Esta columna está dedicada a las guitarras impúdicas, a la distorsión cochina, a los pelos largos y a las axilas apestosas. Si todavía tienes fe en todo lo que no son beats, estos textos son para tí. Y si eres de esos que dicen que “el rock está muerto” y esas estupideces, entonces definitivamente tienes que leer lo que hay aquí.
¡Hoal Amwgos!
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Hay muy pocas bandas que pueden presumir una trayectoria tan ecléctica y al mismo tiempo exitosa como la de los Flaming Lips. Del infierno, al cielo, al limbo, con todas las vueltas posibles y de regreso… en ácidos. Destacaron en el underground de un estado perdido en la unión americana en el que, según The Fearless Freaks, no pasa absolutamente nada. Fueron firmados por una disquera grande y tuvieron un éxito mediano —cuya historia macabra, y tierna a la vez, narra los hábitos de tinte de pelo de una chica que se parece a Cher—. Después de varios discos, canciones y videos feos, hicieron el amor con su musa y perfeccionaron la fórmula Wayne Coyne + Steve Drozd + Dave Fridmann. El combo de cantante drogado, genio incomprendido y productor vanguardista puso en las manos (y oídos) de millones de fanáticos una trilogía de extravagancias sónicas. The Soft Bulletin, Yoshimi Battles the Pink Robots y At War With the Mystics les ganaron a los labios flamígeros de Oklahoma la libertad creativa —y económica, por supuesto— de hacer lo que se les pegue la gana.
Y eso es, precisamente, a lo que se han dedicado en los últimos años.
Hace unas semanas, durante una entrevista de promoción de su último disco, una reinterpretación libre y drogadísima del Sargento Pimienta, un canoso y cada vez más oscuro Wayne Coyne declaró que los Flaming Lips podrían reventar las bocinas de sus fanáticos si quisieran. Tiene razón. El álbum suena, y suena fuerte. Lo mejor, es que el último capricho de los Lips funciona de maravilla en varios niveles. Reinterpretar el disco más rompedor de la banda más influyente en la historia de la música pop, podría parecer una tarea sencilla: todos los aficionados a la música conocen a la perfección las canciones, los arreglos, el orden de éstas. Desde el primer track, donde los Beatles se presentan como la banda del sargento, e introducen a un tal Billy Shears, hasta la belleza intrínseca de canciones como “She’s Leaving Home” o “When I’m Sixty Four”, pasando por los propios arranques experimentales de Harrison, resulta en una obviedad del tamaño de la billetera de Yoko Ono recalcar la grandeza del álbum de 1967. Los Flaming Lips tomaron el reto y convirtieron lo aparentemente obvio en una entrega plagada de sorpresas y detalles emocionantes.
De la cuenta de Instagram de Wayne.
No es la primera vez que lo hacen de la misma forma y con la misma libertad. Hace cinco años, rehicieron el Dark Side of the Moon. Compartieron el crédito del disco con otra banda de Oklahoma, Stardeath and White Dwarfs. Le agregaron a la fórmula a una enfocada Peaches en “The Great Gig In The Sky” y se encomendaron a la leyenda de Henry Rollins para dar voz a los insertos de las entrevistas del álbum original. Sobra decir, que el “tributo” molestó a los fanáticos fundamentalistas de Pink Floyd, pero emocionó a los fieles —y coloridos— seguidores de los Lips. El álbum, lanzado físicamente tan sólo un par de meses después del Embryonic, es el parteaguas que dio luz a la más reciente etapa de los embajadores del punk sicodélico. Esta última era, los volvió a alejar de los reflectores, de los sencillos para radio, del público masivo. Al mismo tiempo, les regresó y consolidó su estatus de figuras de culto en la escena norteamericana.
Atrás quedó el frenesí, la caricatura: Wayne caminando sobre el público dentro de una bola transparente, confeti, canciones sobre científicos locos y niñas karatekas. Coincidió con el divorcio del cantante. Al parecer éste le pintó el cuerno a su esposa Michelle (fotógrafa de los Lips y compañera de Wayne desde los inicios de la banda, a mediados de los ochenta) con una grupi intensa. Bienvenidos al terror, a las colaboraciones con productores hipsters y cantantes triviales: los fwends. Hasta se les olvidó pronunciar la letra “R”. Los Flaming Lips experimentales y oscuros de los tiempos del Hear It Is o el Hit to Death in the Future Head regresaron corregidos y aumentados, rodeados de malas influencias y cerebros talentosos. Es otra banda, pero en esencia siguen siendo los mismos: más intensos y autocomplacientes. Al momento de darnos cuenta de ello, no queda más que volver a prestarles los oídos y alejar nuestros ojos de la prensa sensacionalista, de las “estrellas” que los acompañan, del Instagram de Coyne (¡por favor!). La excentricidad que siempre los ha caracterizado está en su punto más alto. Nadie lo veía venir.
Foto vía Collective Vision.
La impresión al escuchar With a Little Help From My Fwends deja una sensación incompleta. Es necesario escuchar el álbum varias veces, prestarle oreja a los detalles escondidos detrás de esas capas sónicas benevolentes “capaces de reventar bocinas”. La mano de Dave Fridmann, junto con la de Michael Ivins (el Lip ausente, literalmente cadavérico) merece silencio y contemplación. Aparece la guitarra de J. Mascis y se hace lugar en donde al parecer no había espacio. Maynard James Keenan hace las veces de cirquero tenebroso en la siempre obsesionante “For the Benefit of Mr. Kite”, mientras Phantogram y Foxygen le agregan sal y pimienta a las atmósferas, Dr. Dog le pone (más) condiciones lisérgicas a ese disco que hemos escuchado infinidad de veces. Ah, y también aparece Miley. La cantante previamente conocida como Hannah Montana está en el punto más alto de su carrera: interpreta a los Beatles (y no cualquier canción, lo hace en “Lucy in the Sky With Diamonds” en un maravilloso tributo a “A Day In The Life”) de la mano de los Flaming Lips. A diferencia los miles de encabezados y enfoques que le dará la prensa arribista al último disco de los Flaming Lips, Miley Cyrus es lo de menos.
Para el público nuevo, amante de los desplantes de esa post-adolescente hormonal, los Flaming Lips le darán una primera oportunidad a un disco clásico. Para los más ancianos, la banda de Oklahoma presenta una segunda oportunidad, más intensa, colorida y oscura, a las canciones de John, Paul, George y Ringo. Muy pinche bien.
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