El Raval es un lugar de contradicciones. Este barrio del distrito barcelonés de Ciutat Vella combina lugares incluidos en los circuitos masivos para turistas que recorren la ciudad con rincones apestados. Sitios que muchos vecinos de Barcelona no pisarían nunca, con calles que nacen o mueren en Las Ramblas, epicentro del cataclismo turístico en la capital catalana.
También es el barrio más pobre de todos los que componen el centro de la ciudad: ocupa el puesto 48º en el ranking por nivel de renta que elabora el ayuntamiento, muy por detrás de los vecinos Barrio Gótico (16º), Sant Antoni (20º) o la Derecha del Eixample (6º). Y el de mayor porcentaje de población de origen extranjero, alrededor de un 50%.
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Pero este barrio también es y ha sido siempre un lugar rebelde contra los estigmas que lo acompañan. En esta zona de la ciudad, inicialmente fuera de las murallas que delimitaban la urbe romana, crecieron como setas en el siglo XVIII las fábricas que alumbrarían el movimiento obrero barcelonés de finales del XIX y principios del XX. Por aquellos años también se convirtió en lugar de desahogo para los marineros que llegaban al puerto de la Ciudad Condal. Locales nocturnos, prostitución y drogas comenzaron a asociarse a este rincón de la ciudad, especialmente en su zona sur, conocida durante años como el Barrio Chino.
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Esta mala fama se ha perpetuado hasta hoy. En el último año y medio el fenómeno de los narcopisos (inmuebles ocupados para la distribución y consumo de drogas, con la heroína como invitada estrella) ha vuelto a poner al barrio en el foco mediático. El pasado 29 de octubre la policía cerró de una tacada 26 de estos pisos y arrestó a 55 traficantes, en la primera operación de envergadura tras dos años de denuncias, caceroladas y presión social.
Suleiman, nacido y criado en el barrio, dice estar encantado con la redada policial que tuvo lugar hace dos semanas. “Ojalá fuese así todos los días”. Este joven de 22 años de madre marroquí y padre español reconoce ser un “enamorado” del Raval, aunque también admite y critica los problemas que hay aquí. “Si es para formar una familia es un barrio complicado. Si eres joven, soltero y te gusta que esté siempre lleno… es un barrio ideal”, asegura al poco de salir de su trabajo como entrenador personal en el gimnasio municipal Can Ricart, al final de la Rambla del Raval.
“Hay familias que lo pasan muy mal, que no les ayudan en nada y que tienen que ir a la parroquia a buscar comida” — Suleiman
Entre los puntos fuertes de esta zona de Barcelona destaca la diversidad de culturas (“es una pasada”), la ubicación (“tienes todo al lado”), los precios (más asequibles en la mayoría de comercios que en otros barrios del centro) y el hecho de “que un carnicero esté abierto hasta las 11 de la noche si te hace falta”. Entre los aspectos negativos, Suleiman apunta al tráfico de drogas y al abandono que las administraciones han tenido desde siempre con este rincón de Ciutat Vella, que afecta sobre todo a los vecinos con menos recursos. “Las cosas como son: es un barrio un poco marginado. Hay familias que lo pasan muy mal, que no les ayudan en nada y que tienen que ir a la parroquia a buscar comida”, señala.
Antes de salir pitando con la bici hacia el centro donde estudia un ciclo de grado medio, Suleiman se pone serio cuando le preguntan por los narcopisos. “Es un problema del barrio, que afecta mucho a las familias. A nivel vecinal es una putada, porque genera miedo, angustia, preocupación…”, explica.
Aun así, este joven de barba tupida y sonrisa fácil se muestra optimista sobre el futuro del Raval, un barrio que califica de “en reconstrucción”. “Creo que de aquí a 5, 6 o 7 años será un sitio donde poder tener una familia con visión de futuro”, asegura. “Cuando era joven había muchas bandas, mucha delincuencia”, recuerda. “Ha ido mejorando con los años. Antes ser una mujer en el Raval e ir sola a ciertas horas era peligroso. Ahora lo es menos”.
Rania vive con su madre y su hermano pequeño justo enfrente de la plaza de los Ángeles, donde se ubica el MACBA, el lugar fetiche para los skaters que viven o pasan por Barcelona y un punto de encuentro habitual en el barrio. Nacida en Marruecos, criada desde los 5 años en Barcelona y vecina del Raval desde los 11, Rania reconoce que no hace “demasiada vida” en sus calles.
