Soy Leyenda: Zinedine Zidane

La serie Soy Leyenda prosigue con un viaje a las Galias para recordar a uno de los jugadores con más talento de la historia del fútbol: Zinedine Zidane. Tienes las entradas anteriores de la serie aquí.

Plástico

Si me hacen elegir una palabra para definir a Zinedine Zidane, probablemente diría “plástico”. Pero no “plástico” rollo PVC, o rollo las típicas maquetas de aviones de la Segunda Guerra Mundial que tiene tu primo pequeño; plástico rollo esto.

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Mi percepción de Zinedine siempre fue esa: el futbolista que no tocaba realmente la pelota. Sencillamente, el balón pasaba por él y seguidamente ocurrían una serie de procesos imposibles de describir que terminaban con el esférico en el punto en que ‘Zizou’ quería.

Llámalo como quieras. Yo siempre lo llamé plástico.

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No es mi intención, ni de lejos, hablar del Zidane entrenador. Primero, y más importante, porque es pronto para eso; y segundo, porque aquí queremos recordar a los deportistas, tanto masculinos como femeninos, que nos hicieron soñar.

El Zidane de ensueño nació en Marsella en junio de 1972 y llevó el nombre de Yazid durante su infancia. Aunque sea un cliché, nunca sobra decir que su origen humilde en el barrio de La Castellane marcó su carácter de una forma inevitable… e indeleble.

Zidane —en la foto, de pie a mano derecha, al lado del portero— en sus tiempos mozos, cuando jugaba por el modesto Saint-Henri FC marsellés. Imagen vía Saint-Henri FC

Tan introvertido como determinado de pequeño, al crecer Zidane se convirtió en una especie de Jano de dos caras: podía ser fino y delicado, tratar el balón como quien acaricia a un gatito especialmente mono… o liberar una rabia incontenible, perder la cabeza y convertirse en un monstruo.

La cabeza, sí. En Zidane, la cabeza siempre fue el símbolo perfecto del yin y el yang que convivían en su interior. No es casualidad que precisamente tres cabezazos marcasen su vida para siempre.

La cabeza, siempre la cabeza

Un resumen biográfico de Zizou requiere viajar por todas las Galias, como si de Astérix se tratara —vale, no más bromas: prometo evitar las coñas sobre cruasanes y baguettes también—. Zinedine vino al mundo en Marsella, pero como futbolista hay que ubicar su nacimiento en la cercana Cannes; por increíble que parezca, los ojeadores del Olympique Marseille le descartaron, así que el pequeño Yazid tuvo que emigrar para buscarse la vida en el fútbol.

Y vaya si lo logró.

A los veinte años, y tras haber llevado al AS Cannes a la UEFA por primera vez en la historia del club, Zidane decidió que estaba listo para retos mayores. Burdeos fue su nuevo destino: fue con la camiseta del equipo girondino que Europa descubrió a ese muchacho espigado que dormía el balón en sus pies como si cantara una nana a un bebé.

Ah, y también fue con la camiseta del Burdeos que Zidane popularizó un gesto que todos los futbolistas, niños o niñas de cualquier edad, han intentado alguna vez en su vida: la ruleta marsellesa.

Zinedine Zidane pugna por el balón con el alemán Dieter Frey en la final de la Copa de la UEFA de 1996 entre el Girondins de Burdeos y el Bayern de Múnich. Foto de Regis Duvignau, Reuters

Las lenguas informadas aseguran que Johan Cruyff pidió a Zidane para su nuevo FC Barcelona, un equipo que desgraciadamente jamás vio la luz. Fue una pena. Sea como fuere, Zinedine se marchó a la Juventus de Turín en 1996. No fue una elección cualquiera: los turineses venían de ser campeones de Europa, así que al sumar a Zidane la hegemonía juventina parecía inevitable.

Sí pero no.

Vestido de bianconero, Zidane alcanzó dos finales de la Champions League… pero las perdió las dos. Primero cayó frente al Borussia Dortmund en 1997 —con el famoso gol del ‘niño’ Lars Ricken— y después palmó frente al Real Madrid —con el recordado tanto de Pedrag Mijatović que dio al equipo blanco la esperada séttima—.

