Música

Sobre cómo Björk y Beyoncé han destruido el retrógrado canon femenino

​Hay un momento en el videoclip de “Black Lake” de Björk, en el que parece que la islandesa será devorada por la boca de una cueva. Y mientras hace aspavientos por sobreponerse en la oscuridad de la caverna, resulta casi imposible no empatizar con su claustrofobia, una sensación que te asfixia tanto como a ella, incapaz de respirar. Al final logra escapar, pero la completa oscuridad que la espera en el exterior resulta tanto o más abrumadora. Entonces se golpea el pecho en señal de frustración y se tumba sobre las rocas, a la espera de que amanezca para contemplar de nuevo la luz del día.​

Cuando vi la obra maestra audiovisual que es Lemonade de Beyoncé, me invadió la misma y angustiante sensación. Allí está ella, sus extremidades suspendidas en una habitación cubierta de agua, con los ojos en blanco, como si estuviera muerta, mientras la sensación de claustrofobia se multiplica a cada segundo en que permanece sumergida. Al igual que Björk, en un momento dado Beyoncé también escapa. El agua golpea contra sus tobillos y se derrama por la calle que queda afuera. Sin embargo, es difícil sentirse desahogada; de hecho, la secuencia transmite un sentimiento maniaco, como si supieras que a la vuelta de la esquina la espera el caos.

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El videoclip de Lemonade de Beyoncé ha sido elogiado por muchos de sus logros: por la manera en que denuncia la sistémica opresión de la mujer negra, por su innovadora aproximación al pop y por la valentía con que la musa afroamericana reconquista de nuevo la intimidad que en su día le arrebataron los tabloides y los paparazzi. Pero más allá de esas virtudes, cuando escuché el disco de Beyoncé la primera vez, se me traslapó en la cabeza con el Vulnicura de Björk.

Son dos discos como aplanadoras, dos álbumes que dinamitan los estereotipos conocidos de lo que es, lo que parece, y cómo tiene que sonar y actuar una cantante desconsolada. Ambas prescinden por completo de la mirada ensimismada y narcisista del cantante masculino. Ambas desprecian honestamente asumir el papel pasivo que se espera de las estrella del pop femenino, y ambas arrastran al oyente hasta la brutalidad del desgarro con una precisión dolorosa. Es más, ambas exponen la descarnada verdad de todo dolor de manera feroz y sin concesiones, hasta hacer palidecer, por ejemplo, a discos como el For Emma, Forever Ago de Bon Iver.

Beyoncé en Lemonade, vía TIDAL

Al escuchar los discos de Björk y de Beyoncé es fácil reconocer la desolación y el caos en que transcurren nuestras vidas y nuestras relaciones de pareja. Ambas desentrañan el dolor de los días en que te pasas horas sollozando sobre una almohada empapada, en una habitación a oscuras, incapaz de visualizar una existencia normal más allá de salir con una persona en particular. La náusea inapelable que te trepa por dentro cada cinco minutos, que es lo que tardas en chequar el teléfono una y otra vez. Deseas estamparlo y deseas quedarte pegada devotamente a la pantalla de igual manera. Es el ingrato crepitar de la paranoia, incapaz de discernir intuición de irracionalidad. Are you cheating on me? (¿Me estás engañando), se pregunta Beyoncé en la película de Lemonade, mientras emerge del agua con la voz engañosamente suave. Es una pregunta que muchas de nosotras nos hemos hecho en algún punto de nuestras vidas.

Pero a pesar de la universalidad de la ruptura, el terreno en el que las estrellas del pop femenino se han movido o en el que se han encontrado, ha sido proverbialmente accidentado. En el mundo de la música es como si los corazones rotos tuvieran un género atribuido de serie. Las cantantes que se atreven a liberar sus sentimientos son a menudo etiquetadas como compositoras “íntimas”, mientras que a sus homólogos masculinos se les sigue considerando como “letristas”. “La palabra confesión íntima es la que emplea alguien que intenta quebrarte externamente”, asegura Joni Mitchell​, autora, entre muchos otros de Blue, una de las cumbres discográficas de la ruptura, y una mujer que lleva toda la vida luchando por deshacerse de la etiqueta de “íntima”. “Estás enjaulada. Atrapada. Intentan que reconozcas algo. Y lo hacen para humillarte y para degradarte, para dejarte en mal lugar”.

