Salud

¿Saldremos de la pandemia adictos a los psicofármacos?

drogasOficiales_@lenny_maya

—Todo el mundo le tiene miedo a algo —dice el pequeño hijo de Eric mientras se acomoda malamente su mascarilla en la cara para salir a la calle.

—Es cierto, ¿qué te da miedo a ti? —indago.

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—Nada. No, sí, el hoyo negro —responde y desaparece corriendo por la puerta.

Es famoso el “perro negro” de Winston Churchill, el nombre que el político le dio a su depresión. Mi amiga Paula llama el “hoyo negro” a ciertas personas con el poder de aniquilar el mejor estado de ánimo con los dramas que crean, y seguramente todos sentimos que de alguna forma estamos en el hoyo, a secas, debido a la pandemia que nos tiene paralizados y confinados en nuestras casas.

Los días son ahora una sucesión de rutinas limitadas por un entorno estrecho. Hay quienes los aderezan con litros de alcohol, otros quisiéramos hibernar en la criogenia o nadar en un mar de Rivotril para despertar a la vida que conocemos como normal. Al parecer, ninguna de estas ideas es tan buena; aún así, tanto la primera como la última son las formas más comunes en las que estamos lidiando con el coronavirus (la criogenia queda descartada, es demasiado cara).

En lo que va de la pandemia o mejor dicho de la “Jornada Nacional de Sana Distancia”, como llama el gobierno mexicano a la cuarentena, la demanda de antidepresivos y ansiolíticos aumentó en un 10% con respecto a los meses anteriores.

Ese incremento puede parecer irrisorio cuando se lo compara con el de Estados Unidos, donde alcanza el 34%, o sin ir más lejos, con el consumo de alcohol que se disparó en el mercado mexicano en 63% en el mismo periodo. “Esta sensación abrumante de ansiedad tiende a hacer que aumentes el consumo de sustancias que previamente has relacionado con efectos placenteros, como el alcohol o la marihuana”, dice José Javier Mendoza Velásquez, psiquiatra a cargo de la Coordinación Nacional de la Estrategia de Capacitación mhGAP y ahora Coordinador Operativo de la estrategia de Salud Mental para COVID19.

Antonio Pascual Feria, presidente de la Asociación Nacional de Farmacias de México (ANARFAMEX) explica que la asociación lleva un control del consumo de psicofármacos en la pandemia, pero que no pueden determinar cuánto de éste corresponde a la automedicación. Además, dice, es normal el incremento del uso de ansiolíticos durante crisis como esta: ocurrió después del temblor de 2017 y también durante la epidemia de H1N1 en 2009. Pero Pascual Feria suelta un dato insospechado: este aumento también se ve en épocas de elecciones.

La sensación de la que habla Mendoza Velásquez parece razonable en un mundo en el que las medidas de cuarentena (obligatorias o no, según el país) y el recuento de muertos y nuevos contagios diarios han convertido para muchos las actividades más peregrinas, como ir al súper, en una misión kamikaze. A esto se suma la incertidumbre por un futuro que cambia todos los días y el aislamiento social, la preocupación por la salud propia y de la familia y amigos, la posibilidad de que no se halle una vacuna pronto o que de plano no se halle cura (¿acaso a cuatro décadas de la aparición del VIH se encontró una?), a los estragos en la economía personal y del país, a la pérdida del empleo, pérdida de la libertad (la “nueva realidad”, eufemismo para lo desconocido que nos espera, incluye controles más estrictos en los aeropuertos, apps desde las que se monitorea a los presuntos contagiados…) y, por supuesto, la imposibilidad de relacionarnos con otros como lo hacíamos hasta hace unos meses. Esta lista en sí misma produce intensos deseos de zambullirse en clonazepam.

