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Estos refugiados se han pasado 18 años atrapados en una base militar británica

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En 1998 decenas de refugiados procedentes de Etiopía, Sudán, Irak y Siria fueron rescatados de la renqueante embarcación en la que navegaban a la deriva por los soldados del ejército británico. Claro que no estaban en Gran Bretaña. Sucedió en aguas de Chipre. Entonces, ninguno de los recién llegados se hubiera imaginado que aquel rescate, lejos de ser la puerta que les abriría las compuertas de ningún sueño era poco menos que un desagüe hacia el abismo. 18 años después, muchos de los refugiados siguen atrapados geográfica y legalmente en el mismo limbo. En Chipre y sin papeles.

A lo largo de estas casi dos décadas, muchos de los refugiados que todavía siguen aquí han conocido el amor, la muerte, el matrimonio y hasta el nacimiento de nuevos familiares. Y, sin embargo, tanto su futuro como el de sus hijos sigue postrado en el mismo limbo que les engulló al llegar: no son ni chipriotas ni ingleses.

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Sucedió en octubre de 1998. El barco pesquero zarpó del Líbano rumbo a Italia. Sin embargo, a los pocos días de navegación el motor de la embarcación empezó a fallar. Viajaban 75 personas a bordo: 24 niños, 10 mujeres y 41 hombres. El refugiado más joven tenía solo 2 días de edad. Ahora ni siquiera tiene nacionalidad.

El viaje fue organizado por traficantes de personas y cada pasajero pagó 2.000 dólares por su trayecto rumbo a ninguna parte. Aunque lo cierto es que cuando el motor empezó a fallar, el viaje habría podido terminar mucho peor. Los refugiados tuvieron la suerte de distinguir un pedazo de tierra flotante en la distancia cuando el naufragio ya parecía irreparable. Entonces algunos de los hombres que viajaban a bordo se hicieron cargo del timón y pusieron rumbo hacia el punto oscuro que se veía en la distancia. Era su única posibilidad de sobrevivir.

Finalmente los refugiados fueron rescatados por helicópteros del ejército británico. Y es que en lugar de desembarcar en la soñada Italia, lo hicieron en la base militar de las Fuerzas Aéreas británicas (RAF en sus siglas inglesas) en Akrotiri, en Chipre. La suerte, o la mala suerte, arrojó a los refugiados en la orilla de un periplo legal kafkiano, burocrático y politizado hasta el desconsuelo..

“Todo empezó el día que solicitamos que se nos concediera asilo político, que se nos reconociera como a refugiados”, explica Tag Bashir. Bashir tenía 26 años cuando se subió al barco pesquero — hoy tiene ya 44. “Cuando avistamos tierra nunca nos dimos cuenta de que estábamos por desembarcar en una base militar, solo queríamos salvar nuestras vidas del inminente naufragio”.

En los dos años posteriores a su desembarco, algunos refugiados fueron procesados y otros fueron deportados, cuenta Bashir. A otros se les asesoró para que solicitaran asilo político. Sin embargo, los miembros de la expedición no tardaron en comprender que por mucho que hubuiesen alcanzado la orilla europea; por mucho, de hecho, que se encontraran en territorio británico, jamás alcanzarían la orilla del Reino Unido. Entonces el ministerio del Interior británico, una oficina dirigida por la administración de Tony Blair, expresó que acoger a los refugiados podría “sentar un precedente” para otros refugiados que intentaran alcanzar la orilla de la monarquía constitucional del norte de Europa. El ministerio inglés expresó entonces que no deseaba convertirse en “la puerta de atrás de Europa”.

Paralelamente, las autoridades de la república de Chipre decidieron limpiarse las manos. Según ellas, la responsabilidad era británica.

Un mapa de las bases aéreas británicas en Chipre. (Captura de pantalla vía Judicatura de Cortes y Tribunales británica)

El subsiguiente caso legal fue interpuesto por seis familias que sumaban 35 miembros, todos ellos reconocidos legalmente como refugiados.

La actual ministra del Interior británica, Theresa May, les denegó la entrada al Reino Unido en 2014. Claro que su decisión fue revocada a principios de este año por el tribunal Supremo de Londres. Entonces pareció que, finalmente, Reino Unido se iba a convertir en el destino de las familias. Así fue hasta la semanas pasada, cuando su pesadilla de casi 20 años padeció otro revés: entonces el ministerio dirigido por May anunció que apelaría la decisión del tribunal londinense.

Tessa Gregory es la abogada que representa a Bashir y a otros refugiados. Gregory relata a VICE News que ella ha requerido el permiso de sus clientes “para luchar por la única solución duradera a nivel legal: que sean reasentados en el Reino Unido”.