Cuando las mujeres se liberan, se espera que dirijan su voz hacia adentro, cuando lo hacen hacia fuera se considera que se trata de algo demasiado agresivo para ser normal​.

Claro que las cantantes femeninas no solo tienen que combatir las etiquetas que les ponen, también tienen que luchar contras las limitaciones. El dolor que transpiran Lemonade y Vulnicura es estridente, feo y desvergonzado. Claro que se tratan de rompedoras excepciones a la regla del pop —no es ningún secreto que gran parte de la sociedad sigue considerando a las mujeres que muestran sus emociones como una amenaza. Se dice que cuando una mujer se enfada se pone más sexy, como Taylor Swift en Red. Y que cuando está herida, se dignifica. Como Adele en 21. De tal manera, cuando una mujer está deprimida, sólo lo puede expresar de manera completamente poética, como Amy Winehouse en Back to Black.

Cuando las mujeres se liberan, se espera que dirijan su voz hacia adentro, hacia ellas mismas. Se trata de un acto de destrucción fantasiosa, como el de Lana del Rey en Ultraviolence. Cuando lo hacen hacia afuera, se considera que se trata de algo demasiado agresivo para ser normal. Por no hablar de lo que pasaría si una mujer hubiese escrito el The Marshall Mathers de Eminem. Entonces, lo más probable es que acumulara más etiquetas que la señalaran como a una “desquiciada” que no premios o galardones. Y qué decir de una mujer que hubiese publicado alguna de las canciones de Drake. Puedes apostar lo que sea a que se la tacharía, como mínimo, de “desesperada”.

Y si bien hay muchos discos brillantes que escapan a esta norma —como el Jagged Little Pill de Alanis Morrisette, en la que la canadiense escupe cada palabra como si fuera auténtico veneno —a menudo se pueden contar con los dedos de una mano. Y es así porque a la mujer se la educa para que apele siempre a la mirada del hombre. Tal y como relata el prestigioso ensayista, narrador y crítico de arte británico John Berger en su seminal Ways of seeing: “Los hombres actúan y las mujeres aparecen. Los hombres miran a las mujeres. Y las mujeres se miran a sí mismas mientras son contempladas. Y esta es una norma que determina no solo la mayoría de relaciones entre hombres y mujeres, sino la relación de las mujeres consigo mismas”. Basta con echar un rápido vistazo a cualquiera de las letras de The Life of Pablo de Kanye West (“I made that bitch famous” —Hice famosa a esa perra—), para demostrarlo. Incluso a día de hoy, en 2016, el agobiante patriarcado sigue igual de vivo, y a la música pop le queda todavía un largo camino que recorrer para deshacerse de su óptica frígida, machista y ultraconservadora.

Björk en “Family” vía YouTube

Desde la primera línea de del Vulnicura de Björk —que podría traducirse como “cura para las heridas”—, la islandesa se sumerge en su abismo personal, algo cuya potencia se multiplica por su rechazo a convertirlo en un disco que resulte fácil de tragar. “Show me emotional respect, I have emotional needs, I wish to synchronize our feelings” (Muéstrame respeto emocional/ mis necesidades son emocionales/ desearía que nuestros sentimientos se sincronizaran), canta en “Stonemilker”, en la que su voz se sacude bajo los acordes de un violín que naufraga, como palabras escupidas bajo un mar de lágrimas, mientras su ex-amante cierra la puerta de un portazo. La canción no alcanza un crescendo en ningún momento. En lugar de ello, se propulsa a sí misma, como si Björk estuviera atrapada en un ciclo obsesivo; como si agonizara bajo la misma marea de pensamientos una y otra vez.

