Todas las ilustraciones por Jonny Negron.
En todos los lugares en donde estuvimos en Cuba, los hombres intentaban venderle cigarrillos a Wes. Se acercaban a nosotros en los andenes, en los cafés y mientras viajábamos en sus carros. El acercamiento era siempre el mismo: sonreían y saludaban.
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Durante semanas, caímos en esta línea de conversación que siempre llevaba a los inevitables discursos de venta.
Un hombre caminaba con su esposa y su hija. Nos escuchó preguntándonos sobre una fila de personas afuera de una puerta.
“Eso es Los Nardos” dijo. “El mejor restaurante en Cuba. Para los locales. Floridita, Hanoi, esos son para los turistas. Sin ofender”.
Le dijimos que estaba bien.
Habló un poco más. Nos dio la bienvenida y nos preguntó que de dónde éramos, le dijimos que estadounidenses, y luego dijo, “nuestros gobiernos no se llevan bien, pero nosotros somos solo personas”.
Él continuó una conversación casual. Nos preguntó sobre los planes que haríamos y la duración de nuestra estadía en Cuba. Luego preguntó, “¿fuman?”.
“Sí”, respondimos.
“¿Cuál es su cigarrillo favorito?”
“Partagás”.
“¡Partagás!”.
Su esposa intentó raptarlo de nosotros. Él dijo, “saben, esta semana es especial. Tengo de los que necesitan y es el último día”.
Llegamos a Cuba como amantes, recién casados, para aclarar la verdad sobre la premisa repetitiva y reporteada que asegura que Fidel Castro es el mejor amante del mundo. ¿Cuántos cigarros cubanos compramos mientras intentábamos descubrir los secretos de la vida amorosa de Castro? Perdimos la cuenta.
Una vez la interacción con los locales nos llevó a una larga y confusa discusión sobre la construcción del Museo de la Revolución. Otra, una mujer -después de llevarle comida y, tal vez, muchas bebidas-, nos dio una conferencia larga e improvisada de cada una de las fotografías en blanco y negro del lobby del hotel y luego intentó llevarnos a un tour por el edificio Bacardi.
Pero ocasionalmente nos topamos con algunos avisos útiles. El portero del hotel San Basilio, después de oír una de nuestras discusiones con un australiano anciano y charlatán -quien nos dio uno de sus cigarrillos en el sala del hotel-, nos apartó. Nos dijo que una de las ex amantes de Fidel era una de las dentistas de la mejor clínica dental en Santiago de Cuba.
Cortesía de Hulton Archive/Getty Images.
Durante una entrevista para la famosa Vanity Fair de 1993, en un artículo sobre Castro, la periodista Ann Louise Bardachle preguntó al comandante cuántos hijos había tenido. “Casi una tribu”, respondió. Llamamos a Ann Louise para saber qué más nos podía contar sobre la vida amorosa de Castro y para que nos hablara de su libro Without Fidel, que incluye un árbol genealógico que traza una pequeña porción de la descendencia de Fidel.
“Como muchos de los hombres cubanos, Castro veía el sexo como un derecho”, nos dijo ella. “El sexo, después de todo, es el deporte nacional de Cuba. Él tenía amoríos o se acostaba con cualquier tipo de mujer. Incluso tuvo un hijo con la esposa de uno de sus ministros, o eso se creía. ‘Sin vergüenza’ como dicen. Algunas de estas mujeres pensaba que eran su verdadero amor. Incluso tenía a quienes le ayudaban a coordinar sus conquistas. Nadie sabe con cuántas mujeres estuvo, ni siquiera él”.
“¿Fue solo un hiperactivo sexual? ¿Era inestable? ¿Follaste con él?” le preguntamos.
“¡Por Dios, no!”, respondió. “Aunque algunos compañeros especularon eso, y el Miami Herald habló sobre su reputada coquetería, nuestra relación fue netamente profesional, aun cuando las entrevistas empezaban después de media noche”.
Wes me miró y subió una ceja, en señal de picardía. Mientras hablábamos con Ann Louise por teléfono, mirábamos una foto de ella y Castro durante una sesión de entrevista. Ella era divina.
