En el barrio rojo de Tokio, las tiendas anuncian servicios con carteles parecidos a los menús de los restaurantes. Los kyakuhiki, que son los animadores que tratan de convencer a los viandantes para que accedan a sus locales, llevan carteles laminados con los precios y opciones. Puedes solicitar un binta, una bofetada en la cara, y un hizamakura, que es cuando te tumbas en el regazo de una trabajadora, pero también hay felaciones o onanismos. Sin embargo, hay algo que no ofrecen en ningún lugar: honban o penetración vaginal. En 1958 se aprobó una ley contra la prostitución que prohibía este tipo de trabajo sexual. Una trabajadora asegura que se considera de mala educación hasta pedirlo o incluso estúpido porque los hombres saben que pueden “ir a los soaplands si es lo que buscan”.
El soapland es un eufemismo en japonés para referirse a las casas de baño convertidas en burdeles. Allí, nunca anuncian los servicios: es el cliente y las sōpu-jyō, las trabajadoras de las casas de baño, quienes acuerdan lo que ocurrirá en las habitaciones privadas. Yasuo, un obrero nocturno de Yoshiwara, el principal distrito de casas de baño de Tokio, nos explicó que los clientes pagan primero por un baño con una chica y luego contratan los servicios que deseen. En la mayoría de los casos, no hay ningún límite.
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Conocidos como los “reyes de la prostitución”, los soaplands tienen cierto prestigio dentro de la industria sexual japonesa y son de los negocios más caros. El baño preliminar requiere mucho esfuerzo y dedicación. Los hombres que van a estos lugares, dice Yasuo, son “empleados mayores y adinerados que quieren relajarse después de un largo día de trabajo. Los clientes pagan alrededor de 30 000 yenes (280 dólares), que van directos a los dueños del local, solo por el baño. El precio de lo que pueda ocurrir después lo fijan las trabajadoras sexuales, aunque a menudo es dos o tres veces el precio del baño, y se quedan con todo.
Aunque estas casas de baño operan como negocios privados de forma legal, se sabe que ofrecen servicios de penetración sexual. Como la mayoría de las operaciones ilegales, dependen enormemente del principio de “no preguntes, no cuentes”, pero también se aprovechan de un vacío legal frágil pero bien situado. Una vez que acaba el baño y comienzan las actividades posteriores, se entiende que el cliente y la trabajadora tienen un jiyū ren’ai, una relación de amor libre. Así que, mientras ambas partes admitan estar enamoradas, la ley permite todo tipo de acto. El amor, en este caso, depende del intercambio pecuniario.
El trabajo, que roza precariamente la criminalidad, requiere mucha preparación y experiencia. Para empezar, tal y como describe Aya, trabajadora de un soapland, las chicas deben dominar el baño erótico estándar. Por ejemplo, el juego con loción, que consiste en que la chica masajea al cliente con una loción diluida en agua caliente. Durante el juego con esteras, los clientes se tumban en esteras mientras los bañan. También se utiliza una silla de baño cóncava con acceso a la zona genital del hombre.
A causa de la experiencia requerida, no es fácil encontrar trabajo en las casas de baño. Las trabajadoras sexuales, ya sean expertas o novatas, deben someterse a un periodo formal de formación. La mayor parte de las instrucciones se ofrecen con libros de texto o DVD, pero dependiendo del establecimiento, los preparadores también pueden pedir demostraciones con los empleados masculinos. El proceso de entrevista es competitivo, puesto que muchas trabajadoras buscan puestos en los burdeles que pagan mejor.
Dependiendo del rango del lugar, la descripción del puesto de trabajo varía. Las chicas que trabajan en las kōkyu-ten, o tiendas de lujo, deben reservar entre 2 y 3 horas para cada cliente. A veces se les solicitan servicios sin condones, lo que, por lo general, no ocurre en los negocios de menor rango. Aya explica que el riesgo de contraer una enfermedad de transmisión sexual a menudo se paga con mucho dinero. El precio base para un servicio sexual suele ser de 60 000 yenes, pero puede llegar a los 100 000 o 120 000. Algunas de estas mujeres trabajan en las casas de baño durante un par de años y después buscan empleo como modelos de revista para hombres o en vídeos para adultos: “Así de alta es la calidad de las chicas”, nos dijo Yasuo.
Aunque las ganancias anuales de lo que probablemente es una industria multimillonaria sean razón suficiente para no perturbar a las trabajadoras sexuales japonesas, los soaplands se mantienen también en parte gracias a su historia. Es la forma de prostitución mas antigua conocida en Japón y es un recordatorio del periodo Edo entre 1603 y 1868. Pero no hay que confundir a estas chicas con las geishas, que durante esos siglos se hicieron populares por ser artistas talentosas que cantaban y bailaban.
Las trabajadoras sexuales fueron circunscritas originalmente a tres áreas, sancionadas en 1618 por el shogunato Edo, según los historiadores. De los distritos con casas de baño que existen hoy en día en el país, el más histórico y conocido es Yoshiwara, en Tokio. Aunque técnicamente no existe en los mapas, su nombre todavía atrae a miles de clientes y sōpu-jyō de todas las prefecturas. De hecho, tal es la promesa de ganancias, que muchas trabajadoras sexuales de las zonas rurales migran para ganar dinero allí. A veces, viven en dormitorios ofrecidos por las casas de baño, según Yasuo, que mientras nos lo contaba señaló unos edificios un tanto destartalados. A parte de las pertenencias que traen consigo, las trabajadoras llegan con la esperanza de poder ganar dinero en Yoshiwara.
Antes del gran terremoto e incendio de Kanto en 1926, los clientes accedían a Yoshiwara en barcos desde el río Sumida. Hoy en día, en su lugar encontramos calles inquietantemente silenciosas, iluminadas tenuemente por el cálido brillo de las fachadas de las casas de baño. En cada puerta, se pueden ver hombres trajeados de negro protegiendo la entrada, quienes solo cambian sus estoicas expresiones faciales para saludar a los clientes y empleados que llegan en auto.
La estructura física de Yoshiwara es una metáfora de cómo la zona sigue siendo relativamente clandestina. Para aquellos que no tienen intención de verlo, Yoshiwara es un reflejo de su ubicación en los mapas: inexistente, prácticamente borrado. Para aquellos que sientan curiosidad, no verán más que filas de casas de baño para cuidados higiénicos apasionados. Pero, tras la penumbra y el vapor, hay una realidad oculta que se vuelve evidente para cualquiera que se quede un poco más.