“¿Me esperas tantito?, ¡perdón, es que mi bebé está llorando!”, me dijo Margarita la primera vez que le marqué para entrevistarla mientras el llanto de una niña se escuchaba al fondo de la llamada. Minutos después, entre risas, me contó lo que pasaba. Era viernes en la noche y Alexa, de seis años, estaba llorando porque su hermano, Vladimir, fue a una fiesta a la que ella también quería ir. Alexa y Vladimir no son hijos de Margarita, son sus nietos. Margarita tiene 65 años y se quedó a cargo de ambos después de que su hija, Campira, fuera víctima de feminicidio en diciembre de 2016.
En los casos de feminicidio hay muchos duelos. No sólo se termina la vida de la víctima, sino la vida como la conocían todos los involucrados. Para las madres de las víctimas este cambio suele ser especialmente radical. De acuerdo con Ana Yeli Pérez, directora de la organización civil Justicia Pro Persona y asesora jurídica del Observatorio Nacional de Feminicidios de México, lo más común es que sean las madres quienes llevan a cuestas las consecuencias del feminicidio de sus hijas. “En algunos casos se involucran los papás o los padrastros, pero en realidad son casos aislados”, cuenta. “Las madres no sólo se quedan a cargo de los niños, sino que siguen los procesos de justicia. Tienen un desgaste físico y emocional que está fuera de su plan de vida. Son mujeres ya mayores que se convierten en las madres de estos niños y niñas”.
Se ha hablado mucho de cómo el COVID-19 ha incrementado el número de mujeres que viven violencia de género; pero también de cómo ha aumentado y agravado la carga de quienes ya vivían con sus consecuencias. Si de por sí la carga que llevan a cuestas estas abuelas es mucha, en esta época los vacíos del Estado se han hecho aún más evidentes y ellas han tenido que hacer más.
Aunque para Margarita tomar la responsabilidad de sus nietos fue casi natural, asegura que fue muy distinto cuando crió a sus hijos porque en ese tiempo “tenía fuerzas para atenderlos”. Ahora, como jubilada, ya no cuidaba niños. “Yo tenía una rutina en la que me dedicaba a mi esposo y yo. Claro que llegan los niños y nos cambian todo a 180 grados. Un cambio tremendo de ya no tener responsabilidades a de repente ten dos niños; fue un cambio brutal, exagerado”, me dijo. Con la pandemia todo ha sido más estresante. Vladimir, por ejemplo, no quería estudiar porque no le gusta la educación a distancia.
Para Magdalena, cuya hija Fernanda fue víctima de feminicidio en 2013, el encierro también ha sido difícil. Meses después del asesinato de su hija tuvo que dejar su casa por miedo a represalias por parte de la familia del presunto feminicida. Ahora ella, su esposo y nietos viven en un lugar más pequeño, lo que también les ha complicado el confinamiento. El caso de su hija los ha agotado económicamente por lo que no tienen computadora y sus nietos dependen de su celular y de la televisión para tomar clases. “Ya no tengo lo mismo que tenía en mi casa, donde tenía mi recámara, donde tenía un patio, donde podían jugar. Antes los llevaba aunque sea al parquecito a que jugaran un rato, pero ahora no puedo ni siquiera sacarlos ahí porque se vayan a contagiar, ni modo que me ponga a limpiar todos los juegos cada vez que vamos”, me dijo.
Además de los cuidados que implica hacerse cargo de cualquier niño, los hijos de mujeres que han sido víctimas de feminicidio necesitan también otro tipo de atenciones. Margarita metió inicialmente a su nieto a una escuela pública, pero luego decidió meterlo a una privada porque ahí le podían ayudar a atender lo que parecía el inicio de una depresión en Vladimir. “Empecé con escuela pública, pero después de que terminó el primer año de secundaria tuve problemas con mi niño. Él decía que no, pero para nosotros empezó a deprimirse porque dormía toda la tarde, dormía toda la noche y no cumplía con sus tareas. Entonces, me habló el subdirector y no me lo bajaba de flojo. Lo cambié a una particular, en ese tiempo tenían una psicóloga muy buena. Tanto la psicóloga como la directora hablaron con él y me lo levantaron”, me contó al teléfono.
Según Ana Yeli Pérez la salud mental de los hijos e hijas de la víctima de femicidio es un asunto que pasa desapercibido con mucha frecuencia. Las abuelas no pueden dar abasto y atender ese tema, y no tratarlo puede implicar que los nietos y las nietas se vuelvan más vulnerables a la violencia. El acompañamiento psicológico a los menores, dice Ana Yeli, es responsabilidad del Estado; en México no tenemos políticas públicas que los atiendan. Las abuelas generalmente no pueden pagar por ese tipo de atención, sobre todo si ya están en una etapa de la vida en la que viven más carencias. “La vejez no se vive en México, como en otros países, una etapa de la vida que se disfruta cuando ya tienes tu retiro. Aquí se sigue luchando por la supervivencia y ahora con la responsabilidad económica de los nietos que tiene consecuencias muy marcadas”, dice.
