Hace once años, Depeche Mode pisó México por última vez como parte de su gira Tour of The Universe. Los conciertos fueron largos, llenos de una energía quizás únicamente comparable con la de contemporáneos y compatriotas suyos de talla descomunal, como The Cure. Y es que cuando el trabajo me lleva a ver “bandas de estadio”, generalmente rehuyo la idea y trato de pasar la responsabilidad a alguien más.
Pero Depeche Mode vaya que es una banda importante en mi vida; a muy temprana edad -absurdamente temprana- me sedujo el laberinto mórbido del álbum Black Celebration, y solía perderme horas repasando con la aguja del tocadiscos su encanto lúgubre. Sí, puede que ÉSE haya sido el disco que jodió mi vida. Además, supongo que de alguna manera, sin darme cuenta también fue el álbum que en la década de los ochenta, abrió mi sensibilidad para apreciar la música hecha a partir de medios electrónicos. Y ahí me enamoré, sin saberlo, del sampling.
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Así, pese a que desde el Ultra sus discos no despiertan prácticamente ningún interés en mí, irlos a ver es siempre una idea bienvenida. Este tour hizo encontrarme con una banda aún en excelente forma, tanto para la ejecución musical como para defenderse en lo que a presencia escénica se refiere.
Sorprende particularmente lo bien que se desenvuelve en ambos terrenos Gahan, pues ahí donde el paso de la edad encuentra la oportunidad de manifestarse en la voz de Martin Gore -como cuando interpreta en modo frontman “Inside”-, Gahan muestra, por el contrario, una entereza casi total.
La banda aprovecha lo cercano que aún parecen éxitos como “It’sm no Good” o “Barrel of a Gun” para desbordar positivamente los ánimos del público casi desde el minuto uno, pues de todo el extenso catálogo de himnos, son sin duda los más frescos en la memoria colectiva. “World in My Eyes”, quizás su hit mejor logrado, aparece por ahí de la mitad de un set muy bien equilibrado entre lo clásico y lo más nuevo.
Un puente frontal permite que Gore y Gahan se aproximen – el segundo, contonéandose grácil y con bigotillo de chulo- con ese sector más aferrado de su público, el que pagó por los boletos más caros en las pre-pre-pre-pre ventas exclusivas de hace más de un año, en un escenario enorme que apenas es capaz de enmarcar a tremendas leyendas.
Si no eres de esos fans ultra que se pierden frente a su banda favorita por completo durante dos horas, entonces seguro te pasa lo que a mi: llegas a ese punto en el que lo que te maravilla es cómo este trío de personajes sigue siendo capaz de mover a decenas de miles de personas así; y con “así” me refiero que, para la recta final del concierto, previamente al encore -el cual, por supuesto remata con “Personal Jesus”-, esa recta que arranca con “Where’s the Revolution” pero que en realidad justifica su existir con la concatenación de “Everything Counts”, “Stripped”, “Enjoy the Silence” y “Never Let Me Down Again”, toda esa incuantificable masa humana que te rodea VERDADERAMENTE HA PERDIDO LA CABEZA y se ha fundido en una sola voz para cantar un puñado de canciones que, sin duda, le da cierto sentido a sus vidas.
Tener la oportunidad de estar ahí con ellos para compartir tal experiencia, es algo incomparable.