Servando Rocha, gimnasta revolucionario

La facción caníbal. Historia del vandalismo ilustradoes un libro arrojadizo que habla de radicalismo político y de artistas del crimen. De la ritualización del terrorismo y de sus concomitancias con “lo sublime”, esa categoría estética y del alma que nos pone tiernos y de manifiesto. La belleza del horror. Es un libro vitalista, como lo es su autor aunque vista de negro. O precisamente.

VICE:¿Caníbales somos todos, Servando?
Servando Rocha:
En cierta medida. La antropofagia cultural persigue devorar símbolos e imágenes, fagocitar la cultura hasta convertirla en un cadáver animado. En medio de esa lógica del devorar o el ser devorado, creo que se debe de imponer un discurso crítico cuyo punto de partida pudiera ser denunciar cómo funciona el poder en términos de hegemonía cultural, donde la alta cultura devora a la baja presentándose bajo nuevos ropajes. Esta es una de las razones para defender la necesidad de eso que se llamó “revolución cultural”, que no es ser muy listo y leer muchos libros sino presentar una resistencia cultural amplia y desde abajo. La memoria histórica significa narrar un pasado de resistencia cultural para traerlo al presente, hacer que la memoria de los muertos se pasee por el presente. El pasado como actualidad.

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Louis Aragon clamaba en un poema: “Matad a los policías, compañeros”. ¿Tal vez sería hora de atender sus plegarias?
Los surrealistas defendieron en un manifiesto el tiroteo indiscriminado, el terror como revulsivo. Dado que a la historia le gusta narrarse en base a pomposas declaraciones, se omite que una nota a pie de página en ese mismo manifiesto advertía que se debía entender en términos amplios. Se trataba del acto surrealista más puro pero no algo que forzosamente deberían hacer. Hoy la rabia de Aragon se escucha más en la calle, donde la gente se ve asediada y aterrorizada por un poder que no sólo causa terror sino que ejerce terrorismo. Los suicidios son el resultado de esta impotencia. Ahora se trata de convertir ese nihilismo en nihilismo revolucionario, porque en situaciones como la que vivimos es fácil caer en adscribirse a un nuevo führer. Lo que me sorprende es que existan tan pocos actos de retribución, de responder, algo que en otros procesos históricos ha sucedido. Quizás porque, hoy, incluso quienes apoyan lo que dijo Aragon sienten que su voz es respaldada por un movimiento mayoritario. Cuando se intente criminalizar esa voz, seguro que pasaremos del dicho al hecho.

Lewis Mumford, en un texto de los 60, apunta que en las sociedades primitivas existían dos tipos de delito grave: el incesto y el asesinato, y que con los nuevos sistemas administrativos el número de delitos aumenta, pasando a ser el más grave la desobediencia.
“Delito” es una categoría artificial y artificiosa, algo creado por un poder que es torpe, pero nunca ciego: sabe a quiénes debe proteger y a quiénes convertir en delincuentes. Las últimas reformas legislativas son una prueba descarada de cuál es la naturaleza de ese poder. Su finalidad es reforzar a una casta, un micromundo que, paradójicamente, está completamente vigilado, monitorizado, armado. La sanidad, por ejemplo, persigue dejar fuera de un sistema que un día se dijo “protector” a un sector muy amplio de la población. Con la cárcel sucede lo mismo. Habrá que aprender a vivir, jugar nuestras cartas sabiendo que el círculo se estrecha y que esta gente jamás pilla el metro ni sabe lo que pasa en la calle.

