Música

The Wild Swans – Bringing Home The Ashes

Hay óxidos causados por el paso del tiempo, hay memorias perdidas injustamente y recuerdos que, simplemente, no nos han llegado porque a sus protagonistas no les ha dado la real gana ser recordados. Que se apearon tozuda y voluntariamente del tren de una posible fama que, creyeron, les iba a costar un boleto demasiado caro. Este es el caso de The Wild Swans: denominación de origen fechada en el Liverpool de los 80, lírica inflamada, melancolía devastadora y a pesar de todo, un optimismo radical en lo que tenía que venir. Seguramente, que en 2011 musicaran una declaración de intenciones como The Coldest Winter For A Hundred Years tras haber publicado solamente dos discos en toda su carrera anterior demuestra que, efectivamente, todavía hay espacio para la esperanza. En algunas ocasiones con sabor a paleta pop, en otras pintada de colores oscuros.

La memoria es, de hecho, pieza capital en la trayectoria de The Wild Swans, formación capitaneada por Paul Simpson y que ha sido definida como “tan lírica y poética que a su lado The Smiths parecen Aerosmith”. Y sí hay algo en los dejes de Simpson en Bringing Home The Ashes (1988) que nos remite al ínclito Morrissey, pero olvídense de los caprichos de diva de Mozz: el frontman que hoy nos ocupa declaró que “The Wild Swans eran arte marginal: si a la gente le gustaba perfecto, pero no estábamos dispuestos a pasar por las cláusulas embarazosas del negocio”. Ni fotografías promocionales, ni portadas, ni traslados a Londres. En eso también se parecen estos cisnes a Echo & The Bunnymen, banda de ecos parecidos: de Liverpool somos, en Liverpool nos quedaremos. Aunque eso supusiera la muerte a nivel comercial: ¿qué más le daría eso a un tipo que dejó de escribir música durante veinte años para dedicarse de pleno a la literatura?

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World, meet the real post – punk

El revivalismo de los últimos años nos ha llevado a bucear (sin apenas salir a respirar a la superficie de la cordura por un segundo) en un corriente de post – todo que ha terminado siendo un post – nada; si quieren saber lo que fue el post – punk, escuchen a los Wild Swans. Mientras hoy asistimos al esperpento de cantantes de postín, que aparentan permanentemente estar enfadados con el mundo mientras alguna marca les paga el chupe del concierto, en 1976 Paul Simpson se cortaba el pelo a lo militar aguantando mil albures en su Liverpool natal y se enfundaba en una actitud de lord Byron sacado de época. Y no solamente en estética sino en ética, su música siempre combatió presente y pasado, odiando y amando a la vez a Inglaterra, doliéndose desde su infancia obrera de las múltiples contradicciones internas que tejen la Union Jack: “Si eres un artista arruinado en mitad de una recesión económica, o te doblegas bajo la presión o romantizas tu estado”. Él, claro, nunca se doblegó.

Tras su fundación en los primerísimos 80 y un arranque prometedor girando con los Bunnymen fueron varias idas y venidas, rupturas y reconciliaciones, las que llevaron a la grabación de su primer disco: eso no fue hasta ocho años después de nacer la formación, y bajo el (muy revelador) título de Bringing Home The Ashes (1988).

Tiene esta flor espacial nacida con los estertores ochenteros lo mejor de esa década: de la melancolía del primer dream pop fraseada en guitarras soñolientas (aunque la teoría de que el género nació mucho antes, con Roy Orbison y ciertos punteos de los Beach Boys, merecería post aparte), a los coros subyugantes y los teclados saltarines remisores a The Cure.

La “Young Manhood” que abre el disco viene marcada a fuego con batería y con las declaraciones espirituales de Simpson, que no en vano declaró en alguna ocasión que a diferencia de Joy Division, los Swans “buscaban el estadio superior y la expansión angelical”. Su profundo tono de barítono ayuda a ello, sin duda. “Bible Dreams” no deja lugar a dudas de la profesión de fe de este indagador en lo más profundo del ser humano: se llame religión, política o ética, a gusto del consumidor. El mérito es hacerlo con ese conocimiento de la construcción pop, que llega a sus cotas más altas con los fraseos de guitarra de “Bitterness”: si es que a los que nacimos marcados por la melancolía no hay quien nos saque de allí. Damn it.

The Jesus and Mary Chainen su versión más nítida se nos aparecen en “Northern England”, una patria barrida por la voz límpida de Simpson y el dringar de cuerdas de Jeremy Kelly; mientras que los ritmos más C86 se dejan entrever al paso de la “Mythical Beast”. Pero los cisnes, como dice la sabiduría popular, ofrecen su canto más bello al final: de los ganchos completamente pop de “Now And Forever” a la delicada, devastadora, “The Worst Year Of My Life”. Probablemente ya estemos todos demasiado mayores para sostener verdades absolutas, pero algo en la claridad sincera de la lírica de Simpson nos haría creer que efectivamente, existió un annus horribili que no puede compararse en dolor con ningún otro. Ha sido sólo con el paso del tiempo que nos queda todavía más claro que aun si hubiera sido el peor de nuestra vida, quizá habría valido la pena vivirlo si supiéramos cantarlo así.

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