“Intento evitarlo, porque he tenido muchas malas experiencias. Peleas, niños que no son una buena influencia, drogas, etc.”, relata. Aunque ha estrenado hace poco la mayoría de edad, esta joven asegura haber “madurado” y “aprendido” con el tiempo que es mejor pasar sus horas de ocio en otras zonas de la ciudad. Por ejemplo, en las inmediaciones de la calle Urgell (barrio del Eixample), donde trabaja como camarera.
“No tengo ningún miedo de volver de fiesta sola a las 5 de la madrugada. No es tan peligroso como dice la gente” — Rania
Aun así, Rania dice convencida que “sólo para vivir y dormir” no cambiaría este barrio por ningún otro, porque aquí está “su refugio”, su casa. Además explica que, “si lo sabes manejar”, el Raval “es tranquilo, dentro de lo que cabe…”. “No tengo ningún miedo de volver de fiesta sola a las 5 de la madrugada. No es tan peligroso como dice la gente”, aclara.
Rania planea estudiar algo el año que viene, aunque no sabe todavía el qué. “Estoy muy desubicada”, dice riéndose. Mientras tanto su plan es seguir trabajando para poder “ganar algo de dinero” y ayudar a su madre. Más adelante reconoce que le gustaría irse a otra zona de la ciudad “más tranquila”, también por el simple hecho de cambiar de aires.
Aunque la encanta la ubicación donde vive, el día que se mude reconoce que no echará de menos las cosas negativas del barrio, como que “haya siempre peleas, policía y drogas por todos los lados”. “Eso lo odio”, comenta. También cree que “criarse aquí no es lo mejor”, aunque si vienes ya “maduro, grande, sabiendo lo que quieres hacer y teniendo las ideas claras”, sí recomendaría a alguien de fuera vivir aquí.
Sada tiene un año más que Rania, 19, aunque aterrizó en el Raval a una edad similar, los 10 años, proveniente de su Pakistán natal. En su caso las calles del barrio fueron su primer contacto con la ciudad y el país. De aquella época, en plena crisis económica, recuerda la cantidad de chavales fumando hachís y marihuana en algunas de las plazas de la zona. Críos metidos en problemas, explica. “Ahora ha bajado mucho, pero antes había muchos más robos. Ibas por la calle tranquilamente y te quitaban el bolso; a los extranjeros sí o sí, pero también a los del barrio. Ahora a lo mejor roban a los turistas de Las Ramblas o por ahí…”.
“Ahora ha bajado mucho, pero antes había muchos más robos. Ibas por la calle tranquilamente y te quitaban el bolso” — Sada
Aunque reconoce que sigue habiendo “chavales que dejan el chupete y ya empiezan a fumar”, Sada asegura que la mala fama del barrio es exagerada. “En clase si digo que vivo en el Raval se quedan con los ojos muy abiertos. Piensan que es muy peligroso. Dicen que aquí, para entrar, tienes que tener mucha vista. Yo les digo que no, que no pasa nada. Pero ellos lo ven muy chungo”, explica riéndose.
En su último año de estudios —está acabando un ciclo de electromecánica y mantenimiento—, también planea sacarse en las próximas semanas el carnet de conducir para poder trabajar durante las tardes como repartidor. Más adelante, y tras ganar experiencia como mecánico, le gustaría montar su propio taller en el Raval o en otra zona de la ciudad.
Para pasar su tiempo libre a Sada le gusta jugar al criquet y de vez en cuando sube hasta un hotel en la ladera de Montjuïc donde trabaja un amigo, cerca de Nou de la Rambla, la calle en la que vive junto al resto de su familia. Luego se van a dar una vuelta por otros barrios de la ciudad, como la Barceloneta y el Fórum, o a El Prat de Llobregat, donde estudia. Aun así reconoce que muchos de sus amigos de la infancia han salido del barrio o incluso de España, solos o con sus familias, para trabajar fuera.
Sandra, que tiene 27 años, ha vivido toda su vida en el Raval. Continúa compartiendo piso con sus padres, junto al perro que tienen en común, al que saca a pasear cada mañana. Hace poco dejó su trabajo como auxiliar de enfermería, porque “las residencias están muy mal”, explica.
“Si empezamos desde los niños, el barrio puede ir a mejor sí… y también si cambiamos de políticos” — Sandra
Está pensando en cambiar de sector, aunque mientras tanto le gustaría meterse a trabajar en Amazon. “Me han dicho que aunque también explotan, pagan mejor”, asegura. Reconoce que su tiempo de ocio también lo pasa en estas calles (“¡no salgo del barrio!”), aunque cuenta que, a pesar de haber buscado, nunca ha encontrado trabajo por la zona.
