Artículo publicado por VICE Argentina
La lluvia arrasó con todo. La entrada a la capilla sobre la Ruta Nacional 12 se transformó en un lodazal imposible de transitar, pero la fila para ingresar se mantuvo, inmutable. Dentro, más 200 velas —entre rojas y blancas— ardían para calmar el frío invernal que helaba la sangre. En un pequeño rectángulo, la gente explotaba en llanto, se quebraba, bebía whisky y dejaba caer sus ofrendas frente a un medallón dorado de apenas cuatro centímetros de diámetro, que revolucionó durante el fin de semana largo la provincia de Corrientes, en el noreste argentino.
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El medallón lo encontró Hilario Barrios, mi abuelo paterno, dentro de una caja de fósforos a la orilla del Río Paraná, acá en Corrientes. Luego de fallecer, el medallón pasó a manos de su esposa, Ramona Pietro y luego perteneció a mi papá Lorenzo Barrios, fallecido hace 26 años. Desde ese momento lo cuida mi mamá, Cándida Segovia. Juana Barrios de 61 años, rubia con el cabello corto y con una calma que contrasta con la muchedumbre enfervorizada, explica frente a las velas ardientes de la capilla el inicio de un culto que en los últimos años se ha expandido por el Gran Buenos Aires y que infunde respeto y temor a propios y ajenos.
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En el santuario de Empedrado, a 58 kilómetros de la Ciudad de Corrientes y 900 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, cada 20 de agosto se festeja el Día del Señor de la Buena Muerte, hasta allí se acercan sus devotos desde distintos puntos del país. A la vera del kilómetro 982 de la Ruta Nacional 12 se encuentra la casa de la familia Barrios, donde está el santuario, y un enorme tinglado, que para estas fechas se llena de gente que baila chámame, danza folklórica de la zona, y bebe hasta que el cuerpo no responda más. A la entrada un cartel dice: “Feliz Cumpleaños” y todo está dispuesto para vivir una fiesta que nada ni nadie podrá empañar.
El culto a San La Muerte se desarrolló en la zona que hoy corresponde al nordeste argentino, siendo las provincias de Corrientes y Chaco las que mayor cantidad de santuarios albergan. La noticia publicada más antigua en relación al santo es de 1917 y proviene de un viaje a Misiones del arqueólogo argentino Juan Bautista Ambrosetti: según la antropóloga Margarita Gentile, Ambrosetti relata que observó entre los amuletos uno llamado santo que no figuraba en el santoral católico: “era San La Muerte fabricado de plomo, con apariencia de esqueleto, bueno contra la bala y el cuchillo. Esto sucedió 10 años antes del hallazgo del amuleto por parte de Hilario Barrios, en 1907″. —Gentile Margarita (2008) Escritura, oralidad y gráfica del itinerario de un santo popular sudamericano: San La Muerte (siglos XX-XXI)—.
Es domingo por la noche y la lluvia cesó, los micros que vienen de todo el país, pero en su mayoría de las afueras de la provincia de Buenos Aires, en un área conocida como el conurbano bonaerense, no pueden estacionar en el playón preparado para recibirlos y maniobran para no encallar en el lodo. La fila de creyentes araña por primera vez la vera de la ruta, unos 50 metros, los recién llegados intentan guarecerse del frío: “Hace ocho años que vengo, conozco al santo por mi mamá, no tenía ni para comer, me acerqué a él, no te digo que toco el cielo con las manos pero tengo todo”, cuenta Carolina Zarate mientras avanza con el carrito de bebe con su hija Morena, de un año y medio: “La cuido mucho porque sufre de asma, pero vengo a pedir por mi hijo que está metido en la droga, ya cumplí mi promesa pero voy a seguir viniendo para que se aleje de las drogas, no quiero que termine muerto o preso”. Atrás de Carolina está Ricardo Nun, chaqueño y con su propio santuario en la localidad de El Jagüel, comenta su poder de convocatoria: “Traje 120 personas, llené dos micros para venir acá”.
