Cómo los boxeadores superan la muerte de un adversario

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La historia comienza siempre igual: un boxeador colapsa. A veces, como con el británico Michael Norgrove, sucede en medio de un round; en otras, como con el surcoreano Choi Yo-Sam, esto ocurre en el ring —en este caso, mientras Yo-Sam celebraba una victoria por puntos que le servía para retener su título. Lo más habitual, sin embargo, es que pase cuando el luchador ya está de vuelta a los vestuarios.

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Al panameño Pedro Alcázar le sucedió al día siguiente, después de hacer una visita turística por Las Vegas, donde había perdido su cinturón de la noche anterior. Hemorragia cerebral, coma… y punto.

Los médicos tratan de practicar una complicada cirugía al boxeador, pero el daño ya está hecho. El luchador ya ha fallecido: una familia queda rota y el mundo del deporte tiene que cuestionarse por qué pasan estas cosas.

Más lucha: Así fue el combate que casi destruye el boxeo

En estos casos, y contrariamente a las ñoñeces que dice Paulo Coelho, al Universo no le importa lo que eres. El keniata Robert Wangila era un campeón olímpico; el estadounidense Sonny Banks había sido el primero en tumbar a Cassius Clay; su compatriota Greg Page osó discutir con Mike Tyson; el australiano Braydon Smith estaba cursando su último año de derecho. Ningún boxeador es inmune.

Hay otra historia, sin embargo, que discurre paralelamente a cada tragedia: por cada boxeador que pierde su vida en la búsqueda de su sueño, hay otro que es el culpable de los golpes mortales. El rival sobrevive físicamente al combate, sí, pero también acarrea toda la vida sus actos en el ring.

¿Cómo se puede seguir cuando se sabe que tus manos han acabado con la vida de un oponente? ¿Cómo se puede volver al ring sabiendo —¡de primera mano!— que tú puedes ser el siguiente?

“He estado soportándolo de la mejor manera que sé”, aseguró Ray “Boom Boom” Mancini a la prensa cuando regresó a su Ohio natal después de retener con éxito su título de la AMB frente a Duk Koo Kim. Era 1982 y se suponía que el regreso victorioso de Mancini tenía que ser feliz… pero la locura que el boxeador había vivido en Las Vegas no era precisamente alegre.

“Estoy muy triste por lo sucedido”, añadió Mancini. “Formo parte de ello, aunque me doy cuenta de que no puedo culparme enteramente a mí mismo. Es algo que voy a tener que cargar siempre. Ya tuve que aguantar una tragedia así una vez y lo haré de nuevo”.

Mancini tenía solo 21 años cuando dijo esto, y estuvo tres días sin ir a ver a Duk Koo Kim, el boxeador que lo había retado y al que dejó en coma en la 14ª ronda de su combate en Las Vegas. En ese momento, Kim todavía se aferraba a la vida en un hospital de Las Vegas, pero al día siguiente, el 18 de noviembre de 1982, falleció. Tenía 27 años.

Mancini intentó hablar positivamente a la prensa y aseguró que no se iba a retirar: “Esto es terrible, pero tengo que seguir con mi vida y me siento preparado. Estoy listo para lo que tenga que venir”. Cuanto más hablaba, sin embargo, más se le notaban las consecuencias de las 14 rondas que había luchado.

“El boxeo a veces es un deporte violento. ¿Que si estoy listo para seguir? Al final soy yo el que recibo los golpes, ahora soy una ruina física y mental, no puedo dormir… ¿quién quiere seguir adelante sabiendo lo que puede pasar? No me siento feliz… ahora mismo estoy muy cansado”.

“La próxima vez podría ser yo. Esto es lo que tengo que pensar ahora… realmente no sé si quiero seguir adelante”

Ray Mancini, exboxeador

Mancini, no obstante, logró volver al ring y defendió con éxito su título cuatro veces más antes de perderlo finalmente contra Livingstone Bramble. El estadounidense tenía 24 años cuando se retiró del boxeo en 1984, aunque regresaría al ring dos veces posteriormente.

Aunque Mancini pasó por un proceso terrible, hubo otros que lo vivieron aún peor. La madre de Kim se suicidó; lo mismo hizo Richard Green, árbitro del combate. El retiro de Mancini no sorprendió a Bob Arum, su promotor. “Tras la desgracia nunca fue el mismo”, explicó Arum a ESPN.

La muerte de Kim, sin embargo, no fue en vano: el daño que él y Mancini se hicieron mutuamente supuso el fin de los combates a 15 asaltos, limitándolos a 12 rondas. Mancini se recuperó, y una vez tomó consciencia de su pasado pudo pasar página: “El 13 de noviembre [aniversario del combate] es un día de duelo para mí”, dijo en un documental de ESPN. “Recuerdo ese día en memoria de Kim y su familia. Siempre lo haré”.

Otro boxeador estadounidense, George Khalid Jones, encontró la redención en otro lugar. Cuando entró en el ring para enfrentarse a Beethavean Scottland el 26 de junio de 2001, Jones estaba invicto y buscaba pasar al siguiente nivel. Teóricamente su rival debía ser David Telesco, pero este se había visto obligado a retirarse.

Scottland y Jones, pues, se enfrentaron en una noche de boxeo a bordo del portaaviones USS Intrepid que fue retransmitida en directo por el canal ESPN. El resultado, sin embargo, no fue en absoluto positivo.

Jones era más grande y mejor boxeador, pero el jornalero Scottland era todo corazón y sabía que nunca tendría otra oportunidad como esa para destacar. Por desgracia, los cuentos de hadas no existen: hacia el final del combate, quedó claro que no habría milagro alguno.