Margarita, por ejemplo, renta unos departamentos que tiene en Chalco, en el Estado de México, pero ahora con la pandemia los inquilinos no han podido pagarle y tiene una que le debe casi tres meses de renta. “Desde hace tres años yo le he solicitado a las autoridades que me den una beca, pero me empezaron a tramitar la de Leona Vicario apenas este año. No me han depositado nada. Lo tienen a uno yendo y viniendo, se burlan de la necesidad de la gente, así es como yo lo veo. Los niños comen diario, los tengo en escuela particular, hay que pagar la escuela, y cosas por el estilo”, me contó.
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La pausa de los procesos de justicia
Además de criar a sus nietos y nietas, las abuelas también deben dedicar buena parte de su tiempo a perseguir a las autoridades de justicia para que los casos de sus hijas avancen. Margarita, por ejemplo, vive en Acapulco, pero tiene que ir frecuentemente a la Ciudad de México para darle seguimiento al proceso: “Al grado que un año escolar me fui allá con la niña cuando empezaron las audiencias”. Magdalena dice que esta tarea es la más desgastante: “Es una carga que ninguna madre se merece, es muy pesado estar peleando con el Estado, que no nos hagan caso, que no se haga justicia”. Para Ana Yeli, durante estos procesos las madres se convierten en auténticas defensoras de derechos humanos.
Desde el inicio de la pandemia muchos de los procesos están en pausa. Si normalmente toman mucho tiempo, ahora toman más y esto ha tenido impacto en las vidas de las mujeres. Por un lado, porque les ha traído mucha frustración y ha disminuido su esperanza en obtener justicia. Magdalena menciona que ahora todo se hace por Zoom y sólo hay citas persona a persona cuando se va a comunicar algo importante. “Nos tenemos que estar esperando o insistiendo por teléfono que cuándo, que qué pasa, y sí desgasta mucho. Ya casi voy para siete años de lo de mi hija Fernanda y yo siento que no hay nada. Pues ya saben quienes fueron y no hacen nada, hasta siento que me están dando atole con el dedo. Tiene dos años que me están diciendo que ya van a girar órdenes de aprehensión, pero no pasa nada, no sé qué están esperando la verdad”, comentó.
Magdalena además lleva un caso familiar por la custodia de uno de sus nietos, pero por la pandemia el proceso se paró completamente. Aunque tiene derecho a ver al niño cada quince días, hace casi dos años le suspendieron las visitas y nada ha podido avanzar. “Ahorita mi preocupación mayor es cómo estará, qué vivirá, debe estar viviendo con esa gente más maltrato del que ya vivía”.
Por otro lado, el aislamiento también ha dañado las redes de acompañamiento de madres de víctimas. Y es que ahora las audiencias son privadas, lo que les ha impedido acompañarse como antes lo hacían. Frecuentemente, las madres que comparten su dolor se unen y acompañan en ese proceso, las redes de sororidad que tejen las ayudan a caminar. Con el aislamiento de la pandemia, esas redes se han debilitado y las mujeres están más solas.
“En la Ciudad de México habíamos logrado que el colectivo de mamás que están acompañadas por nosotras se arropen, se acompañen en sus procesos. Entonces generalmente, como ocurrió en el caso de Lesby, estaban todas las mamás ahí presentes en las audiencias. A partir de esa experiencia, ellas han procurado acompañarse así. El tema es que ahora no lo pueden hacer todo el tiempo porque no pueden entrar y como son audiencias largas, ya no se están acompañando tanto”, dice Ana Yeli.
Las redes de mujeres no son sólo importantes para los procesos de justicia, también lo son para la crianza. A Margarita sus vecinas la han apoyado en Acapulco con sus nietos, desde recogerlos de la escuela hasta organizar una fiesta de Halloween cuando no se puede “pedir calaverita”.
Tanto los procesos detenidos como el aislamiento social han tenido un efecto importante en el estado de ánimo de las madres que Ana Yeli acompaña, las ha sumido en el dolor y la tristeza. “Este encierro las obliga a estar ensimismadas en su duelo y eso ha sido mucho más doloroso para ellas. En otros momentos están con sus actividades normales y aparte en el proceso de justicia, las reuniones, la visita al Ministerio Público. Esas cosas las mantienen atentas y pensando, sí en el caso del feminicidio de su hija, pero desde otra visión ‘hay que hacer esto porque hay que buscar justicia’. Es otra lógica, y ahora muchas están aisladas o en el encierro de la pandemia, y están pensando y sufriendo sus ausencias”, señala. Para Magdalena ha sido muy pesado el encierro. Ella y su esposo ya vivían amenazados y temiendo, el COVID19 les ha dado otra razón para temer.
El cansancio es mucho y la frustración también pero irónicamente, en medio de la desesperanza, el amor que las lleva a hacer tantos sacrificios es también lo que les permite seguir caminando. Los nietos no sólo son trabajo, también son un motor, una razón para seguir viviendo. “Las licencias para seguir viviendo, mis nietos me las dan porque vivo por ellos. Porque sé que si a mí me pasa algo ellos van a quedar, como yo digo, en el aire porque no va a haber quién los vaya a recoger. Y mucho menos va a haber quien siga peleando para que a mi hija se le haga justicia”, me dijo Magdalena.
Pérez apunta que “a la señora Margarita la veo mucho más fuerte porque tiene el tema de los nietos. Es como su motor, su razón de ser, algo que le absorbe mucho tiempo, pero tener a los niños la hace fuerte, la mantiene más optimista, más alegre. Como que está más viva”.