“Nunca pude explicarle a Fidel el por qué y el cómo del escándalo Monica Lewinksy – Clinton”, continúo Ann Louise. “Él estaba verdaderamente desconcertado respecto al hecho de que tener muchas novias fuera visto como un lastre político. Creo que para él ser un mujeriego, como un hombre latino, estaba conectado con el poder político. Originalmente, su poder vino de su primer matrimonio con Mirta Díaz-Balart, madre de su hijo mayor, cuya familia era políticamente poderosa, mientras que el padre de Fidel tenía plata pero cero cultura. Castro no se volvió a casar hasta que tuvo cinco hijos con Dalia, siendo la copia viva de su papá, que no se casó con la mamá de Fidel hasta tener seis hijos con ella. Para ese entonces, tuvo también un hijo con la mujer que trabajaba en su finca.
“Una amiga tuvo un amorío con Fidel cuando tenía 15 o 16 y dice que recuerda haber estado en el balcón de su cuarto, en el piso 23 del hotel Habana Libre. Fidel le dijo: ‘algún día, no muy lejano, cada cubano tendrá su propio carro’. Lo que es irónico porque apenas tienen una bicicleta, y eso con suerte”.
En 2008, el New York Post reportó -probablemente de forma equivocada basándonos en nuestra investigación- que Castro había follado con cerca de 35 mil mujeres. Tres años después, el Daily Beast publicó que él “tenía una mujer para el almuerzo y otra para la comida. Y, a veces, ordenaba una para el desayuno”. Muchos cubanos lo llamaban con cariño “el caballo”, un apodo que ganó en los 60 por su reputación de amante prolífico y viril.
En 2002 había cerca de 6 millones de mujeres en Cuba. De esas 6 millones, concluimos que a Fidel le atraerían, sexualmente, un millón. Sacamos la estadística teniendo en cuenta la edad (88 años), los recursos y el tiempo para hacer el amor con 35 mil mujeres a lo largo de su vida, pero no fue posible llegar a una conclusión precisa. Así que decidimos que el campo de investigación sería Cuba, en donde, según lo que razonamos, durante un mes podríamos encontrar al menos a las últimas cien mujeres para que nos contaran cómo era Fidel en la cama.
Ninguno de los dos había visitado un país totalitario. Emocionados con nuestra historia olvidamos el riesgo que tiene hacer preguntas sobre el dictador del régimen.
Los cubanos solían pasarse la mano por la cara simulando una barba imaginaria para referirse a Fidel, en caso de que alguien estuviera espiando. Pero, si el gobierno cubano se enterara de que dos estadounidenses estaban husmeando sobre el pasado lujurioso del ‘El Jefe’, las cosas podrían llegar a ser problemáticas.
El Telegraph publicó, en 2010, el artículo titulado “Discussing [Fidel’s] womanizing ways is strictly taboo on the Caribbean communist outpost” (“Discutir las mañas mujeriegas de Fidel es un tabú en el caribe comunista”). Pero un amigo y experto en Cuba (quien también es colaborador de VICE) nos dijo que el asunto no era tan grave. Meses antes de nuestra partida, dijo que la vida amorosa de Fidel era un tema que estaba a salvo de cualquier tipo de discusión, pero que lograr que un cubano hablara con tranquilidad sería todo un reto. Otro amigo que tiene conocimientos internos del país, nos dijo que las historias de amor de Fidel eran toda una leyenda. “Todo el mundo en Miami tiene un primo” dijo “y por ‘primo’ quiero decir hijo ilegítimo de Fidel”.
De todos modos, cuando llegamos a Cuba y empezamos a preguntar sobre el tema, encontramos que a las mujeres en las calles no les entusiasma hablar de la vida sexual de Fidel. Es completamente entendible, pero cuando le comentamos al respecto a nuestro amigo experto dijo que estábamos teniendo problemas. Nos escribió: “en Cuba, hablar del gobierno es poco saludable”. Ann Louise comentó que “las mujeres, simplemente, no van a hablar de sus amoríos con Castro porque tendrá un efecto directo sobre ellas si siguen viviendo en Cuba. Yo perdí la visa porque escribí de manera muy suave sobre su vida personal”. ¿Por qué no supimos esto antes de venir hasta Cuba? A Castro le encantaba hablar de sus hazañas eróticas en público. ¿Alguien más en Cuba se atrevería a hacer lo mismo?