Para cuando el disco llega a “Black Lake”, su canción más larga, la voz de Björk se hunde en la desesperanza. “Our love was my womb, but our bond was broken, my shield is gone, my protection taken” (Nuestro amor era mi placenta, pero nuestro vínculo se ha roto, mi escudo ya no está, mi protección ha sido arrebatada) —una letra que articula perfectamente la conmoción de ver a alguien haciendo las maletas y amputándose de tu vida para siempre. Pero mientras los profundos acordes empiezan a arremolinarse alrededor de un nerviosa cascada de electrónica, Björk libera su angustia: “You fear my limitless emotions, I amb bored of your apocaliptical obsessions. Did I love you too much? Devotion bent me broken” (Tienes miedo de mis emociones ilimitadas/estoy aburrida de tus obsesiones apocalípticas/¿Tanto te amé?/La devoción me dobló hasta romperme). Björk rechaza hacerse más aceptable o “menos emocional”. Lo que hace es ir frontalmente en contra del caduco estereotipo de la “mujer histérica”. Y lo hace reclamándolo. Es justo lo que sucede en la portada del disco. Vulnicura descubre a una artista con el corazón abierto en canal, que no tiene el menor interés en reprimir sus emociones para ser aceptada por las convenciones.

En realidad, este es un sentimiento que también define Lemonade de muchas maneras distintas. Si bien Björk siempre ha llevado los vínculos al límite, como la visión convencional de lo que es ser mujer, Beyoncé había trabajado duro en el pasado para forjarse una imagen irreprochable. Tal y como Kat George explicaba en Noisey el año pasado​: “es sexy sin ser sexual”. Es una madre ciegamente fiel a su esposo, consecuente con sus creencias y deliberadamente impecable en su imagen pública”. Eso es lo que ha provocado que resulte tan contundente como poderoso dinamitar todo lo recién expresado para abrazar la impactante fealdad del desengaño amoroso.

Beyoncé en ‘Lemonade’, vía TIDAL

En ninguna canción queda tan claro como en “Hold up” —en una secuencia ya viralizada hasta la estratosfera — en la que se ve a Beyoncé avanzando resueltamente como una Diosa enfundada en un vestido que reproduce los colores de los rayos del sol, y sosteniendo un bate de beisbol en el que se lee la inscripción “hot sauce” (salsa picante), en lo que supone un guiño irresistible a la canción anterior, “Formation”, donde nos dice que “I got hot sauce in my bag” (llevo salsa picante en mi bolsa). Entonces, conforme estampa el bate contra una hilera de parabrisas de vehículos ante la mirada boquiabierta de los transeúntes, canta: “What’s worse, looking jealous or crazy? Jealous or crazy? Or like being walked all over lately, walked all over lately. I’d rather be crazy” (Qué es peor: ¿parecer celosa o loca? ¿Celosa o loca? O que te pasen por encima como últimamente, que te paseen por encima como últimamente. Prefiero estar loca”). Sus palabras apelan directamente al lenguaje que se emplea para describir a las mujeres emocionales. Y entonces lo abrazan. Nada que ver con el dolor pasivo y solitario que Beyoncé ha reflejado en canciones como “Listen” o “Halo” —aquí muestra una furia y una destrucción sin contemplaciones: que mole a palos el rostro imperturbable de la coacción, y que desata la violencia que late debajo.

Claro que no se detiene aquí. En “Don’t hurt yourself” canta con un alarido desgarrado. “Who the fuck do you think I am? (¿quién coño te crees que soy?). Y larga. “You ain’t married to no average bitch boy, you can watch my fat ass twist boy, as I bounce to the next dick boy” (No estás casado con una zorra del montón, morro, puedes quedarte viendo como contorsiono mi culo gordo, mientras lo bamboleo rumbo a la siguiente verga, morro). Nada que ver con la Beyoncé que no pronunció una sola palabra en público en casi tres años. La cantante de Houston condimenta sus versos con insultos y rechaza pacificar su sexualidad. “I smell that fragance on your Louie V boy” (Huelo tu fragancia a Louie V morro), continúa sobre un contundente redoble de batería. “Just give my fat ass a big kiss boy, tonight I’m fucking up all your shit boy” (solo bésame mi culo gordo con un beso gordo, morro, esta noche voy a desmadrar toda tu mierda”.

El dolor capturado por Lemonade está íntimamente relacionado con lo que significa ser una mujer negra en Estados Unidos​.

