Aceptémoslo, en todo parche existe uno de estos.
Te vas con tus amigos al club más concurrido del momento como sueles hacerlo cada fin de semana. Tu ritual sabatino es tan estricto, que asistes a él sagradamente como si te pagaran por hacerlo, cuando por el contrario, terminas poniendo en riesgo los pocos ahorritos que has logrado reunir para ese tan anhelado viajecito a Costeño Beach con los del colegio.
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Pero no importa, por fin verás a ese DJ alemán del que tan bien se habla por estas latitudes.
La noche pinta bien, todos lograron pasar el estricto filtro por el cual se ha hecho famosa la entrada al sitio.
Y la fiesta empieza.
Se agolpan los cuerpos de los danzantes en la pista sin dejar más campo que para el aire. El beat retumba por paredes y pisos, y en los corazones, este bombea la sangre que da vida al raver. De vez en cuando un eufórico bailarín emite un agudo grito de emoción que suena algo así como “¡wuuu!” y que termina animando tanto al DJ como a los fiesteros a su alrededor. Otros aplauden al compás del tempo como si se tratara del El Binomio de Oro, pero no importa, la cosa va por buen camino. También están a los que les estalló la pepa y tienen la cara como si fuera la de un cuadro de Picasso.
En fin… todo se vale mientras la fiesta vaya en la dirección del cielo. Cada quién disfruta a su manera de esta litúrgica adolescente, que le ha salvado la vida a tantos.
Y ahí estás tú con los ojos cerrados, en medio de tus fieles camaradas, sintiendo una sola energía cósmica que los une como a una constelación terrenal.
Parece que nada los podrá separar y que este momento sublime creará ese vínculo indestructible de las amistades cuando bailan juntas.
Hasta que…
Abres los ojos, miras alrededor y está el de siempre, con la cara más iluminada que la de los demás, con los ojos y los pulgares clavados en la maldita pantalla del celular, llevando a cabo quizá la acción más deshumanizante que puede ocurrir en el sagrado dancefloor.
Está chateando y parece disfrutarlo. Se sonríe el muy cínico.
La fantasía que han creado en grupo ¡plop!… se desmorona.
¿Hasta cuándo esto? ¿En qué nos estamos convirtiendo? ¿Qué hacemos al respecto?
Ya que nadie ha dado con las medidas pertinentes para combatir este flagelo silencioso, aquí unos cuantos “correctivos” que puedes tomar cuando algún compañero o compañera antisocial prefiera los emoticones por sobre las sinceras sonrisas de éxtasis que emanan en la pista de baile:
-Rápidamente rápale el celular a ese raver de medio pelo y arrójalo dentro del DJ booth. Eso sí: sin cascarle a Don Marco Carola porque te echan, o te linchan.
-Saca tu celular y escríbele rápidamente: “Oiga, ¿qué hace?”. Si te responde “Aquí bailando”… lleva calvazo.
-Antes de entrar a la fiesta, propón este reto: el que chatea pone la casa para el remate. Invita a los dos que siempre se comen todo el jamón o, mejor aún, a los que siempre salan cama.
-Empieza a gritar “¡Ladrón! ¡Ladrón! ¡Ese man me robó el celular!” Cerciórate de sacar tu celular y grabar la escena, la cara que va a poner será para el recuerdo.
-Compra de esas pepas que ponen chistosa la mirada, así no podrá escribir. Ojo de esas que “ponen chistosa la mirada”, no que “la quitan”.
-Como medida desesperada, ¡llama a la novia! Dile que lo estás viendo chatear con la una tal Maritza. Eso sí, dile chao a esa amistad.
-Pídele un minuto. Aprovecha, desinstálale Whatsapp.
-Por último acércatele al oído y dile ¡DEJA DE CHATEAR MALDITA SEAAAA! Procura de dar tu mejor grito.
Este artículo fue publicado originalmente en Thump, nuestra plataforma dedicada a la música y cultura electrónicas.