Desesperados, tomamos el aviso del portero del hotel San Basilio y Wes se ofreció a recibir un tratamiento dental cubano. “De todas formas tengo una o dos caries”, dijo. Pero no anticipamos la rareza social que implicaría preguntarle a una mujer sobre su vida sexual mientras perforaba un diente. Presumimos que Wes haría la mayor parte de la charla, pero, naturalemnte, no pudo porque tenía las manos de la dentista dentro de su boca. Nos tomó un tiempo explicarle que éramos periodistas, lo que era un riesgo porque estábamos viajando con visa de turistas.
La clínica estaba en el segundo piso. La dentista era una mujer de 60 años muy bien conservada. Medía cerca de 1.52 metros. Tenía su pelo teñido de café y traía un poco de maquillaje puesto. Olía muy bien. Su asistenta tenía la misma edad y altura, pero era un poco menos femenina. La dentista utilizaba zapatos de enfermera, una falda que le daba a las rodillas, una blusa de patrones y una bata de laboratorio. Su asistente vestía pantalones y camisa blancos y de algodón, y una bata azul. El pelo de la dentista llegaba a sus hombros mientras que el de su asistente era más corto.
Abruptamente, y a pesar de toda la predisposición frente a la vergüenza, fue la misma asistente la que empezó la conversación entorno al tema de amor. Wes empezó a abrir sus ojos y a hacer caras. Holly se acercó a ella y se arrodilló. La asistente sonrió y dijo: “los hombres siempre piensan lo mejor. Las mujeres no”.
“¿Estás casada?” le preguntó Holly.
Ella asintió.
Holly volteó a mirar a la dentista. “¿Y tu?” , le preguntó. Ella tenía una máscara sobre su cara y los bordes daban contra el marco de sus gafas. Tenía sus dedos cubiertos con los guantes de látex dentro de la boca de Wes. Asintió.
“Vinimos a hacer un artículo sobre Fidel Castro”, continuó Holly.
Wes intentó mover su cabeza pero la dentista puso la mano con fuerza sobre su cachete. “No te muevas”, dijo.
“Él estuvo casado, durante muchos años” dijo Holly, “pero se dice que tuvo muchos amores”.
La asistente no miró a su jefa, pero sus movimientos, que antes eran fluidos, empezaron a ser un poco forzados. Empezó a moverse como un actor sin experiencia compartiendo escena con Rober De Niro.
Holly dijo con coquetería, “¿qué habría pensado su esposa…”
La dentista no perdió un segundo y dijo, “ella estaba feliz del descanso”.
La asistente clarificó que “él había tenido al menos tres esposas. Depende de la manera en que se cuenten”, y luego llevó a Wes a que le hicieran rayos X en el siguiente cuarto.
“No te preocupes, deja que tu esposa haga las preguntas”, le dijo la asistente a Wes. “La mujer va a decirles la verdad. Ella estuvo con él durante dos años. Su esposo falleció. Así que ella ya puede contarles todo. Éramos amigas en ese momento. Estábamos en diferentes clínicas. Un carro venía a recogerla y ella se iba por una o dos horas. Luego, volvía al trabajo. Era feliz. Y se entristeció mucho cuando todo terminó. Pero su esposo no podía hacer nada. Muchos hombres en nuestro país sufrieron lo mismo. Lo admiraban, pero claro, no era fácil para ellos. Sus madres, sus esposas, sus hijas”.
Le preguntamos a la dentista si podría ir a comer con nosotros. Se negó.
Fidel Castro y su esposa, Dalia, vivían en una pequeña casa en el occidente de la Habana. Los visitantes decían que estaba amoblada con artesanías cubanas. No era lujosa, pero Fidel tenía una televisión grande. Su vida es muy privada. Ni siquiera la CIA sabe mucho de su vida personal. Estuvo casado dos veces. Y, como dice Ann Louise Bardach y otros que han escrito sobre su vida, su primer matrimonio se acabó por infidelidad.
Durante la revolución, antes del ataque a los cuarteles en Marcada, el joven Fidel empezó a intercambiarse cartas con una chica de sociedad llamada Natalia Revuelta. Natalia estaba casada con un cardiólogo y Fidel con la sobrina del ministro del interior, pero cuando se conocieron en persona cayeron truenos y se enamoraron. Alina Fernández es su hija, quien fue criada por Natalia y su esposo.