Paralelo a la entrada a la capilla se forma otra fila, que es para ingresar al tinglado donde el baile del domingo se extenderá hasta los albores del día siguiente. La entrada cuesta 100 pesos y garantiza el despliegue de distintas bandas de chámame, el whisky corre por cuenta de los devotos. Alrededor de la pista de baile se montan improvisados altares, todos iluminados con velas y estatuillas de San La Muerte de diversos tamaños: “Somos promeseros y venimos en agradecimiento, yo vengo hace 10 años a agradecer que me haya curado de un problema en los huesos ”, cuenta Marcela Coronel al lado de su santuario, a pocos metros del de Leandro Telechea, de San Fernando: “Nosotros dormimos en carpa anoche y me mojé todo, entró agua por todos lados”. Mientras las velas arden, y luego de cantar el feliz cumpleaños a la medianoche con fuegos artificiales, el baile prevalece como forma de honrar el culto al santo cadavérico, las parejas se abrazan, unen sus cuerpos y entrelazan las manos al compas de una sensualidad que se filtra en la atmosfera, nadie se besa.
Llevar adelante una fiesta así, de esta magnitud, conlleva muchas cosas, es muy agotador, confiesa Gladys Ojeda, hija de Juana y nieta de Cándida, sentada en una silla junto a la santería de la familia, al lado de la capilla: “Nosotros pedimos y pagamos la seguridad, la municipalidad, y el actual intendente, nos da vuelta la cara. El movimiento que genera esta fiesta acá para Empedrado no se logra siquiera en la temporada de playa, es el evento del año, y hasta nos negaron para venir a juntar la basura, dicen que es algo privado”. El pueblo de Empedrado cuenta con, aproximadamente, 9 mil habitantes en el corazón de Corrientes y es el paraje más cercano al santuario, antes la procesión se dirigía a la iglesia principal, pero luego el párroco se negó a recibirlos y desde aquel momento se dirige, unos pocos kilómetros sobre la Ruta Nacional 12, hasta el santuario de la Virgen de Itatí. La tradición al culto a San La Muerte, dentro de la capilla, es estrictamente católica e incluye rezos del rosario durante varios momentos del día. El medallón está rodeado de vírgenes y santos reconocidos por la iglesia.
La celebración se vive en modo selfie, la mayoría de los fieles que ingresan unos pocos minutos para tocar la vitrina que contiene el medallón se toman una fotografía o le piden a alguien más que se las tome. Las imágenes se mueven rápidamente por redes sociales donde los grupos de adoración a San La Muerte prosperan y son un lugar de intercambio de experiencias. Para el antropólogo Alejandro Frigerio la implementación de las redes sociales abre un abanico insospechado en la potencialización del culto: “La presencia del Santo en Internet es importante, y más aún ahora en redes sociales, en grupos de Facebook donde los devotos dejan pedidos, solicitan oraciones colectivas, muestran sus altares e imágenes”. —Frigerio, Alejandro (2017) San La Muerte en Argentina: Usos heterogéneos y apropiaciones del “más justo de los santos”—. Esta necesidad por la perpetuación del momento alcanza su punto más álgido durante la procesión.
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A las 10 en punto una camioneta 4×4 sale del santuario, en su techo lleva el sagrado medallón, algunas gotas se precipitan pero lo peor ya pasó. Juana viaja parada resguardando la imagen del santo, su madre Cándida en el asiento del acompañante. Al llegar a la capilla el ambiente se tensa, todos se abalanzan sobre la pequeña vitrina sagrada, saben que es el único momento del año en el que podrán estar lo más cerca posible del milagro, de demostrar su devoción al santo. Todo se termina en menos de una hora, rápidamente el santo volverá a su capilla y la fila volverá a la ruta, esta vez se extenderá varios metros sobre la misma.
La diversidad y la cuestión de fe son una constante a lo largo de los tres días en los que se desarrolla la celebración. A la entrada se disponen carpas con artesanos que venden todo tipo de mercaderías con el rostro del santo, desde llaveros, pasando por remeras y esculturas. También se encuentran los tatuadores, sanadores, tarotistas y vendedores de comida, aunque por debajo todos mencionan que la convocatoria fue menor a la esperada: “Se notó la diferencia en la cantidad de gente, muchos que vinieron del año pasado no vinieron ahora, por la plata, aunque el valor por alquilar el puesto se duplicó”, cuenta al anochecer Gabriel Vrisuela, mientras los feriantes ceden al frío y comienzan a desarmar. Dentro de la capilla Juana agradece por un año más de devoción, sabe que al día siguiente a primera hora volverá a trabajar manejando un micro escolar para llevar a los chicos al colegio, como todos los días, como todas mañanas, hasta que el santo lo disponga.
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