“Yo me he contagiado de COVID-19 unas veinticinco veces desde que estoy en confinamiento”, comparte Ruy con tono irónico. No es el único. “Al inicio de la pandemia lo que aumentó primero fueron los reportes por violencia, pero luego fue la ansiedad asociada al COVID-19 de una manera muy particular”, comenta Velásquez Mendoza con respecto a las llamadas recibidas por el servicio de atención telefónica de CONAVID. “Hay muchísimos casos de somatización, síntomas asociados al COVID-19 pero causados principalmente por ansiedad: dificultad respiratoria, dolor de garganta o cansancio. Hay mucho temor al contagio”.

El psiquiatra comparte los resultados del registro de llamadas recibidas a la fecha en la Línea de la Vida de CONAVID y del Grupo Técnico de Trabajo en Salud Mental de México: de un total de 1088 intervenciones, 53.1% de las personas pidieron ayuda por estrés y ansiedad, 13.3% por creer que tenían síntomas de COVID-19, 7.2% por cuadros depresivos y 4.9% por otras somatizaciones. Los humanos nunca hemos sido buenos para lidiar con la incertidumbre y el presente parece haberse convertido en una cotidianeidad en la que lo único que cambia a diario son las previsiones del futuro.

Valeria Villa es una psicoterapeuta conocida en México y además de ser autora de libros y columnas de opinión, forma parte de la iniciativa Aislados pero no solos, en la que cinco psicoterapeutas ofrecen charlas abiertas vía Instagram (@aisladosperonosolos). Aunque la intención inicial era conversar sobre psicoanálisis y otros temas para distraer la mente del exceso de realidad, Villa cuenta que ha terminado por convertirse en una especie de terapia grupal sobre todo cuando le toca el turno de llevar la plática a ella o a Ingela Camba, las dos enfocadas en psicoanálisis y vida emocional.

“Hay mucha gente que se está sintiendo muy desolada y sola, angustiada y sobre todo triste”, dice. “También he tenido consultantes nuevos, no mis pacientes habituales que están consultando por cuadros mixtos de ansiedad y depresión, que casi siempre vienen juntas”. La angustia toma forma a partir del miedo: al futuro, a la calle, a la muerte propia o de un ser querido, a la enfermedad, a la gente, al otro, y sus reacciones van desde la obsesión por la higiene y la limpieza, la manía por cocinar (el pan casero nunca había sido tan popular), hasta la paranoia del contagio, la hipocondría y la violencia.

También se ha vuelto común la dificultad para concentrarse. “Estar confinado, no poder moverte paraliza un poco la capacidad intelectual, la capacidad de concentración, de atención, porque además están conectados, la mente con el cuerpo. Hay gente que se la ha arreglado para seguir haciendo ejercicio en la casa pero no es lo mismo que poder salir a correr o caminar simplemente por tu cuadra sin límite de tiempo, sin angustia. El paseo ahora se vuelve casi una misión de vida o muerte”, dice Villa.

Anestesiando el estrés para acumular una piedra en la espalda

Ana consigue Tafil y Rivotril en una farmacia de genéricos. El médico que atiende ahí es general, aún así receta medicamentos controlados, algo bastante frecuente y que ayuda en casos desesperados en los que no se puede dar uno el lujo de pagar una consulta previa de 1600 pesos (alrededor de setenta dólares), que es el costo aproximado de una sesión con un psiquiatra. Y como ella, muchos buscan alternativas similares para sobrevivir este tiempo sin tiempo, este largo episodio de futuro distópico.

“Hay que tener muchísimo cuidado con las benzodiacepinas”, dice Villa, “hay gente que quizás solo lo usa para dormir pero resulta que a las 12 del día se siente fatal y entonces se toma un cuartito de Tafil o tres gotas de Rivotril que sí ayuda, pero imagínate dónde va a terminar el consumo”. A lo que se refiere es al potencial adictivo que tienen estas drogas legales. A eso suma el hecho de que son meros paliativos que no resuelven el problema de raíz y esta es la razón por la que sólo se prescriben en casos en que no queda otra alternativa.