Jacobinos, hooligans, psicópatas, dadá, surrealismo, los letristas, el punk… La facción caníbal traza un recorrido histórico por el vandalismo como vanguardia. ¿Qué hemos de agradecer a estos pájaros?
El vandalismo ilustrado siempre ha perseguido crear un contrapoder, desacralizar la cultura. Por su afán en discutirlo todo, a ellos debemos que hoy tengamos todo este conocimiento. Ahora se trata de reinventar ese vandalismo, repensarlo en términos de estrategia. Considerar la historia y el relato histórico como un manual de bricolaje, una gran caja de herramientas. Sin embargo, a los activistas no suele interesarles dadá o la poesía, y a los poetas no se les da bien el activismo. Quizás deberíamos huir de la especialización y tender hacia ser gente con habilidad para ver el mundo con otros ojos, donde el arte no es realmente importante, ni tampoco el resto. Entonces, ¿qué hacer? Quizás regresar, aunque sea casi imposible, a la idea de “oscuridad” de muchos de los vándalos que analizo, a la sensación de no saber hacia dónde nos dirigimos, del arte por el placer del arte o, en el caso del activista, de hacer lo que se hace sin importar si se gana o se pierde. Trabajar sin que la esperanza sea algo imprescindible. No hay otro remedio.

Tu libro se define como “artefacto cultural” y pertenece a La Felguera, editorial que se autodenomina subversiva…
Los libros no liberan. Esa frase de que ciertas enfermedades se curan leyendo es una estupidez. El pensamiento conservador y reaccionario cuenta con una enorme tradición de gente culta. La Felguera es una editorial subversiva en tanto que pretende regresar al origen de todo, que está en el hecho de transmitir el conocimiento, compartir trucos e información. Es de ahí de donde proviene esa imagen de agentes secretos, porque la editorial intenta tener una relación lo más horizontal posible con sus lectores. Algunos lectores pidieron ser “agentes secretos” de la editorial y recibieron una carta de admisión e incluso un número de agente. Se emitió un comunicado en el que un encapuchado aseguraba que el tiempo era y es nuestro. La pasión que pongo escribiendo la intento transmitir con la editorial y con todo lo que hago.

Antes de convertirse en editorial, en torno a 2010, La Felguera era más cosas…
Funcionó como un colectivo de “trabajadores culturales”, una especie de agit prop que se inauguró en 1996. No solamente escribimos manifiestos y panfletos al mismo tiempo que sacábamos libros, sino que interrumpimos actos culturales o artísticos, lanzamos convocatorias para pasear por el subsuelo de Madrid (que acabó con los antidisturbios y la policía del subsuelo tomando las calles), boicoteamos actos oficiales, criticamos a la misma izquierda, editamos pósters y carteles, denunciamos la guerra, difundimos rumores sobre “criaturas” en el metro, hicimos que la basura “hablase”, nos quisieron atribuir el incendio del Obispado de Tenerife e incluso aparecimos a los pies del Congreso de los Diputados disfrazados de hombres lobo con un cartel: “Yo también soy un antisistema”. Las caras de los polis lo decían todo. Nos quisieron echar el guante, pero entonces ya estábamos brindando en un bar de la zona.

Estamos asistiendo a la devastación de los derechos sociales pero nuestra reacción es débil, no cuaja. ¿Crees que hemos sido tan poco humildes como para descartar el odio como motor, tal vez nos faltan lecturas para entender que la aniquilación es creadora?
Sin movimiento no se puede ver dónde están las salidas. Mientras haya crítica y debate hay posibilidades. Pero, ¿somos capaces de trabajar sin esperanza? Si cambiar las cosas se mueve únicamente en términos posibilistas (ganar, conquistar el poder), entonces serán los partidos de la pretendida izquierda quienes salgan beneficiados. Nuestro panteón de héroes suele estar formado por gente derrotada, y a veces pienso que ¡menos mal que así fue! Yo no quiero el poder, salvo que ese “poder” pertenezca a todos. El desafío es grande, porque hemos de atender a los mil y un sufrimientos que estamos padeciendo y al mismo tiempo marchar hacia adelante. Creo que mucha gente que ha protestado frente al Congreso no deseaba tomarlo, sino que su postura expresaba la bancarrota de un sistema. Querían “atravesar” el Parlamento. Sin embargo, nos encontramos con líneas rojas sobre las que hay un pacto tácito: centrar el debate sobre la monarquía entre el actual rey o su sucesor, o la política como actividad de los partidos políticos, por citar dos ejemplos. Fuera de eso parece que lo que existe es el abismo. Todos se horrorizan. La destrucción, muchas veces, encierra un lenguaje que debemos descifrar y, entre otras cosas, viene a decir que hay algo mucho más profundo y podrido, y que esa desesperación responde a una situación que debemos resolver.

