Una noche en el gayxample de Barcelona

La noche es el territorio donde nos liberamos y mostramos todas nuestras caras. Gracias a eso, establecemos conexiones únicas con la ciudad, con la música, con nuestros amigos y hasta con personas que ni siquiera conocemos (aún). De la mano de #AbsolutNights, exploraremos diferentes formas de vivir la noche.

La noche cae en ese epicentro del ocio gay barcelonés popularmente denominado el Gayxample. O, lo que viene siendo lo mismo, ese rectángulo ficticio que delimita las calles Balmes y Comte d’Urgell con la Gran Via de les Corts Catalanes y la calle Aragó. Un grupo de guiris británicos andan por la zona en busca de no se sabe muy bien qué. “¿Dónde están las mujeres?”, balbucea uno de ellos sin importarle lo más mínimo el absurdo disfraz que lleva y el hecho de que está contaminando acústicamente el barrio con sus gritos holliganescos. Sin duda, andan perdidos en el fragor del hedonismo barcelonés. “Compraros otra guía mejor porque aquí poco vais a pescar”, le contesta desde la otra acera, con mucho atino, un osazo autóctono que mata el tiempo en la puerta del Bacon Bear Bar (el local que más se pone hasta los topes el jueves de 20 a 22 horas gracias a su 2×1 y esas tapitas gratis que alegran la tarde a sus barrigudos feligreses) mientras se fuma un cigarrillo.

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El Gayxample sigue siendo un polo de atracción tanto para maduritos como para púberes que se inician en esto de la escena gay. Pero desde que a principios de los ochenta la sala Arena abriera sus puertas, del mismo modo que otros bares para copear previo a los bailes, las cosas han cambiado mucho. Lejos de seguir siendo un gueto homosexual (como sí ocurre en Chueca), a los locales de la zona les ha salido mucha competencia fuera de los márgenes de ese rectángulo rosa. Barcelona podrá ser muchas cosas, pero ante todo es una ciudad cuya oferta de ocio expresamente para homosexuales se ha expandido a lo largo y ancho de prácticamente todos sus barrios. Sin ir más lejos, en el Raval hay bares como el Zelig o La Casa de la Pradera, y en Poble Sec La Federica (que ha sabido muy bien atraer al público de la extinta La Penúltima).

“Yo sigo viniendo por aquí porque sé lo que me voy a encontrar. Soy consciente de que la cosa está algo decadente, pero a mí lo que me interesan son los jovencitos que siguen viniendo por aquí con ganas de encontrar a alguien con quien pasar la noche”, afirma Juan, un barcelonés que estaba de paso estos días porque actualmente reside en Suiza. “O muy jóvenes o muy mayores, eso es lo que por aquí predomina. Pero a mí ya me está bien eso”, añade, asimismo, mientras vemos a un hombre que se apresura a entrar a la Sauna Casanova sin ser visto por nadie. En nuestros adentros le deseamos suerte, más que nada porque la húmeda instalación hasta la hora del after (o, en su defecto, cuando la ciudad se llena de musculosos puestos hasta las trancas de anabolizantes en agosto con motivo del Circuit Festival) es un desierto de cuerpos y no precisamente un buffet libre de carne en barra.

Más allá de un jovencísimo grupo de chicas que han improvisado un botellón justo al lado del Open Mind (un local fetish para los más atrevidos en el que el intercambio de fluidos es la norma), la chicha a primera horas de la noche está en los bares. Muchos de ellos andan completamente desangelados, con apenas media decena de clientes. Pero otros como el Versailles o La Chapelle (con su vistosa iconografía religiosa en las paredes) están a rebosar. Precisamente, atravesar éste último es como una yincana en el que, indudablemente, para ir al lavabo, sabes que te vas a restregar con todo bicho viviente y catar involuntariamente todos los desodorantes que hay actualmente en el mercado. “Si quieres que te diga la verdad, más allá de en las aplicaciones móviles, donde más ligo es en el Mercadona o en el Lidl del barrio. Sobre todo en la sección de congelados. Esta noche me he venido a tomar solamente una copa por aquí porque ayer estuve en la Pop Air (una de las fiestas más veteranas de la ciudad, enfocada a la comunidad bear y los simpatizantes del pelo, que en enero cambió de localización para pasar a celebrarse en el subsuelo de la discoteca Metro) y quería un plan de calma”, afirma un cuarentón llamado Alberto antes de darle un largo trago a su vodka con hielo.

El bar Átame (que ese mismo día perdió la “T” de su cartel) y la terraza del Hotel Axel (donde se reúne para copear un target algo más adinerado) también andan a pleno rendimiento. No obstante, otros como el People Lounge (el favorito de los daddys y de algún que otro chapero en busca de un sobresueldo) o el Boys Bar BCN andan muchísimo más tranquilos que antaño. “Ni se te ocurra hacerme una foto”, nos suelta un danés cincuentón en un bar cuyo nombre no vamos a mencionar al ver la cámara de fotos. Lógico, el susodicho sigue dentro del armario en su país de origen y le cazamos intercambiando algo más que palabras con un escuálido chapero filipino. Tranquilo, tu secreto está a salvo. Y, además, atendiendo al flyer que tienes sobre la mesa, sospechamos que el domingo te darás un festín en una orgía si el filipino no acaba saciando tus necesidades.

En el Gayxample es como si se hubiera detenido el tiempo. Los locales que más público atraen siguen siendo prácticamente los mismos que hace una década y la renovación brilla por su ausencia. Buena parte de culpa la tiene la amplísima oferta de fiestas que todo buen homosexual tiene marcadas en la agenda: desde la Churros con Chocolate (que se celebra mensualmente en la Sala Apolo los domingos) o la Ká (en la Sala Plataforma), pasando por la Pop Air, la Mordisko (que ha aterrizado en la capital catalana tras consolidarse en Madrid), la Ultrapop (cada sábado en el Safari Disco Club de la calle Tarragona), el Somoslas (la respuesta electrónica gayer mensual del Apolo) o, incluso, el Ven Tú! (también los domingos), que reúne en la pista de baile tanto a gays como heterosexuales con ganas de despedir la semana bañados en vermut. “Antes sí que ibas al Gayxample porque todo se cocía ahí, pero ahora la diversificación es tal que la gente se mueve por otros sitios o va directamente a las fiestas que les gustan. Si vienes al Gayxample obviamente te lo vas a pasar muy bien, aunque no todo empieza y acaba aquí. Barcelona es tan gay de por sí que el concepto de un barrio estrictamente homosexual ha perdido su sentido”, dice un joven llamado Juan antes de pagar la cuenta y dirigirse hasta el Pervert, en el Poble Espanyol, para quemar los últimos cartuchos de la noche.

Todas las fotos de Atzur.