“Muchos de esos medicamentos no actúan directamente sobre la amígdala sino en otras áreas de impacto, entonces el estrés sigue, tu organismo sigue generando la misma respuesta, pero tú no lo sientes”, explica Mendoza Velásquez. La amígdala es un órgano pequeño, una especie de esfera que corona al hipocampo (si los ves juntos en una imagen se asemeja a la cabeza de un gusano), en el lóbulo temporal del cerebro. Ese minúsculo órgano es el encargado de nuestras respuestas frente al estrés: desde los ataques de pánico (angustia) y el insomnio (más angustia) hasta las ganas de emborracharnos (ansiedad) o de propinarnos una dosis generosa de Tafil (más ansiedad).

“Se pueden dar antidepresivos dependiendo de los síntomas, pero se desaconseja el uso de benzodiacepinas (como las mencionadas antes por sus marcas comerciales) porque lo que necesitamos es que esa respuesta solita alcance su límite y disminuya, y si nosotros la bloqueamos no en su origen sino en los efectos el estrés sigue”, continúa Mendoza Velásquez, y nuestro cuerpo sigue lanzando al torrente sanguíneo sus generosas dosis de noradrenalina y cortisol, hormonas del estrés. Si despiertas del sueño apantanado del Rivotril con los hombros petrificados no te asombres, tu angustia estuvo trabajando mientras estabas anestesiado.

¿Qué haría Buda para mantenerse cool en una pandemia?

Para salir del hoyo negro de la ansiedad los expertos recomiendan evitar los tranquilizantes: “Creer que solucionando con un medicamento la ansiedad vas a solucionar el estrés es un error”, insiste Mendoza Velásquez: “el periodo de trastorno de estrés agudo en estas situaciones es necesario; necesitamos pasar por esto y establecer nuestros propios mecanismos de respuesta”.

La idea es sobrevolar la situación con tácticas más bien simples, como realizar rutinas parecidas a las de la vida cotidiana prepandemia y lo que el psiquiatra denomina “actividades relajantes activas”: “Ver la tele y jugar videojuegos son relajaciones pasivas, mientras que al leer, por ejemplo, involucras más áreas del cerebro”, lo que permite darle un descanso a tanta intensidad emocional. Y por supuesto, un détox urgente de las noticias: “Hay una sobreinformación sobre el COVID-19, nuevos datos… esto produce una renovación constante del estímulo del estrés”.

El estrés y la ansiedad asociada al virus, dice Mendoza Velásquez, produce un aumento en la tensión muscular —la que no nos deja dormir— e hipertensión. Estas se vuelven pasajeras una vez que se toma conciencia de que son síntomas de una emoción.

Suena todo muy fácil, ¿pero cómo hacerlo? Una posibilidad es pidiendo ayuda a las líneas gratuitas que están poniendo a nuestra disposición las secretarías de Salud, por medio de terapia virtual o de ejercicios de meditación y respiración. Habitar el aquí incierto, el ahora que se eterniza en una rutina repetida como un déjà vu. Y siendo creativos.

Pamela Fink y sus amigos Carla Viancini y Andrés Villela crearon en Facebook e Instagram el hashtag #unminutodevideo, una iniciativa en la que cualquiera puede compartir a través de un video breve, como su nombre lo dice, sus estrategias para controlar la angustia. “El término #unminutodevideo surge para hacer contraste con ‘un minuto de silencio’, ya que queríamos mostrar la solidaridad de las personas que aunque están a distancia aún tienen la intención de empatizar. Las actividades incluyen desde meditación, hasta realizar pinturas surrealistas. Músicos con su faggot, cello, ukulele… Incluso hay quienes sólo muestran cómo permanecen acostados relajados viendo un paisaje, y hasta los más irónicos, que enseñan cómo cavar su propia tumba”.

Dice Valeria Villa que quienes logren transitar este periodo aceptando la angustia inherente y trabajándola serán los que tendrán más chances de habitar el territorio aún desconocido postpandemia. Quizás reírse con el tutorial de cómo cavar tu propia tumba no sea tan mala idea, al final es mejor que ese otro hoyo negro.