“Furia y descontrol”. Así empezaba el artículo del diario conservador argentino sobre este escandaloso show de Motörhead en el Hangar de Liniers en 2004. Se supone que las leyendas urbanas crecen y se mitifican con el tiempo, pero como testigo directo de esos acordes sucios de Lemmy Kilmister, puedo decir que todos los elementos que componen la leyenda son verdaderos. No hay en Internet una foto iluminada de ese evento devastador, pero todo lo que podía salir mal salió peor: el recital se pasó a un lugar más pequeño, por lo que el lugar estaba sobrevendido y para entrar a la nueva locación se aumentó el precio del ticket; una avalancha de personas hizo que ese mismo espacio, ya sobrevendido, alcanzara una temperatura altísima. En honor a la verdad, fue la forma típica de proceder de los productores de recitales locales que alimentó el caos, con consecuencias que no fueron fatales por obra del azar.
Durante varios años traté de suprimir ese concierto de mi memoria porque, si tengo que compararlo con el resto de los recitales, no saldría nunca de casa. Lo recordé hace un par de años cuando escuché el testimonio de un taxista muy fanático de Motörhead: “No teníamos plata para dos entradas pero fuimos con mi mujer, que tiene un impedimento para caminar, no nos lo queríamos perder. En la puerta hicimos una vaquita con otra pareja, nos cagaron con la plata y entraron ellos, pero finalmente un seguridad nos dejó pasar. En la puerta hubo avalanchas, peleas, la seguridad estaba desbordada. Mi mujer dice que en el baño varias chicas se estaban golpeando por un cinturón de tachas”.
Videos by VICE
Muchos dicen que el sonido fue malo, pero Motörhead fue una bola arrolladora de ruido en el buen sentido de la expresión. Uno de los rumores fue el siguiente: como el lugar fue cambiado con poca anticipación, de un pequeño estadio a un recinto tipo discoteca para recitales como era el Hangar, la cantidad de amplis que hubo fue exagerada, lo que hizo que la banda más ruidosa del mundo terminara tocando aún más fuerte.
Joaquín, un joven no vidente de Maschwitz, en ese momento preadolescente, fue acompañado de su hermano a ver a la banda de Lemmy en Liniers: “Para ese entonces él tenía 25 y yo 13; llegamos muy sobre la hora y el Hangar ya estaba lleno, con mucha gente adentro y fuera. Estuvimos como 10 o 15 minutos afuera masticando bronca porque el concierto ya había empezado y el ambiente se empezó a caldear… hasta que la gente explotó y se armó una avalancha importante a la que nos metimos más por insistencia mía. Entramos cuando estaban haciendo ‘God Save the Queen’”.
Juan del Río, músico solista y ex guitarrista de los rolingas Viejas Locas, recuerda que hacia la mitad del show ya se notaba una clase de tensión diferente: “Las emociones se empezaron a mezclar, la dificultad para moverse y respirar era muchísima. Sinceramente, no creo haber sido el único que olfateó el peligro, esa atmósfera apocalíptica debe haber llegado hasta el mismo escenario”. El ánimo en Motörhead no era el mejor: incómodos por lo pequeño del escenario, con un Kilmister en un estado de salud frágil (cuenta la historia que Lemmy llevaba su propio tanque de oxígeno), sumado a la ya difunta costumbre local de prender bengalas en lugares cerrados, precipitaron el final del show un par de temas antes.
Del Río relata el momento preciso en el que todo explotó: “Recuerdo el grito de un metalero después de que se suspendió el recital. Salí desde el fondo del lugar, como preanunciando lo que iba a suceder, todo quedó resumido en un solo grito: ‘Destrucción’. Ahí comenzó el saqueo de todo lo que estaba sobre el escenario, instrumentos, equipos; incluso hay rumores que dicen saber con certeza dónde está el trapo que decoraba el fondo del escenario, aparentemente conservado como trofeo de guerra”.
Sergio Ch, ex guitarrista de Los Natas, actualmente en Soldatti, cuenta su punto de vista sobre este acontecimiento especial: “Lo encaramos como un recital más. Me acuerdo que estaba de vacaciones en Mar del Plata, así que volvimos, ensayamos y encaramos con todo. Sabía que ese lugar tipo pasillo de cemento no se iba a bancar a Lemmy y compañía. Fue fuerte tocar para ese público de metaleros de la vieja escuela, nosotros éramos unos pendejos. Creo que solo nos tiraron un cadenazo y una botella, bastante bien para el público de esa época. En las fotos se ve a la gente mirando con respeto. Se percibía un clima espeso”.
Pasada la prueba frente a un público más acostumbrado al trash que al stoner, Los Natas resguardaron sus equipos: “Nosotros fuimos a tocar con todos nuestros equipos y cuando terminamos guardamos todo en un baño con llave. Recién después de guardar ahí adentro el último palillo de batería me acomodé para ver a Motörhead. A los pocos temas Lemmy empezó a toser, se lo veía incómodo. Fueron 20-25 minutos de recital en los que lograron meter bastantes temas, 20 de los minutos más intensos de música que escuché en mi vida, pero la monada quería una hora veinte de show. Lo que pasó fue bastante lamentable, hasta cavernario, pero así se percibía un poco la música en ese momento en el que los géneros musicales estaban más separados. No hay que olvidarse de que había un clima social muy jodido por la crisis”.
La audiencia convertida en una turba iracunda fue abandonando el lugar camino a sus casas o hacia algún bar. Un pequeño grupo fue a continuar con la violencia a la bailanta que en ese entonces se llamaba Mágico boliviano. Entre lo robado estaba el pedal de bombo de Mickey Dee, el cabezal de guitarra de Phil Campbell y la bandera con el logo del grupo. Sin involucrar a nadie, puedo decir que el telón se encuentra en un comercio del barrio de Flores y que el cabezal fue visto por última vez en un colectivo 60 con destino a La Matanza. Algunos miembros de la seguridad de esa noche dejaron sus pecheras y abandonaron el recinto corriendo por la Avenida Rivadavia con destino incierto. Pasarían un par de años hasta el siguiente recital de Motörhead, la banda que siempre cumplió su prédica: “Todo más fuerte que todo lo demás”.
Conéctate con Noisey en Instagram.