Después de la revolución, Fidel iba a visitar a Natalia a su casa. Alina era una niña, entonces sus memorias son retazos inconcretos, pero recuerda ver las manos de su padre (de crianza) empezar a temblar cuando el gobierno cerró su consultorio. Las prácticas médicas se consideraban empresa privada. Nunca estuvo claro si las prácticas se cerraron porque olía demasiado a capitalismo, o si aquello fue tiranía mezquina de Fidel. En dado caso, Castro se aparecía a media noche en la casa de Alina, con una cabalgata de jeeps, para hacerle el amor a su madre, mientras su padre dormía bajo el mismo techo.
Cuando Fidel empezó a tener sexo con las amigas de Natalia, ella le reclamó. Le preguntó si tenía algún respeto por su hija y él dijo, “no te preocupes, no me quité las botas”.
Viajamos alrededor del país y en todos los lugares a los que íbamos, alguna mujer nos evitaba. Apartaban la mirada, cambiaban de tema, o huían. Le preguntamos a mujeres de cincuenta años para arriba, pensando en que estarían más dispuestas a hablar de las indiscreciones de su juventud (además, hace un par de décadas que Fidel dejó de estar en su mejor momento). Fue difícil pero aún así continuamos. En una ocasión o dos, nos dieron un par de pistas sobre otro pueblo, restaurante o bar. Frecuentemente sospechábamos que nuestros informantes estaban intentando enredarnos para que les compráramos comida.
Llevábamos casi un mes en Cuba y el encuentro con la dentista había sido lo más cercano que habíamos estado a una verdadera historia. Estaba seco como el Sahara. Atravesamos casi la isla entera y estábamos entrando en pánico. Ya habíamos entrado a las oficinas de gobernación y las secretarias nos sacaron. Aterrorizamos a las meseras con preguntas sobre el pene de Fidel.
Luego, en Sancti Spíritus logramos quedarnos en la casa de una anciana simpática y su increíblemente guapo hijo gay, Gigi, quien hablaba inglés perfectamente. Gigi admiraba a Wes y a mis gafas de sol. Me pidió si podía prestárselas y las usó una noche. Al día siguiente, con un guayabo tremendo, Gigi explicó que las había perdido, y le saltamos a la yugular.
Una hora después, estábamos en el patio de una mansión colonial, propiedad de una pequeña mujer llamada Yeny, y su esposo, Arnold. Gigi había hablado con Yeny sobre nuestra historia y quería reunirse con nosotros. Ella tenía el pelo rojo y le llegaba a los hombros, cachetes hundidos y dientes frontales grandes. Lamentamos decir que se parecía a un burro desgastado.
Mientras hablábamos con Yeny, Arnold se sentó de espaldas a nosotros en un fumadero adyacente lleno de estanterías de aluminio. Los libros estaban posicionados con los marcos hacia atrás y las hojas al frente, así que los títulos eran un misterio. Arnold era un hombre de edad apuesto, con figura de gorila. Tenía puestos unos pantalones de carpintero y estaba sin camiseta.
Con entusiasmo Yeny nos preguntó que si queríamos un tour. Dijimos que sí. Cuando llegamos al comedor ella señaló el suelo y dijo, “sobre estas mismas baldosas” y volteó a mirar a su esposo, quien permanecía sentado de espaldas, “Fidel”.
Inmediatamente después su esposo nos miró. “¿Café?”, preguntó.
“¿Tienes tiempo para almorzar?, preguntó Wes. “Nos gustaría llevarte a almorzar”. Arnold sonrió y negó con la cabeza.
“Buena idea”, dijo Gigi, aprovechando la oportunidad y tomando la decisión por Yeny. “Los llevaré al restaurante de mi amigo”.
En su cuarto daiquirí, Yeny estaba dando todo tipo de detalles vulgares. “¡Chocolate!”, decía mientras sus ojos se abrían al cariñoso recuerdo. Lo que decía era muy sexy.
“Me dio a probar unos pasteles de Paris. No me acuerdo el nombre, pero siempre estaba hablando de esos pasteles. Eran deliciosos. Regaba chocolate por todo mi cuerpo. Fueron los días más felices de mi vida. Siempre le pregunté si quería que otra mujer se uniera a nuestros encuentros sexuales. Decía que ningún hombre debía hacerle el amor a más de una mujer a la vez. No le gustaban las orgías. Tampoco tendría a otro hombre en el mismo cuarto mientras tenía sexo conmigo. Pero algunas veces dejaba que una que otra mujer entrara a vernos. ¡Le decía que se comiera nuestros pasteles!
