No importa cuántas veces los aficionados del Arsenal hayan publicado sus envalentonados pronósticos desde hace varios días, nosotros nos negábamos a creer que alguno de ellos tuviera una confianza real en que el Arsenal ganaría la FA Cup. Si los matemáticos se pusieran a calcular cuál era la menos probable de las victorias del Arsenal, esa habría sido en una final contra el Chelsea que ya había ganado la liga por un gran total de 93 puntos. Al enfentarse a jugadores que ya los habían destruido en el pasado, como Diego Costa, Eden Hazard, N’Golo Kane y otros jugadores, el Arsenal llegó cojeando a la final con una plaga de lesiones y suspensiones. Con una línea de tres confromada por el inexperto Rob Holding, el frágil Per Mertesacker y el casi desapercibido Nacho Monreal, incluso hasta los más optimistas seguidores tenían que aceptar que el panorama prometía ser sombrío.
Por eso fue más glorioso para ellos cuando el equipo les ofreció la mejor actuación de la temporada, marcando el tono con un gol en offsise al comienzo del juego. Victor Moses fue expulsado por simular, y al Chelsea se le dio la opportunidad de revertir las cosas solo para terminar arruinándolo inmediatamente; Mertesacker y Holding jugaron como Paolo Maldin y Fabio Cannavaro, respectivamente, y antes de que el silbato sonara, el Arsenal ya tenía sus manos en la copa. A unos kilómetros de distancia, en las calles que sirven como corazón de apoyo al club, los extraños se abrazaban y se gritaban a la cara, la gente se subía a las azoteas para festejar y había un pandemonium general por todos lados. En el curso de una tarde triunfante, estuvimos ahí para documentar las escenas de emoción y goce en el norte de londres, al menos hasta antes de que nuestra cámara terminara bañada de cerveza, las coss sepusieran poco profesionales y nos vieramos forzados a ir por un kebab, para luego, enrojecidos por el sol, irnos a casa.
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Sin duda, un pequeño bálsamo para la profunda crisis que vive el Arsenal.