Gregory también apunta a que exigirá una respuesta rápida “para asegurar que el caso es sometido a audiencia lo antes posible, habida cuenta de la desesperación de las familias y de las precarias condiciones que tanto mis clientes como sus hijos están soportando”.

“El gobierno podría evitarse los costes legales del procedimiento. Les bastaría con ofrecer a estos refugiados ya reconocidos la posibilidad de asentarse en el Reino Unido”, añade Greory. “A estas alturas, no creo que hacerlo sentara precedente alguno, ni que el Reino Unido se convirtiera en la puerta trasera de nadie. Se trataría, únicamente, de ofrecer una respuesta humanitaria a una situación única que ya se alarga dese hace demasiados años”.

Mientras tanto, el juicio de abril parece haber devuelto algo de esperanza al grupo. Por una vez parecía que Reino Unido estaba un paso más cerca de conceder el estatus que lleva casi dos décadas denegando a los refugiados.

VICE News ha hablado con uno de los demandantes principales y con su hijo de 16 años sobre la vida que han llevado en Chipre a lo largo de las casi últimas dos décadas y sobre lo que desearían que sucediera ahora.

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“Me muero de ganas de estar allí”, asegura Bashir a VICE News tras el fallo del Tribunal Supremo. “Lo hemos pasado muy, muy pero que muy mal aquí. Seguimos en el mismo limbo”, añade. Y se esfuerza por describir los últimos 18 años de su vida: “mis hijos no han tenido nada parecido a una vida, no han podido disfrutar de nada. Ni siquiera de tener sus propios derechos”.

La familia de Bashir procede originalmente de Juba, la actual capital del Sudán del Sur. Sin embargo, él creció al norte del país. “Allí ya éramos refugiados”, explica.

Su padre era militar en el ejército de Sudán. Según cuenta Bashir el gobierno del país africano le obligó a enfrentarse a los suyos. “Yo perdí a toda mi familia y a mis mejores amigos, a todo el mundo en Sudán del Sur. Y esa es la razón principal por la que huí”.

Y, a pesar de todo lo que le ha pasado, Bashir asegura que no se arrepiente de haberse ido. “Allí las cosas cada vez están peor. Y peor. Desde que Sudán del Sur fuera declarado territorio independiente ya no queda ningún lugar seguro en el que vivir. La estabilidad política no se ha producido. La gente sigue padeciendo toda clase de calamidades. Está peor de lo que estaba”.

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Bashir huyó primero a Siria y de allí viajó hasta el Líbano, donde pagó a un traficante para que les embarcara a él y a su mujer en un barco rumbo a Italia. “Queríamos empezar una nueva vida. Teníamos esa esperanza”, relata.

Sus tres hijos — que ahora tienen 16, 7 y 5 años — han nacido en la base militar británica de Chipre. Durante este largo periplo Bashir ha tenido tiempo de separarse de su primera mujer y de casarse con su segunda esposa, otra de las supervivientes del barco pesquero que les trajo hasta aquí.

Su actual mujer y sus dos hijos más jóvenes viven en una habitación que él mismo construyó en el patio trasero del cobertizo en el que fueron alojados inicialmente, en Richmond Village, el vecindario de la base aérea de Dhekellia, enclavado al sudeste de la costa de Chipre. Dhekellia es una de las dos bases militares que Gran Bretaña tiene en la isla y que ocupan una superficie de más de 40.000 metros cuadrados. Chipre es el hogar en que, a día de hoy, viven 7.500 ingleses, entre personal de servicio, civiles nacidos en el Reino Unido militares y sus respectivas familias.

Claro que las condiciones de vida de Bashir no tienen nada que ver con las del resto de residentes. Pese a todo, cada mes recibe una asignación de 520 euros del gobierno británico, un sueldo que usa para pagar el alquiler y la electricidad, lo que le deja con 350 euros para sustentar a toda su familia durante lo que queda de mes.

Bashir es paleta de profesión y de vez en cuando consigue trabajos en Chipre, aunque cada vez menos, especialmente desde la recesión económica que golpeó a la isla en 2009, se lamenta Bashir. Una vez estemos en el Reino Unido “tendré que trabajar todo lo que pueda para mantener a mis dos hijos todo lo que pueda”, asegura.

El principal demandante, Tag Bashir, fotografiado junto a sus dos pequeños en su hogar de Richmond Village, en Chipre. (Imagen vía familia de Bashir)

La sentencia del tribunal sobre el caso de Bashir fallada en abril, documenta el interminable conflicto que dirimen Chipre y Gran Bretaña desde hace años. Las autoridades británicas se han opuesto de manera sistemática y reiterativa a que Bashir y su familia sean reasentados en el Reino Unido, puesto que consideran que “es políticamente inadecuado”. Paralelamente, otras organizaciones, como la agencia para los Refugiados de Naciones Unidas (ACNUR) han tomado cartas en el asunto y han reivindicado que la familia sudanesa sea reubicada.

