Extraño los efectos prácticos en las películas. Me encanta el maquillaje, los efectos especiales, los títeres, los animatronics y las prótesis. Y no es porque sea un ludista amante de lo retro que quiere regresar al pasado y destruir todas las computadoras. Es porque los efectos especiales prácticos han llevado al límite la imaginación humana y de lo que podemos crear con nuestras propias manos. En esta era moderna donde la mayor parte de los efectos especiales —incluyendo escenas de desiertos, castillos medievales y ejércitos— son creadas utilizando CGI (imágenes creadas por computadora) y la mayoría de los actores que muestran su horror frente a pantallas verdes, es fácil olvidar que hubo una época en donde los efectos especiales se hacían a mano y no con computadoras.
En la década de los 80, los artistas de efectos especiales se volvieron estrellas cuando su increíble capacidad y talento obtuvieron reconocimiento y aplausos por transformar rostros reconocibles en monstruos irreconocibles. Jon Moore, el artista de maquillaje y efectos especiales que trabajó en Robin Hood, Prometheus y Doctor Who de Ridley Scott, me dijo que este periodo sin precedentes tuvo una gran influencia en su trayectoria profesional.
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“Los efectos de los años setentas y ochentas se ganaron su lugar y los pioneros lograron reconocimiento”, dijo. “Se creaban cosas nunca antes vistas y se abrió un mundo totalmente nuevo de entretenimiento que antes era exclusivo para el arte y la imaginación”.
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¿Quién puede olvidar la transformación de David Kessler a hombre lobo en Hombre lobo americano en París (1981), o a Chris Walas transformándose de Jeff Goldblum a una insecto en The Fly (1986)? ¿Y qué tal lo que hizo Bob Keen con los cenobitas: los guardianes del infierno vestidos de cuero liderados por Pinhead en Hellraiser (1987) de Clive Barker?
Se supone que las técnicas CGI modernas hacen que las cosas se vean más reales, pero son los monstruos y los paisajes hechos con efectos prácticos los que permanecen por más tiempo en la memoria de la audiencia.
“Creo que el problema del CGI no es solo que sirve como una representación de la realidad”, dijo la artista Aramis Gutiérrez, dueña de ANTI_CGI, una cuenta muy popular de Instagram que promueve escenas de efectos especiales hechos a mano de las películas de terror de los años 70 y 80, como cabezas explotando o tendones rompiéndose. “Poder hacer todo con computadora elimina la ‘caja’ de pragmatismo y los obstáculos que se enfrentaban antes de la tecnología digital”, dijo Gutiérrez. “Se necesitaba mucha creatividad y cuidado para encontrar soluciones viables. Por eso, las tomas de efectos especiales eran más cortas y dejaban más a la imaginación del espectador”.
La imaginación es clave para los efectos especiales. Las audiencias quieren cosas ‘reales’ en un sentido emocional. Lo real no se mide en la apariencia sino a qué grado podemos identificarnos con las emociones del personaje con base en su respuesta a la persona o cosa con la que comparte el cuadro. En Hellraiser, cuando Engineer —un monstruo que gruñe y está cubierto de baba— persigue a Kirsty en un pasillo subterráneo, se puede ver claramente a un técnico empujando a la criatura y unas rueditas en el fondo pero el terror de Kristy es creíble.
“Los efectos prácticos tienen más peso en otros sentidos”, dijo Jon Moore. “Reaccionan con su entorno de forma natural, sin importar qué tan ‘chafas’ se vean”. Moore cree que a pesar de que los efectos creados por computadora se ven más reales, su falta de forma física significa que la técnica aún no queda bien en el mundo del cine. “Todavía no cuajan. En mi opinión, quitan todo el realismo aunque se vean increíblemente realistas”.
La tecnología GCI es muy efectiva cuando se usa en el momento indicado. Por ejemplo, pensemos en el T-Rex persiguiendo a las jeeps llenas de visitantes aterrados en Jurassic Park (1991) o en el T-1000 saliendo del piso del hospital siquiátrico para clavar su mano en la frente del guardia de seguridad en Terminator 2 (1991). Sin embargo, la facilidad y el alcance de la tecnología CGI hace que ahora los artistas y directores lo utilicen tanto que el misterio y el terror en las películas, ya sea en forma de monstruo o de nave espacial, se evapore. “Los efectos por computadora aburren”, dijo Gutiérrez. “Proporcionar tomas largas muy reveladoras desmitifican los enigmas y hacen que se pierda el poder”.
El poder de la imaginación es vital para que la audiencia suspenda su incredulidad y se deje llevar. Como nunca vemos a la bruja en The Blair Witch Project (1999) pero sí vemos como los actores se vuelven locos por el miedo y el pánico, empezamos a imaginarnos su apariencia y nuestra mente crea los horrores más impensables. Cuando nos muestran constantemente una ciudad en el cielo o un monstruo creado por computadora, lo damos por sentado y cada vez nos impresiona menos. ¿Qué tan poderoso y emocionante puede ser un Alien creado por computadora peleando con un Predador creado por computadora en todo lo que dura la película? Es demasiado y se torna aburrido.
En la primera entrega de Alien (1979), la criatura apenas se ve en las sombras de Nostromo mientras espera a matar a todos los miembros de la tripulación uno por uno. Vemos a la criatura pero solo por segundos, por eso va creciendo nuestra expectativa y nuestro terror. Cuando el alien por fin aparece y devora al capitán Dallas, las palomitas salen volando.
Mantener los efectos especiales al mínimo no es la única razón por la que ciertas escenas e imágenes son memorables y aterradoras. Hay algo inexplicable y surreal en lo burdo de los títeres y la animación stop motion, sobretodo en las escenas de terror. Las pesadillas se quedan con nosotros porque tuercen la normalidad y permiten que lo extraño coexista con nosotros. ¿Acaso el robot ED-209 y la masacre en la sala de juntas en Robocop (1987) podrían ser tan perturbadoras si no fuera por los movimientos torpes de su animación en stop motion? ¿Acaso la vagina/ranura para VHS que en el estómago de James Wood en Videodrome (1983) habría tenido el mismo impacto con gráficos perfectos creados por computadora? ¿Qué tanto impacto y asco habría causado la sangre y las tripas de los cientos de zombies en Braindead (1992) o las esferas que vuelan y perforan cabezas en Phantasm (1979) si las hubieran hecho por computadora?
Hoy en día, los cineastas se encargan de pensar por nosotros y nos muestran todo en vez de dejar que usemos nuestra herramienta más poderosa: la imaginación. Aunque se ha vuelto un cliché en el cine, es cierto que lo que no vemos es más poderoso que lo que sí vemos. Los efectos especiales que utilizaban los cineastas en las décadas de los 70 y los 80 ayudaban a contar historias pero no eran la historia como tal. La tecnología CGI es brillante y versátil pero los cineastas deben recordar que casi siempre, menos es más. Y que lo perfecto e impecable no necesariamente es mejor que lo burdo y sucio.
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