Lujuria en la tercera edad: preguntamos a ancianos qué les atrae de otros ancianos

ancianas de fiesta

Antonio sale triste de la discoteca. Hoy no ha pillado y se pregunta por qué. Ha estado toda la tarde preparándose para ese momento. Se ha duchado, afeitado, se ha echado litros de colonia Varón Dandy y hasta se ha vestido con el traje de ligar y su corbata favorita.

No entiende por qué aquella chica con la que había conversado un par de veces le ha mandado a freír espárragos. Taladra a amigos y conocidos con su historia de desamor y hasta le da la chapa al portero de la discoteca, que pacientemente le dice que no se preocupe, que ya encontrará otra.

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Antonio podría ser un adolescente, pero no lo es. Tiene 78 años, está casado y ha ido a probar suerte en una sala de fiestas de su barrio. Dice que su mujer se ha quedado viendo la tele, que no sabe nada de su escapada nocturna y que le ha dicho que iba al bar a jugar al dominó con sus colegas. No sé yo si habrá colado. Creo que la aguja que lleva en su solapa lo habrá delatado.

“Tengo prisa”, me dice, “son casi las nueve de la noche y la parienta me espera para cenar”. Le entretengo aún unos instantes con mis preguntas e intenta ligar conmigo. Nunca había sido el segundo plato de un señor tan mayor. “Si aún me dieras un baile te contestaría a todo lo que me preguntaras”, me asegura.


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El hombre tiene ganas de jarana, y aunque por su edad debería estar curado de espantos, no se conforma con un no, aunque esta noche se llevará otro chasco. “Todas las mujeres sois iguales”, me dice antes de irse. Se marcha medio enfadado, medio decepcionado. Le he acabado de romper el corazón.

Justo entonces aparece Marcelino, un hombre de 74 años, saliendo del local bien acompañado por cuatro mujeres. Le explico que haremos un reportaje para el día de San Valentín y cuando le pregunto qué es lo que más le gusta de una mujer de su edad me contesta simple y escuetamente que lo que le gusta de ellas es “todo lo que tienen” porque, y especifica, “es así, la vida”.

Paquita también se va a casa sola. Dice que ella solo ha ido a bailar, que dentro no conoce prácticamente a nadie. Tiene 90 años y aún le va la marcha. Me gustaría ser como ella a su edad. Aunque es una señora mayor con todo lo que eso conlleva, se mantiene joven por dentro. Le pregunto cómo es el ambiente de ahí dentro: “Hay mucha lagarta suelta, ahí. Y ellos van a lo que van”, me explica. “Quien te diga que ahí dentro no se liga, miente. Hay gente pegándose cada morreo ahí, con la dentadura, que ni te lo imaginas”.

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Paquita a la entrada de la sala Tango

Paquita asegura que aunque cada viernes sea una habitual de la sala, este tipo de cosas no le van. Explica que ahí van muchas parejas que se llevan un rollo muy raro. Aparte, dice que hay muchos casados que seguro que no se dejarán retratar, más que nada para que no les descubran el pastel. Son muchos los tortolitos que salen a la calle a fumar o simplemente a hablar y a tener un momento de intimidad a lo largo de la noche. Decido conocer un poco más a una de estas parejas y me encuentro con Pedro y María Luisa.

Han salido a tomar el aire, sin abrigos ni chaquetas y se arriman el uno con el otro para darse calor. Hace ya seis años que se conocen y se encontraron por primera vez en esta misma sala. “Lo primero que me dijo fue si me quería acostar con él. Le contesté que sí, pero si me llevaba al Ritz”, me dice María Luisa. “A esta edad ya no te andas con rodeos”, confiesa Pedro, “ya vas a lo que vas”.

De hecho, Pedro me explica que en un inicio se había fijado en otra mujer que estaba por allí, bailando. Pero entonces apareció Marilu en su camino y le lanzó la propuesta indecente. “Quien no liga es porque no quiere. Lo que ahora no podemos ni salir a cenar porque si sales y quieres volver a entrar, hay que pagar otra vez”, se queja Pedro. Así que desde las seis de la tarde hasta las doce muchos de los habituales del local no abren boca si no es para charlar o morrearse.