En 1999, un funcionario del ministerio de Defensa de la administración Blair explicó que si bien los refugiados eran responsabilidad del gobierno británico, las autoridades no podían delegar la gestión de la situación a la base aérea. “Sinceramente, nosotros no vemos otra solución que no sea reasentar a los refugiados en el Reino Unido”, relató.

“No creemos que esto siente precedente alguno ni que hordas de migrantes vayan a venir detrás si admitimos a este puñado de refugiados”. El funcionario también afirmó que las bases militares no se convertirían en objetivos de los refugiados, especialmente habida cuenta de lo improbable de que desembarcaran en Chipre por accidente. Y todavía menos a tenor de que Chipre es “un país donde la respuesta de las autoridades ante la migración ilegal no será otra que echarles a todos, a excepción de los casos desesperados”.

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Paralelamente, los administradores de la base aérea redactaron una carta en 2002 en que describían las condiciones en que vivían los refugiados en aquel momento: “apenas disponen de ninguna posibilidad de encontrar trabajo en las bases británicas… Los hijos de los refugiados asisten a ‘escuelas’ especiales que no están homologadas, que les imparten las clases en inglés y donde se les prepara, exactamente, para nada — lo cual, por otro lado, es lo que les espera en el futuro.

“El seguro médico y dental solo les cubre en caso de emergencia. Les estamos procurando una asignación económica limitada, pero no disponen de servicios sociales, por ejemplo, ni de mecanismos ni de asistencia humanitaria o psicológica de ningún tipo para lidiar con niños, que son niños en situación de riesgo, ni con la situación disfuncional de sus familias”.

El veredicto también describe cómo ha ido cambiando la consideración de los refugiados desde que llegaran a Chipre en 1998. Antes de 2005, por ejemplo, a los migrantes se les permitía visitar las zonas en las que vivían los militares ingleses con sus familias, de manera que los hijos de los refugiados pudieran jugar torneos de fútbol en canchas de césped artificial junto a los hijos de los colonos británicos. Entonces también les estaba permitido visitar los centros de atención médica para someterse a chequeos rutinarios. Sin embargo, tales prerrogativas les serían denegadas años después.

En 2008 los refugiados descubrieron la existencia de amianto en su residencia, lo que llevó a su abogada a solicitar que fueran trasladados al Reino Unido por motivos de salud — un intento que sería, como no, denegado —. Más o menos entonces Chipre quedó sumido en una colosal crisis financiera después de la capitulación de varios de sus bancos. Los refugiados argumentaron entonces que si dejaban la base militar y se desplazaban a Chipre, nadie les aseguraba que una vez allí fueran a recibir la atención necesaria.

La interminable disputa sobre la consideración de los refugiados dio lugar a que Chipre y Reino Unido redactaran un memorándum de mutuo entendimiento. Según disponía este, Chipre se comprometía, en adelante, a gestionar las solicitudes de asilo de individuos que llegaran a las bases aéreas inglesas — claro que, a día de hoy, se trata de una disposición que solo es aplicable a los naufragados en la isla a partir de 2003.

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“Nadie se esperaba esto”, cuenta a VICE News Kamal, el hijo de Bashir, que tiene hoy 16 años. Kamal nos relata su extravagante infancia, cómo ha crecido en el limbo de una base militar y el hecho de que ni siquiera tiene papeles.

“Todo resulta muy inquietante cuando te pones a pensar en ello. Mis padres podrían haber muerto en aquel pesquero. Llegaron aquí con la esperanza de salvarse, con la esperanza de tener una vida normal”.

Kamal estudia segundo de secundaria. Su nombre real no puede ser publicado debido a una orden judicial que exige que se respete su anonimato. Le quedan dos años de formación escolar. Claro que no tiene la menor idea de lo que hará luego.

Kamal es, en muchos sentidos, como cualquier otro adolescente. Le gusta cantar canciones de R&B — R Kelly y Weeknd son sus músicos favoritos — y en el colegio se le dan especialmente bien las ciencias. Dice que soñaba con jugar al baloncesto, un sueño que quedó truncado después de que se lesionara la rodilla.

Kamal se examina dentro de una semana y tendrá que hacerlo en griego. “Cuando era más joven me costaba, pero ya me he acostumbrado. A veces me cuesta un poco porque no hablo griego en casa, no es mi lengua materna, vaya”, cuenta.