Hay obsesión por creer ciegamente en una revolución pacífica que a mi parecer habla de un miedo atroz que nos impide sacrificar nada en el tránsito a una época mejor.
A nadie le gusta vivir situaciones de puro miedo. Todos hemos sentido miedo en las últimas protestas. Sin embargo, el debate entre arte o antiarte es el mismo que el de violencia o no violencia. Cada época exige armas distintas, y lo que fue útil hace 20, 30 ó 60 años, puede que no sirva ahora. Puede que esto lo sepamos todos, pero si nos fijamos bien, siempre tenemos a especialistas de la violencia o a especialistas de la no violencia. No saben hacer otra cosa. Ambas opciones son erróneas si no vemos que necesitamos la habilidad para ver lo que la situación requiere. Cuando la protesta es controlada por especialistas se convierte en Ideología (en un sentido de programa político cerrado), surgen las élites y quienes acaban controlándolo todo son los que persiguen conquistar el poder en los términos de siempre, vivir de ello, los que saben organizarse. Se utiliza a la masa para hacerse con el poder, como sucedió tras los atentados de Atocha, cuando muchos protestábamos en la calle, en medio de fuertes choques, pero éramos conscientes de que el cambio político (de un tipo y bajo una forma que aborrecíamos) ya estaba en marcha. No, no creo que la solución sea violencia o no violencia y no creo que el debate deba ser presentado en ese sentido. Es más interesante preguntarnos por qué, cómo y cuándo condenamos la violencia, y por qué toleramos una violencia aún más atroz y cotidiana; por qué repetimos como un mantra que la no violencia funcionará, mientras criminalizamos a los que no la practican. Al día siguiente de una manifestación con disturbios vi en mi barrio una pintada que me gustó: “Bajo las capuchas están vuestros hijos”. Yo no participé y por supuesto no iba encapuchado, pero la frase tenía toda la puñetera razón.

¿Crees que la violencia podría ser más regeneradora que este asistir a la agonía con las manos alzadas?
La violencia nunca regenera nada. Son las personas, que optan por unos medios u otros, las que cambian las cosas, y como te digo deben tener la habilidad suficiente para decidir qué es lo que cada situación exige. Nuestros abuelos, durante la guerra civil, utilizaban una expresión que siempre me ha gustado: “gimnasia revolucionaria”. De eso se trata.

La democracia es un cáncer y su agente es la burocracia, dejó dicho Burroughs. ¿Hasta dónde ha de llegar la humillación?
No hemos de subestimar la capacidad de la gente. Tarde o temprano sucederá algo y nos pillará por sorpresa. Siempre es así. Lo importante es que en el proceso hacia ese “algo” cada uno esté a la altura de las circunstancias. Pensábamos que no sucedería y de pronto teníamos las plazas del país ocupadas y fuimos el foco de un movimiento que, con sus limitaciones y errores, se extendió por medio mundo. Los procesos continúan, la gente resiste a través de actos, de relaciones sociales que escapan de la lógica de acaparar, aislar, reprimir. La mayoría de esos actos no los vemos, pero los barrios sobreviven gracias a ellos. Citas a Burroughs y das en el clavo. Un hombre que escribió, pintó, fue un gran tirador, viajó, recitó, reflexionó, sirvió de inspiración… ¡Incluso trabajó como exterminador para una compañía de Chicago! Esa es la idea que yo tengo de revolucionario.

¿Quién es hoy el enemigo, Servando?
El concepto de “enemigo” ha cambiado mucho. Ahora el poder teme a un rebelde que carece de rostro y de organización en el sentido tradicional de la palabra, imposible de identificar, que acude a socorrer al otro y se pone en su lugar. Ahora ese “enemigo” les aterroriza mucho más, porque todos somos ya el enemigo.

La facción caníbal está disponible en todas las librerías menos en alguna y puede adquirirse en la web de La Felguera Editores.