“Con Fidel todo se trataba de placer. Es cierto que él prefería a las esposas de otros hombres. Entonces, los hombres creían que lo hacía solo para ponerles cachos. Creía que eso le daba poder. O hacía que otros hombres criaran a sus hijos. En realidad, él era muy amable. No le gustaba romper el alma de las mujeres. Decía que las mujeres solteras se enamoraban demasiado. Algunas mujeres… nunca pudieron olvidar a ‘Alejandro’. Tenían serios problemas”. (La referencia a Alejandro Magno se convirtió en el nombre de guerra de Fidel durante la revolución).
Gigi se veía nervioso. Intentó interrumpir pero Yeny lo mandó a callarse.
“Yo todavía lo amo”, dijo. “Esos días eran sagrados para mí. En mi vida he amado a dos hombres: a mi esposo y a Fidel. Él está muriendo ahora. El hombre más increíble que el mundo ha conocido está muriendo.
“Arnold lo llamaba “pájaro de cucú”, a sus espaldas, por todos los hijos que tuvo. Pero no, él prefería a las mujeres casadas porque sabía que eran mejores en la cama. Él nunca dormía con una prostituta. Miles de mujeres y ni una sola prostituta. Esto es algo que muchas personas no saben. Les diré un secreto: era por el Che. El Che Guevara era un idiota. Nadie lo admite”.
“El Che lo cogió una vez con una prostituta, cuando era un hombre muy joven y lo regañó muy fuerte. El Che regañando a Fidel. Piénsenlo. ¡Ridículo! Muchas veces le dije: ‘¿Por qué no lo mandas a casa? Con un pinchazo’. Decía que era por cuestiones morales. Tratar a una mujer como un objeto. Ahí fue cuando Fidel se convirtió en un amante. No sé por qué los pasteles. Y claro, los cigarros. Creo que por eso su presidente Clinton tenía esa cosa con los cigarrillos. Estaba imitando a Fidel. Todos los hombres, en el fondo, querían ser Fidel”.
La mesera le trajo el quinto trago. Gigi puso su mano sobre el vaso y Yeny se la quitó. Le habló rápidamente en español.
Después de que terminó, Gigi dijo, “no puedo repetir eso”.
“Por favor. Es información importante”, le dijimos.
“No. Es que no le entendí nada. Está muy borracha”.
Yeny me tomó por la muñeca.
“Si te pregunta… Debes”.
“Está bien. Tienen mi permiso”, dijo el conductor.
Después de una semana del almuerzo con Yeny, estábamos sentados en un asiento de cuero de un Corvair convertible de 1950, camino a la playa.
“Que quisiste decir con que ‘teníamos tu permiso’?, preguntó Holly.
El conductor se encogió de hombros y rió.
“Este es tu carro, ¿verdad?” dijo Wes. “No hay micrófonos en tu carro. Tenemos la capota cerrada, nadie puede escucharnos”.
El conductor se encogió de hombros y rió de nuevo.
“Creímos que estaría bien preguntar sobre su vida amorosa”, dijo Wes. “Nuestros amigos nos dijeron eso. Dos de ellos. Que Fidel había estado con 35 mil mujeres”.
El conductor volteó sus ojos. “Doscientos mil. Dos millones…” dijo lleno de sarcasmo. “Mi tía se acostó con él. Mi abuela tuvo sexo con él. Mi tío. Sabes, todos hemos tirado con Fidel. Él y yo hicimos el amor en este carro”.
Nos hizo una cara. Ninguno sabía qué quería decir.
“Pero en serio, ¿Fidel tenía sexo con hombres también?”, le preguntamos apuntando que Cuba era un país amable con los gays. Operaciones gratuitas de cambio de sexo han sido proporcionados por el gobierno desde 2010, y la legislación que permitirá a los matrimonios del mismo sexo está actualmente pendiente.
El hombre ignoró la pregunta y dijo, “tengo siete primos que se llaman Fidelito (como el primogénito de Fidel). Cualquier bastardo, será Fidelito…Fidelito, Fidelito. Si alguna mujer queda embaraza y no nombra al padre…”.
Y luego volvió en sí y se volteó hacia Wes, “entonces, mi amigo, ¿eres americano?”
“Canadiense”, respondió.
“¿Qué tipo de cigarro fumas?”
“Partagás.”
“Es una semana especial”, dijo. “Tengo de los que necesitan y es el último día”.
Wes le compró una cajetilla.
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