Música

(Tal vez ya es) suficiente de Pink Floyd

Esta columna está dedicada a las guitarras roncas. Por muchas razones que irán entendiendo conforme el archivo de notas vaya creciendo, tiene mucho sentido inaugurar esta sección con Pink Floyd. Además, David Gilmour usaba un BIG MUFF.

Pocas son las leyendas del rock que se equiparan con la de Syd Barrett. El fundador de Pink Floyd, autor de una de las piedras angulares del space rock y la psicodelia (The Piper at the Gates of Dawn, 1967), fue uno de los pioneros en perpetrar esa azotada y romántica filosofía de que es mejor quemarse rápido que desvanecerse. Barrett: el responsable de iniciar la banda que le cambió la cara al rock de estadio. El motor detrás de los que consolidaron la idea de los álbumes conceptuales. El fantasma que persiguió (y persigue) de forma incansable a las mentes y conciencias de los que siguieron su proyecto años después. Pink Floyd sigue dando noticias casi cincuenta años después de que aparecieron en el mapa y le volaron la cabeza a los directivos de la EMI, cuando tener un contrato discográfico implicaba algo más que tocar en activaciones de marcas disfrazadas de conciertos. Está por salir el nuevo disco de Floyd, con una portada vomitiva y una lógica descuadrada.

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Hace mucho que la banda dejó de merecer ese nombre. Algunos dicen que fue en The Final Cut (1983) cuando la banda implotó. El disco está firmado como una obra de Roger Waters interpretada por Pink Floyd, sin Richard Wright en la alineación. Otros afirmarán que la última obra de la banda fue Animals (1977), ya que The Wall es un trabajo del totalitario bajista de la banda. Y hay muchos más, los puristas del sonido psicodélico —precisamente encontrado en Piper— que dicen que la banda murió en el momento en el que Syd Barrett se desvaneció. El niño genio, que escribía de espantapájaros y bicicletas prestadas, ese que enloquecía las hormonitas de las inglesas deslumbradas por el fenómeno mundial del rock, decidió un día dejar de estar entre los mortales. Se le pasó la mano con el ácido. Se hartó de la fama y la farándula. Se abandonó. Simplemente dejó de querer componerles a los otros tres anodinos que se colgaron de su talento. Dejaba de tocar. Quedaba inmóvil, ido en el escenario. El sonido de su guitarra era peor que el de un mico en piedra. Tuvieron que empezar a hacer playback en los conciertos y en última instancia, meter a un guitarrista nuevo para reemplazarlo. El nuevo Floyd con Waters a cargo de las letras y Gilmour en la guitarra.

Tal vez se ha hablado suficiente de Pink Floyd y deberíamos arrancar sus pósters de nuestras paredes.

Tal vez no.

Rojo Floyd (Ed. La Bestia Equilátera, 2013) del escritor italiano Michele Mari es una novela que desde el mundo de la ficción relata la historia de la banda que exploró el lado oscuro de la luna. Una historia que se divide en capítulos muy cortos narrados en primera persona. Lamentaciones, confesiones, testimonios, interrogaciones e informes en la voz fantástica de quienes vivieron de cerca la historia del grupo. Un centenar de personajes cuentan cómo fue que a partir del genio de Syd Barrett, el nombre de Pink Floyd se convirtió en leyenda. Desde los olvidados Pink Anderson y Floyd Council (bautizados como “los siameses”) hasta David Bowie, el cineasta Michelangelo Antonioni o Alan Parsons, se generan imágenes, anécdotas y universos falsos que giran alrededor del “diamante loco”. Así, el autor logra de forma coral, explicar las aristas de una banda como las que ya no existen.

Anécdotas como la de Bernard White el fundador de la Syd Barrett International Appreciation Society, que publicaba Terrapin, un fanzine dedicado a hostigar al ex-Floyd le dan brillo a la lectura. White espiaba a Syd, cuando se había dejado por completo, se había rapado hasta el cráneo, cuando ya era un gordo misántropo. Poco a poco, se fue convirtiendo en él, hasta que un día, Bernard ya no respondía a su nombre. Sólo contestaba cuando le decían Syd. ¿Es verdadera la historia, o es parte del mundo de la ficción? Otras involucran experiencias lisérgicas en montañas y peleas violentas en el estudio.

Rojo Floyd hace que la historia de Pink Floyd, una banda que podría tener harto hasta al más entusiasta de los fanáticos del rock clásico, tome nuevos tintes. Por supuesto, todo gira alrededor de los ojos y oídos de Syd, el incomprendido. Confunde, emociona, genera empatía y odio a ciertos personajes (como al soberbio de Waters). Al cerrar el libro, queda la duda, y el universo floydiano se expande. Sin temor a equivocarme, resulta en algo mucho más emocionante para los entusiastas de la banda que la promoción de ese nuevo disco que sin Waters y con Wright muerto, pretende ser firmado con el nombre de una banda cuya música tiene la posibilidad de cambiarle la vida a quien le preste atención.

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