produce en las ciudades de Cochabamba y Santa Cruz. Bolivia es el tercer lugar en producción de coca por su gran cantidad de granjas y sus 23.000 hectáreas de plantaciones. El primer lugar se lo lleva Perú, con 49.800 hectáreas, y el segundo, Colombia, con 48.000.

Cuando llegamos al bar, tres jóvenes bolivianos que esperaban discretamente en la puerta nos cachearon antes de pasar por una puerta de casi un metro y medio de ancho que parecía ser la entrada de un garaje. Después de pagar nuestros 25 bolivianos (unos 3,50 euros) de entrada (a cambio de unos pedazos de papel que indicaban el número 12056 y el número 12057, respectivamente) nos hicieron un recorrido y nos sentaron en la mesa más llena, junto a un noruego encantador.

Al parecer, el noruego había estado preguntando dónde conseguir coca por la calle hasta que lo metieron en un taxi y lo trajeron al bar.

«Dos caipiriñas, por favor», le dijo mi amiga Josephine a la camarera exhausta que se nos acercó mientras nos acomodábamos.

«Y un gramo de cocaína, ¿no?», interrumpió antes de que la última sílaba se escapara de la boca de Josephine.

Pagamos 50 pesos (6.50 euros) por los cócteles, más otros 150 (20 euros) por el gramo de coca. Nos lo llevaron al instante.

No es la clase de bar que hace la vista gorda a los camellos que hacen sus trapicheos en el baño; aquí se facilita y promueve el consumo de cocaína. Route 36 cambia de ubicación en cuanto los vecinos se quejan. Según los que estaban en nuestra mesa, lleva unas cuantas semanas aquí.

Había cerca de 20 personas en el bar. Estábamos sentadas con ocho jóvenes ingleses, dos belgas y el noruego. Había otros seis empresarios irlandeses al otro extremo del bar, más borrachos y puestos de coca que nadie. También estaban las dos camareras, la encargada, el DJ (que pinchaba un dubstep horrible) y dos guardias de seguridad que no dejaban de pasearse por ahí.


El presidente boliviano Evo Morales sosteniendo una hoja de coca. Captura de pantalla vía

La hoja de coca, de donde sale la cocaína, salió en las noticias hace poco, cuando el Papa visitó La Paz. En los Andes, la hoja se considera un producto sagrado y el presidente Evo Morales es un defensor acérrimo de sus propiedades medicinales y nutricionales. Y su argumento tiene puntos muy válidos; su importancia cultural para los andinos, que han masticado la hoja desde hace miles de años, se debe principalmente a que alivia las náuseas por la altitud; su propósito no era facilitar cuatro horas de conversaciones sobre cómo mejorar el flujo de trabajo con tu jefe en una fiesta.

Por esta razón, Evo acabó con la práctica de destruir los campos de coca que implementaron los gobiernos anteriores como parte de la guerra estadunidense contra las drogas. Echó a la DEA, que ofrecía 1.500 dólares por cada campo de coca destruido. Ha calificado esta actividad como imperialismo cultural y dijo que el aumento en la demanda de la cocaína en EUA no es razón para robarle a los pueblos indígenas sus tradiciones milenarias.

Desde que legalizó el cultivo de coca tras su elección en 2006, Morales ha insistido, en varias ocasiones, en que la coca no es cocaína y pidió a la ONU que la quitara de la lista de drogas prohibidas. Sin embargo, la exportación de cocaína de Bolivia ha aumentado desde que Morales asumió el poder y la producción aumentó de 290 a 420 toneladas entre 2013 y 2014. Tal vez la existencia de Route 36 se deba a estas políticas liberales.

Tuve que disculparme por no participar en las bromas y las presentaciones para pasar directamente al producto que nos proporcionó el bar. Hice dos rayas con el papel que nos dieron y las inhalé. Estaba bastante buena. Podía haber sido más fina, pero pasó bien. Como era de esperar, me volví más charlatana de lo normal y todos compartimos anécdotas y consejos de viaje.

Los dos ingleses sentados junto a mí, Hamish y Josh, nos contaron cómo unos gánsteres colombianos los obligaron a pagar el equivalente a 14 mil pesos colombianos (menos de 4 euros) a cambio de 10 gramos (aunque solo querían dos) la vez que trataron de comprar coca en Medellín. Este lugar no tenía nada que ver con la experiencia de aquel día.

Como había promoción, Josephine y yo hicimos bote con nuestros dos amigos nuevos para comprar cuatro gramos al precio de tres. De pronto, un sueco carismático —pero un poco novato— apareció junto a nosotros y compró rayas para todos. Tuve que enseñarle cómo esnifar la coca. Era el tipo de chico al que estafarían en cualquier otro lugar fuera de la seguridad de este círculo, y el hecho de que pudiera entrar dejó claro lo fácil que es encontrar este bar.

A las 5 de la mañana ya estaba bastante del revés, fumando un cigarro tras otro y hablando mucho a la gente en vez de con la gente. Para cuando dieron las 6, una mujer cincuentona nos preguntó si queríamos comprar hierba sin que nos vieran los empleados del bar. Compramos cinco gramos de una masa negra disfrazada de marihuana imposible de fumar que me provocó un dolor de cabeza por 80 pesos bolivianos (10,50 euros) y regresamos en taxi a nuestra casa de Airbnb con siete de nuestros nuevos amigos muy drogados y muy habladores.

Tuvimos una noche muy divertida y aprendí un par de cosas: los turistas tienen un hambre insaciable de cocaína; y que si viajaste a Sudamérica por coca, es mejor que vayas directo a Route 36 en vez de comprarla en la calle y arriesgarte a que te amenacen con un cuchillo en la garganta.

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