Aunque el Raval le gusta, comenta que esta zona de la ciudad “tiene una fama asquerosa”. ¿Está justificado? “Puede ser. El barrio está mal realmente”. Pero “siempre ha sido igual”, puntualiza. ¿Y puede cambiar? “Si empezamos desde los niños, puede ir a mejor sí… y también si cambiamos de políticos”, responde.
Sobre los narco-pisos y la droga, Sandra no percibe que el consumo y la venta hayan aumentado en los últimos años. “En las noticias sí lo dicen, pero yo lo veo todo igual…”, asegura. Quizás por ello le gustaría —si tiene la ocasión— marcharse en un futuro fuera de la ciudad, al campo, que es lo que realmente le gusta.
Renchelle, de 19 años, también es vecina de siempre del Raval. Hace poco se cambió de piso para vivir sola con su primo, después de que sus padres, originarios de Filipinas, se fuesen a otro barrio. Ella decidió quedarse sobre todo porque esta zona le “gusta para vivir”. “El ambiente, tener tu propia pandilla, salir a tomar copas…”, enumera.
“Cuando la gente escucha ‘filipinos’, piensan que todos somos drogadictos” — Renchelle
Cada día se desplaza para ir a trabajar como ayudante de cocina a un restaurante en la Avenida Diagonal, cerca del barrio de Gracia. De los comentarios de sus amistades de fuera le sorprende, al menos en parte, la percepción negativa que se tiene de este lugar. “Me dicen que seguro que en cada esquina hay un drogadicto…”, asegura.
Ella cree que, aunque es verdad que hay mucho droga, “como es el centro, la gente se fija más”. Tampoco le agrada la “mala fama” que, según cuenta, acompaña a la comunidad filipina, una de las más numerosas del barrio, y que les asocien con el shabu, una variante de la metanfetamina cuyo consumo está relativamente extendido en el país asiático.
“Cuando la gente escucha ‘filipinos’, piensan que todos somos drogadictos con esto”, se queja. Renchelle explica que esta visión negativa es más común entre la gente de fuera y que la convivencia entre comunidades aquí es “buena”. A pesar de ello, al ser preguntada si seguirá en el barrio en el largo plazo responde, tras dudar unos segundos, que cree que no. ¿El motivo? “Hay jóvenes que con 13 o 14 años ya empiezan a fumar” y “depende de las amistades que tus hijos vayan a tener, pueden verse influenciados, y no quiero eso”, sentencia.
Joaquín o Ximo (24 años), como le conocen en el barrio, trabaja como camarero en O’Toxo 3 Hermanos, un restaurante gallego situado en Carrer del Carme y bastante conocido en el Raval. Está como fijo desde hace dos o tres meses, aunque antes ya les echaba una mano de vez en cuando, porque conoce a la familia que lo lleva.
“He tenido que salir corriendo del restaurante detrás de un tío porque iba tan morao que se llevaba la tortilla recién sacada de la cocina…” — Ximo
Ximo aterrizó en el barrio siendo un recién nacido, cuando llegó con su madre, de origen andaluz, desde Valencia. En este casi cuarto de siglo siempre ha vivido en la misma casa, “a unos 15 segundos”, explica divertido, de este restaurante. Aunque “por suerte desde los 18 años nunca ha faltado el trabajo”, ahora que está con contrato fijo se plantea mudarse a otra zona más tranquila de la ciudad.
Le gusta su barrio pero se reconoce un poco “amargado” por cuestiones como la droga y la delincuencia. Cuenta que a apenas diez metros de este local había antes un narcopiso, ahora ya cerrado y tapiado, del que salían yonquis en un estado lamentable. “He tenido que salir corriendo del restaurante detrás de un tío porque iba tan morao que se llevaba la tortilla recién sacada de la cocina…”, relata.
Como muchos otros vecinos, Ximo vincula esta realidad con la intensa presión inmobiliaria que afecta al barrio. El ayuntamiento de Barcelona tiene identificados alrededor de 300 inmuebles vacíos en el Raval, la mayoría de ellos en manos de bancos o grandes propietarios que, tal y como denuncian desde hace años diferentes colectivos, no mueven un dedo para evitar su ocupación por traficantes y drogodependientes.
La degradación de estas viviendas acaba echando a los vecinos de toda la vida y abre la puerta a la especulación con los inmuebles, con la mira puesta en el turismo. “Personas que llevan viviendo aquí desde hace 50 o 60 años. Y que venga una persona con dinero y los eche… No queremos eso”, sentencia. Más allá de esto, preguntado por las cosas positivas de su barrio, Ximo apunta al sentimiento de “piña y comunidad” que hay entre sus habitantes. “No sólo a nivel de vecinos, también entre las tiendas o los restaurantes”, asegura orgulloso.
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