“Nunca antes habíamos sentido un deseo tan irrefrenable de registrar nuestras vacaciones, con los móviles con cámara en el bolsillo e Instagram, Facebook y miles de blogs de viajes al alcance de la mano”, dice Laurence Stephens, fotógrafo documental autor del libro Bored Tourists. “Sin embargo, los que lean este libro tal vez empiecen a plantearse si esas experiencias son realmente tan gratificantes”.
Vivimos en la era de Instagram, y muchos de nosotros nos vemos forzados a proyectar la versión más guay de nosotros mismos en redes sociales para que los demás se puedan obsesionar pensando lo mucho que les gustaría vivir nuestras vidas. Es un fenómeno exclusivo de nuestra era: ¿vivo el momento disfruto del entorno o me centro en el postureo y en poner morritos?
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Según Stephens, nuestras opiniones sobre la vida de los demás “a menudo pueden hacer que nos sintamos decepcionados con la nuestra” y empujarnos a “elaborar recuerdos cada vez más sorprendentes que publicar en redes con el objetivo de crear la ilusión de estamos disfrutando al máximo cuando en realidad quizá no sea así”.
Esto, unido al hecho de que estamos rodeados por una apabullante cantidad de distracciones que nos alejan de las experiencias “de la vida real”, acaba menoscabando nuestra curiosidad.
Me reuní con Stephens en una cafetería del este de Londres para averiguar qué le impulsó a ir en busca del “turista aburrido y no tan esquivo”.
“Esto es a lo que me refiero: la gente que hace fotos que no les van a servir para nada”, señala Stephens. “¿Por qué iba alguien a querer fotografiar ladrillos? ¿Para qué van a necesitar esa foto? Muchos turistas invierten una cantidad de dinero considerable en equipos como cámaras DSLR con enormes objetivos con zoom, y yo a menudo me preguntaba dónde iban a parar todas esas fotos que la gente hace a diario en los sitios más turísticos y que son todas réplicas exactas las unas de las otras”.
“El zoo fue difícil de fotografiar, sobre todo porque estaba prohibido”, recuerda Stephens.
“Iba dando vueltas con la cámara bajo el brazo y un ojo puesto en las cámaras de vigilancia y los guardas de seguridad, mientras buscaba a gente haciendo cosas inesperadas”.
“Esta es mi favorita”, dice Stephens. “Me pareció que este lugar tenía mucho potencial para sacar una buena fotografía y me quedé allí mucho tiempo. De vez en cuando llegaba alguien y se ponía a curiosear el arbusto, acariciando las hojas o arrancándolas.
“Hice varias fotos buenas, pero entonces vino este tipo, se inclinó para ver el arbusto de cerca y ya está… Un comportamiento extraordinario en una situación cotidiana”.
“Esta la hice porque estaba muy concentrado en lo que sucedía a mi alrededor”, me cuenta Stephens mientras disfruta de una pinta de cerveza. “Trabajar así me resulta muy meditativo, porque te pasas horas caminando, consciente en todo momento de lo que te rodea y con la única intención de inmortalizar un momento inusual”.
“Vi al hombre desde el otro lado de la calle y fui corriendo para hacer la foto, por si se movía”, recuerda Stephens. “Luego, esperé unos 15 minutos, convencido de que estaba posando para alguien, pero al final acepté que el hombre estaba profundamente dormido y lo dejé tranquilo.
“En relación con el tema del ‘turista aburrido’, esta foto en particular va más allá de lo que jamás hubiera imaginado que podría encontrar. Un turista con gafas de sol clip-on y una maleta rosa dormido sobre un colchón en plena calle: es inevitable pensar que se trata de un montaje, pero no, no estaba preparado.
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