Zidane y el croata Zvonimir Soldo luchan por el balón en las famosas semifinales del Mundial de 1998. Dos goles de Lilian Thuram clasificaron a los galos para la gran final. Imagen vía Reuters

Había que desquitarse de algún modo, y en el mismo verano de 1998, frente al público de su país y junto a la mejor selección francesa de todos los tiempos —y que me perdone Michel Platini—, Zizou tuvo su ocasión.

El ’10’ de los bleus brilló en el Mundial de Francia 1998 y llevó a su equipo a la final. Allí se enfrentarían al campeón, el Brasil de Ronaldo Nazário, Rivaldo, Dunga y compañía.

Zidane marcó. Dos veces. Y ambas con la cabeza.

La cabeza, la cabeza. Siempre la cabeza.

El momento: Hampden Park, 15 de mayo de 2002

En 2001, Florentino Pérez convirtió a Zinedine Zidane en el fichaje más caro de la historia del fútbol… al menos hasta que él mismo lo rompió con Cristiano Ronaldo —o con Gareth Bale, no queda muy claro—. El presidente del Real Madrid pagó alrededor de 75 millones de euros a la Juventus por el centrocampista francés para convertirle en el nuevo faro de sus Galácticos.

Obviaré las dudas iniciales a su llegada, porque en su momento ya me parecieron bastante patéticas. Sencillamente daré un salto temporal hasta el momento que como aficionado al fútbol más quedó grabado en mi memoria: una noche de mayo en el estadio Hampden Park de Glasgow, un pase largo de Santiago Solari, un centro demasiado bombeado de Roberto Carlos.

Y Zinedine Plástico Zidane desafiando la materia, el espacio y el tiempo.

No sé si él mismo recuerda ese día como la cúspide de su carrera; al fin y al cabo, Zinedine ha ganado tantos títulos y ha hecho cosas tan increíbles sobre el terreno de juego que probablemente le sea difícil elegir.

Sin embargo, cuando uno mete el mejor gol de la historia de las finales de Champions League, el torneo que fascina a toda la Europa futbolera de una forma casi mística, lo mínimo que puede es estar orgulloso de ello.

El momento. Foto de Kai Pfaffenbach, Reuters

Como futbolero europeo que soy, yo no podré olvidarlo nunca. Y los aficionados del Real Madrid seguro que tampoco.

Declaración final

“Nadie sabe si Zidane es un ángel o un demonio. Sonríe como Santa Teresa y hace muecas como un asesino en serie”.

Jean-Louis Murat, cantautor francés ambiguo

Todos los dioses tienen su ocaso. El de Zinedine Zidane no tuvo nada que ver con anillos ni con nibelungos, pero sí que se desarrolló en la Alemania de Richard Wagner. Como si de una gran tragedia se tratara, el héroe subió al cielo dejando a todos sus rivales en la cuneta para descubrir que donde él esperaba gloria solo había desesperación. Su destino, de alguna manera, estaba tan escrito como el de Edipo.

El canto de cisne de Zinedine Yazid Zidane llegó en la Copa del Mundo de 2006. Tras reunir a la mayoría de la selección que había ganado el Mundial de 1998 —solo por ese viejo recuerdo se explica, por ejemplo, la presencia de Fabien Barthez en el equipo—, Francia logró alcanzar la final del Olympiastadion. El Brasil de Ronaldinho, en aquel entonces Balón de Oro, fue una de sus mayores víctimas.

Zidane estuvo absolutamente brillante durante todo el campeonato. El francés sacó su repertorio entero y maravilló al mundo… por última vez. Incluso se permitió marcar un penalti al estilo Panenka frente a Italia en el partido decisivo. Iba a ser el último desafío, el clímax de la obra, la gloria final.

Pero Jano seguía teniendo dos caras… o mejor dicho, dos cabezas.

Y una de ellas ocultaba a un monstruo dormido. Sé que no es justo terminar así, porque Zidane dio demasiado al fútbol para merecérselo; pero la imagen del galo abandonando el campo tras ser expulsado, pasando al lado de un trofeo que jamás sería suyo, es sin duda el final más poético que puedo darle a este Soy Leyenda.

La cabeza, Zizou. Siempre la cabeza.

Jordi Mestre no hace tuits demasiado legendarios, pero puedes seguirle aquí: @kj_mestre