Que haya abrazado la palabra “fuck” parece una consecuencia directa de su zorrear. ¿Por qué tendría ella que ser la mujer “perfecta” de su marido cuando su marido está lejos de ser “perfecto”? ¿Por qué debería bajar el volumen y silenciar su sexualidad cuando su marido sube el volumen de la suya? Básicamente se dedica a destruir la retrógrada noción de que una mujer debería sentirse impelida a aceptar la injusticia silenciosamente, como una “buena chica”.

Cuando escuchas Lemonade resulta difícil no pensar en Jay-Z, que parece la lógica explicación que subyace bajo la repentina y perfectamente ejecutada ira de Beyoncé. A fin de cuentas, todos hemos visto las infames imágenes del ascensor, hemos leído los titulares y hasta vimos a una Beyoncé desprovista de su anillo en la gala de los premios Met. Sin embargo, el dolor capturado por Lemonade se derrama mucho más allá de su esfera personal, y existe a niveles mucho más profundos que su marido. En realidad, está íntimamente relacionado con lo que significa ser una mujer negra en Estados Unidos, y con la proverbial ruptura social y cultural que siempre va de la mano del racismo. Y por todo ello, la furia de Beyoncé se redobla. Tal y como Ijeoma Oluo escribió en The Guardian: “Una negra que airea su enfado es rápidamente vilipendiada. ‘Los hombres negros ya tienen suficiente con lidiar con su día a dia’, dice la gente, ‘y tu trabajo consiste en apoyarles y en ayudarles para que sean mejores hombres’. El esclavismo que se espera de nosotras se alza irónicamente en contraste con la fortaleza necesaria para navegar este mundo que se necesita como mujer negra”. Para Beyoncé, claudicar con el rol pasivo que se espera de ella y abrazar su furia no es solo algo poderoso porque es una mujer, sino porque es una mujer negra.

Beyoncé en ‘Limonade’, vía TIDAL

El Vulnicura de Björk no es una reacción contra el racismo sistémico. Sin embargo, es importante advertir que como fémina de 50 años que es, su música mantiene también su poder político. Todavía vivimos en una época en que las mujeres mayores tiene que comportarse “adecuadamente” o mostrarse “dignas”. Y no nos olvidemos de las reacciones públicas que desata Madonna cada vez que sale al escenario de cualquier manera que no sea “tranquila”. En Vulnicura, Björk se pasa por el forro las convenciones de la edad y todas las expectativas que manchan a la industria como el acné, y apuntala su voz consecuentemente. “My throat was stuffed, my mouth was sewn up, banned from making noise, I was not Heard”. (Mi garganta estaba saturada/ mi boca sellada/condenada a no hacer ruido/no se me escuchaba), berrea en “Mouth Mantra”, como si hubiera roto un postergado voto de silencio. La misma existencia de Vulnicura cuestiona frontalmente la noción de que cualquier mujer, joven o vieja, de cualquier raza, tenga que ser o sentirse nunca invisible.

Puede que ambos discos sean como planetas distintos, pero los dos tienen algo que combate exactamente al mismo enemigo. Igual el exasperante estereotipo de la mujer histérica haya pasado de moda, pero su hedor sigue apestando a día de hoy con la misma putridez de siempre. Tal y como escribió Alison Stevenson para VICE a principios de año: “A las mujeres se les ha exigido socialmente durante siglos que repriman sus emociones para así poder aplacarlas… Hacernos cargo de aquello que hemos sido educadas en temer más es el primer paso. Aceptar la histeria es la única manera de erradicarla . De erradicarla a ella y de erradicar cualquier forma potencial que pueda asumir”.

Ser histérica es ser genuina.

Björk y Beyoncé han prescindido de agradar a nadie en favor de purgar sus sentimientos a través de una obra de arte bien cerrada, pasando por encima de todas las convenciones que se intentan imponer socialmente para definir el canon de lo que es ser una estrella del pop femenino. Ninguna de las dos ha apostado por edulcorar su dolor, ni por atenuar su sexualidad o domesticar su manía, y para una mujer en el horizonte del pop actual, tal es el acto más radical y más subversivo que se puede acometer.

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