A Bashir también le entristece no poder ayudar a sus hijos con su educación. Hasta 2005 asistieron a un colegio británico que había en la base naval. Hasta que el colegio cerró sus puertas aquel año.

Kamal confiesa que se quedó en estado de shock cuando le contaron que existe la posibilidad de que su familia se traslade al Reino Unido. “Es muy excitante. Parece que las cosas estén mejorando”, cuenta. “Realmente espero que todo salga bien, que todo sea un éxito. Ya veremos”. Asegura que todo lo que sabe de Gran Bretaña lo ha aprendido a través de “vídeos y de imágenes y cosas así”.

La madre de Kamal — la primera esposa de Bashir — trabajó durante una temporada como peluquera. Hasta que la peluquería en que trabajaba cerró. Ahora solo trabaja cuando la llama alguna clienta.

“Mi madre hace todo lo que puede por hacerme la vida lo más sencilla posible”, cuenta el adolescente. “La verdad es que no intenta hacerme sentir como si tuviera menos derechos, ni me juzga por la ropa que llevo ni por no poder hacer cosas que el resto del mundo puede hacer”.

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Pese a todo, Kamal asegura que nunca se dio cuenta de que le trataran distinto al resto de alumnos de su escuela cuando era pequeño. En realidad, cuando estudiaba primaria Kamal rindió un examen que, en teoría, le hubiera brindado la oportunidad de formar parte del programa de intercambio Comenius — que sería el precursor del actual Erasmus.

Hubiese tenido la oportunidad de viajar a Francia o a España. Kamal aprobó el examen, pero le informaron de que no podía ir puesto que no disponía de los papeles adecuados. “Fue triste. Luego lo superé”, recuerda.

Kamal confiesa también que ha conocido el sabor del racismo. Especialmente cuando era más joven.

Durante su conversación con VICE News, Kamal se refiere a otros países que sueña con visitar algún día, como Japón.

Según comenta, crecer en la base militar británica fue “genial” porque había mucha gente y estaba todo muy limpio. En abril de 2004 la población de refugiados de la base alcanzó su cifra más elevada: eran 183, una vez se permitió que los familiares de los allí atrapados volaran hasta Chipre para quedarse a vivir con los suyos. Sin embargo, con el paso de los años muchos empezaron a irse. Y con los años, también, el ministerio del Interior británico se hizo más y más estricto. “Si vinieras ahora y echaras un vistazo te parecería un lugar fantasma”.

Kamal nunca ha conocido a sus abuelos ni a sus tíos ni a sus primos, que viven en Etiopía. Me gustaría conocer a la familia de mi madre y a la de mi papá porque la verdad es que nunca he tenido la ocasión de estar con mis abuelos ni de hacer nada parecido”.

Pese a todo, él estaba convencido de que sus padres tomaron la decisión correcta el día que decidieron exiliarse. En aquella época sus respectivos países estaban en guerra. No creo que tuvieran otra alternativa: tenían que huir”.

Kamal piensa que las playas y la gente de Chipre son geniales. Sin embargo, opina que “el gobierno nos está tratando de mala manera. Así es como tratan a los migrantes. Aunque la mayor parte del tiempo la sensación está más repartida. O sea, están los que no tienen problema con que vivas aquí y los que quieren que te vayas. 50 y 50 por ciento”, sentencia.

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Las familias de refugiados de Chipre no son las únicas familias de refugiados que se han quedado colgados del limbo en su intento por escapar de zonas devastadas por la miseria o la guerra en busca de una vida mejor.

El año pasado VICE News ya denunció la situación de un niño sirio de 11 años que estaba atrapado en el aeropuerto de Casablanca. El joven iba de camino a Marruecos, donde esperaba reunirse con su padre, que se había casado con una ciudadana marroquí. En mayo del año pasado un palestino se quedó atrapado durante dos semanas en el aeropuerto de Dubai después de haber huido de Siria.

Igualmente, un refugiado sirio fue retenido durante un año en el aeropuerto turco de Ataturk, en Estambul. El refugiado fue amenazada en repetidas ocasiones con la deportación, antes de ser liberado en marzo de este año.

La historia de Bashir debería de ser un recordatorio de que los refugiados ya se embarcaban en peligrosos periplos rumbo a Europa, mucho antes de que se desatara la gigantesca crisis humanitaria. Solo en 2016 ya son casi 200.000 mil los refugiados que han llegado a Europa. De ellos, 31.000 habrían alcanzado las costas de Italia. El 45 por ciento serían hombres, el 35 por ciento niños y el 20 por ciento, mujeres. La mayoría huyen de Sira, Afganistán e Irak.

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