“El árbitro Arthur Mercante Jr. se fue a la esquina de Scottland después del séptimo round”, relató el periodista de ESPN Tom Rinaldi. “No iba a dejar que siguieran luchando mucho más tiempo a menos que Scottland se defendiera un poco. Y es que este era el ADN de Scottland: defenderse hasta el final”.

Scottland trataba de remontar por todos los medios, pero a Jones aún le quedaban fuerzas y acabó hábilmente el combate con un nocaut en el décimo asalto.

La historia entonces se repitió: colapso, hospital, coma, muerte. Beethavean Scottland tenía 26 años cuando murió el 1 de julio de 2001: dejó una viuda y tres hijos. La reacción inmediata de Jones fue dejar el boxeo, aunque para él iba a ser doloroso; el deporte —junto con su conversión al Islam— le salvó de una vida con problemas, trufada de breves internamientos en prisión.

Una llamada telefónica de Denise Scottland, la viuda de Beethaeven, hizo que Jones cambiase de idea. Ella le dijo que no lo culpaba por lo que había pasado y le aseguró que su difunto marido hubiese querido que Jones siguiera peleando. Jones le hizo caso. Curiosamente, con el tiempo trabó una amistad extraña pero fuerte con Denise.

Jones nunca alcanzó el nivel de boxeo que le hubiera permitido ganar a Scottland, y acabó retirándose en 2005, con 38 años. El deporte y su relación con Denise, sin embargo, dejaron huella en él.

“No quiero que nadie diga que a Beethaeven le mató un drogadicto, un distribuidor de medicamentos, un don nadie”

Khalid Jones, exboxeador

“He vivido una vida loca y corrupta”, explicó Jones a la prensa. “Todavía cuestiono, ¿por qué murió él y no yo? ¿Hay un propósito para que esté aquí?”.

Paradójicamente, las familias de los boxeadores a veces logran superar la pérdida buscando este propósito: a veces encuentran el sentido de la vida a partir del fallecimiento de un ser querido.

Cuando el mexicano Francisco Rodríguez falleció en 2009, por ejemplo, su familia se hizo donante de órganos. La viuda de Rodríguez, Sonia, explicó que lo que ocurrió no fue en vano: “Estaba destinado a suceder, para que los beneficiarios pudieran recibir ese regalo”.

El boxeador británico Chris Eubank Sr. pudo encontrar un consuelo parecido cuando se encontró cara a cara con Michael Watson en la maratón de Londres en 2003, 12 años después de su combate fatídico. En su revancha por el título súper de peso medio, Watson se derrumbó en el ring después de que el árbitro detuviera la pelea. A pesar de no tener oxígeno o doctores cerca, Watson superó de alguna manera todas las previsiones y sobrevivió a pesar de sufrir daños neurológicos permanentes.

Eubank continuó boxeando después de esa noche en Londres, pero nunca fue el mismo. El excéntrico luchador había perdido su instinto, un hecho que ha reivindicado tanto —a pesar de negarlo en el pasado— y al que las estadísticas dan la razón.

En sus últimas 23 peleas, Eubank logró ganar solo cinco combates, todos contra luchadores jóvenes y novatos. En comparación con sus 18 victorias en los primero 29 combates, esta cifra es pésima. La forma en que logró esas victorias, apretando los dientes y sufriendo, demostró que ya no era capaz de imponerse a sus rivales como antes. Algo se había perdido en el camino.

Lo admitiera o no, Chris Eubank perdió toda la habilidad en el cuadrilátero tras su combate frente a Michael Watson

El boxeo, no obstante, hace lo que puede para evitar estas tragedias. En 1988, seis años después de la muerte de Duk Koo Kim, todos los combates por el título pasaron a durar solo 12 rounds. Las federaciones de todo el mundo, especialmente en Asia, trabajaron más duro para asegurar que los combatientes que competían en sus jurisdicciones no estuvieran en peligro; se prohibieron los combates con un nivel muy dispar entre los boxeadores.

Entre otras medidas complementarias, también se mejoraron las precauciones médicas en el ring. Después de la muerte de Bradley Stone y James Murray, el promotor Frank Warren estableció un trato con la fundación Murray Stone Fund con el fin de ayudar a pagar una resonancia magnética para todos los boxeadores profesionales británicos.

A pesar de todo, sin embargo, las muertes siguen produciéndose.

Parece que los boxeadores han aceptado esta durísima parte de su deporte. El propio Duk Koo Kim, justo antes de su fallecimiento, colocó una nota sobre la pantalla del televisor del hotel donde podía leerse la frase “vivir o morir” en coreano.

Aceptar la posibilidad, sin embargo, no prepara a nadie para cuando ocurre realmente. Matar a puñetazos a alguien cambia la idea de la muerte en el deporte; pasa de ser algo vago, remoto, a algo tangible. Ray Mancini aseguró una vez que “yo puedo ser el siguiente”: como es lógico, eso hace que todo tome una nueva perspectiva.

La conciencia de la fragilidad humana hace que el boxeador se plantee que hay cosas más importantes en la vida que el próximo combate y la lucha por el título. Es probable que ello entierre la confianza y agresividad necesarias para tener éxito en un deporte de combate: al fin y al cabo, ¿vale la pena boxear con el riesgo de matar al contrario? E igual de terrible, ¿de morir uno mismo?

La verdadera lucha de un boxeador que trata de recuperarse de la muerte de un oponente, pues, es dar sentido a su propia vida después de la tragedia.