Mientras Pedro me está contando esto, María Luisa saluda a otro hombre. “Ahora se me va otro ligue, me dice”. “Nosotros —refiriéndose a Pedro— somos amigos y ya”. María Luisa ha hecho estadísticas de cuánto duran las parejas que salen de esta discoteca para personas mayores. “A los tres meses, ya ves cambios de pareja”, asegura, “por eso ya no merece ni la pena echarse novio”. El concepto de pareja liberal está a la orden del día entre ellos.

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Pedro y María Luisa

Francesc tiene 73 años, en su día fue profesor de baile y, de hecho, está casado con una de sus alumnas. Está contento porque su mujer le da plena libertad para ir un viernes a bailar. “Realmente, en esta edad que tengo, lo que busco es pasármelo bien, divertirme y tener una buena compañía. A mí que no me hablen de nietos, ni de enfermedades ni problemas”, me dice Francesc. “Teniendo en cuenta de que busco a una persona de mi misma edad, la plancha ya no es la misma. Eso sí, si no sabe bailar ya no hay nada en común”, asegura.

Me explica que haber sido profesor de baile le ha dado un trampolín para entrar mejor a las mujeres que le gustan. “Esta noche quizás bailaré con dos o tres. No son celosas, siempre elijo yo. Quizás si en mi DNI hubiera algunas cifras menos, ligaría más”, me dice.

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Pilar e Isabel

Pilar e Isabel van buscando novio o lo que surja. Las dos tienen los requisitos claros de cómo quieren que sea: “Que no sea celoso, que no fume, que no sea un barrigón, que sea atento… de momento aquí no lo hemos encontrado”, me dicen. “Hemos bailado con varios, explica Pilar, pero no nos ha convencido ninguno”. “Aunque me hubiesen pedido el número de teléfono hoy no se lo hubiera dado a ninguno”, dice Isabel riéndose.

Isabel dice que a veces sí lo ha dado. “Cuando me lo piden y no me interesa dárselo, hago como que me olvido y ya”. Jugar al despiste siempre va bien cuando una tiene 70 y pocos años. “A esta edad hay muchos impedimentos”, me asegura Pilar. A traición me cuenta que su amiga Isabel dejó a un hombre porque no le funcionaba. “Ya cansa. Estar con alguien y que no chute, pues como que no”, se defiende ella. “Además, no estaba ni enamorada”, me dice.

Una de las características comunes que piden la mayoría de ellos es el hecho de bailar bien, la química entre dos personas en la forma en la que se desenvuelven danzando. Dicen que esto se nota a simple vista, y que más allá de una simple atracción física lo que importa es esta magia del momento. Lo de fuera se acaba pudriendo, pero lo de dentro siempre queda.

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A Paquito, por ejemplo, le gustan las mujeres que sepan bailar, pero dice que cuanto más jóvenes sean, mejor. Tiene 82 años y para él el concepto de señora joven es una de 65. “Yo en la cama funciono mejor que un chaval de 20. Soy un fiera”, me asegura. Según él, todo está en la cabeza, y si con la mujer hay una conexión especial, pues mucho mejor. Esta noche ha jugado sus últimas cartas, pero no ha habido suerte, o eso me hace creer.

A las doce de la noche, la sala cierra sus puertas y a medida que se acerca el momento la discoteca se va vaciando provocando una situación bastante surrealista. Resulta que una después de cerrar, a la una, vuelve a abrir transformada en una discoteca orienta al público gay.

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Bárbara

Bárbara ha apurado hasta última hora para salir. Se la ve muy contenta a pesar de haberme asegurado que justo hoy no ha ligado. “Justo me piden el teléfono aquellos hombres que no me interesan”, me dice.

La mujer asegura que a esta edad la empatía es más importante que la chapa. El flirteo y la consonancia en el baile son las claves para camelarse a una señora como ella. “Estamos escarmentadas de enamorarnos por el físico y ahora buscamos algo distinto, que nos revitalice”. Y es entonces cuando lanza la sentencia: “La gente mayor nunca nos hacemos la idea de que somos mayores. Nos gusta actuar como si fuéramos jóvenes y de hecho nos lo sentimos”. Supongo que el día que tenga 50 años más de los que tengo le daré toda la razón.

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